Relatos Migrantes: Teorías conspirativas y un asesino (Capítulo 5) imagen

A punto de llegar a la mitad del viaje, Leo descubre al asesino. Entre sexo, celos, historias y traición, el coyote se lleva una sorpresa. Por eso, en Lechería, todos se separaron.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Este capítulo pertenece a la saga “Relatos Migrantes”, basados en hechos reales e información obtenida de diversos medios, entrevistas e investigaciones propias, pero con algunos nombres y fechas que han sido modificadas para resguardar la integridad de los protagonistas. Inmortalizadas por la pluma de Juan Diego Godoy exclusivamente para Relato.

“Ustedes son nuestros vecinos y queremos que ustedes y sus naciones prosperen. Si quieren venir a Estados Unidos, por favor vengan, pero vengan legalmente; si no, no lo hagan” – Mike Pence, vicepresidente de Estados Unidos (28 de junio 2018).

En México hay caminos que no tienen regreso. Eso lo experimenta el grupo de Leo. Ahora han llegado a Lechería en el municipio de Tultitlán, Estado de México. Esto marca la mitad del viaje, aunque no necesariamente la mitad de las complicaciones que estarán por venir.  Hasta julio de 2012, Lechería contaba con un albergue (Casa Del Migrante San Juan Diego) que daba a los migrantes apoyo, comida y un lugar para dormir. Sin embargo, después de numerosas quejas de vecinos provocadas por la inseguridad, se vio obligada a cerrar sus puertas. Lo que significaba un espacio decente para descansar luego de incontables viajes en trenes, ahora es una historia añorada. Ahora quienes llegan descansan en el pasto a lado de las vías del tren que los llevara al Norte. Sin embargo, “descansar” ahora ya es solo una palabra, porque para el grupo de migrantes estar “tranquilos” ya no es una realidad. Mucho menos después de lo que pasó con Leo…

Sucedió de Tierra Blanca a Orizaba. Las cosas ya estaban tensas desde la muerte (o asesinado según Yadira) de Jimena. Pocos hablaban y Leo había estado más distante. Parecía que analizara a todo el grupo cada vez más y sus ojos se fijaban, día a día, en una persona distinta. Pero no había que ser adivino para saber cuál era la causa del comportamiento de Leo: la muerte de Jimena. Si bien todos habían comenzado a aceptar la versión de Yadira, el coyote se negaba a aceptar que su sobrino Zacarías fuera capaz de tal acción. Su cariño familiar se negaba a ver la realidad e intentaba encontrar a algún culpable.




Celos y amor

Rita, la mujer que tenía un hijo al otro lado de la frontera y que había tratado de cruzar más de cinco veces, fue su primera sospechosa. No era un secreto que Rita y Leo se habían acercado mucho durante el viaje, sobre todo desde aquel día que ella contó su trágica historia al guía. Esa noche habían dormido muy cerquita y sus manos habían perdido los estribos durante el furor de la noche. Pero el día que abordaron La Bestia, varias semanas después, el coyote y Jimena habían estado platicando todo el día y luego, en el tren, toda la noche. La joven de 25 años era atractiva y había acaparado la atención del guía; ese tampoco era un secreto. Los celos, al parecer, habrían jugado un papel determinante en Rita quien una noche sobre La Bestia empujó a Jimena al vacío. La historia sonaba bien, pero no era cierta, porque Rita había pasado la noche con Jairo, el migrante que perdió a su familia cuando un grupo de extorsionistas entró a su casa y mató a todos.

Jaira y Rita habían pasado la noche con dos migrantes de Sudán que les habían enseñado a decir “hola” y “norte” en sudanés (“halo”, “kaler”). La coartada de ambos era infalible. Así que los ojos de Leo se postraron en los hermanos Patzán. 




Recuerdos y cigarrillos 

César y Ovidio siempre estaban juntos y estaba seguro que ambos reforzarían la coartada del otro. Sin embargo, esa noche ellos la habían pasado con él. Entre charlas y cigarros, habían platicado de Guatemala. Los hermanos se habían quedado dormidos después y Leo, como casi siempre, casi no había cerrado los ojos. Por ende, los hermanos quedaban descartados.

Quedaban entonces, solo dos personas. Yadira y Zacarías. La “mamá del grupo” era una buena sospechosa. Había sido la inventora de la teoría en contra de Zacarías y la causante de que las aguas entre el grupo estuviesen turbulentas a partir de esa noche. Gracias a ella, el grupo se había dividido y, aunque Leo estuviera acostumbrado a tratar con miles de grupos de migrantes desconfiados, este había sido especial, casi como una familia y ahora estaba desintegrado. Además, Yadira ya era mayor y representaba “más una carga que una herramienta” para el grupo. Pero ni el odio interno que sentía el coyote por la señora podía cambiar los hechos. Si bien ella había sido la “única” testigo del suceso que implicaba supuestamente a Zacarías, también había sido la única que Leo había visto despierta toda la noche. No paraba de rezar y de leer una pequeña biblia que guardaba con mucho cariño y eso, aquella noche, le había parecido curioso. 

Un recuerdo convincente 

Pero más allá de Yadira rezando y leyendo, Leo recordaba una última escena: Zacarías y Jimena conversando, o al menos frente a frente. Estaba muy cansado como para sumarse a la “conversación” y había decidido cerrar los ojos unos minutos. Ese era el único recuerdo. Pero era más que suficiente. Con el corazón partido, un mal día, Leo se plantó a Zacarías y lo enfrentó. 

“No voy a seguir caminando con asesinos”, le dijo mientras esperaban al lado de unas vías a un tren más. Los demás no escuchaban. Zacarías negó todo, pero su tío lo conocía muy bien. Leo le dijo amenazante que esa noche debía dejar el grupo y que regresara a alguna de las posadas en las que tenían contactos. “Y ya no te quiero volver a ver, que si te cacho merodeando por aqui, le digo a todos lo que sos: un patojo violador y asesino”. Las palabras de su tío fueron fulminantes. O al menos eso creyó el mismo Leo.

Esa noche, quien se despidió del grupo fue Leo. Nadie lo volvió a ver cuando llegaron a Lechería. Zacarías les dijo que Leo había dejado el grupo para encargarse de otros asuntos y que los encontraría más adelante. Pero sus explicaciones fueron poco convincentes. Ya nadie tragaba a Zacarías. El paradero de Leo solo él lo sabría, pero ninguno de los migrnates sería víctima de aquel joven loco. 

Por eso, en Lechería, todos se separaron. 

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