Relatos de acoso callejero, entre miedo, asco e impotencia imagen

Tres mujeres, estudiantes, profesionales, fueron acosadas en las calles de la ciudad de Guatemala, todas sintieron miedo, asco y ahora llevan consigo una vergüenza que no les pertenece.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Tres mujeres, estudiantes, profesionales, fueron acosadas en las calles de la ciudad de Guatemala, todas sintieron miedo, asco y ahora llevan consigo una vergüenza que no les pertenece, una que es propiedad del victimario. 

La estudiante que regresaba de prácticas

Una tarde cualquiera una estudiante regresaba a su casa después de una jornada de prácticas hospitalarias. Ocurrió en un barrio clase mediero, de esos que tienen fama de tranquilos y donde todavía se suele ver personas caminar por las mañanas y las noches como una praxis deportiva.

Un individuo detuvo la marcha de su vehículo y la chichiteo, ella pensó que le preguntaría por alguna dirección, pero no fue así. El hombre le mostró sus genitales y le preguntó: “¿Le meto esto?”, la señorita empezó a correr hasta que sofocada y con las manos temblorosas logró abrir la puerta de su residencia y entró con el corazón acelerado y los ojos vidriosos a causa del miedo y del asco.

La señora que volvía de su trabajo

La protagonista de esta otra historia regresaba de su trabajo. Se disponía a abordar el segundo bus de la noche, que la llevaría al residencial Los Olivos, en la zona 18. Abordó una camioneta Maya y tras unos minutos de viaje empezó a experimentar un toqueteo en su espalda y glúteos.

Al principio pensó que se trataba del roce natural de alguna mochila u otro objeto, producto del hacinamiento del bus. Pero no tardó en darse cuenta de que la realidad era otra. Un hombre rozaba sus genitales con su cuerpo.

Intentó moverse, pero el acosador le seguía. Sintió miedo y asco, estaba tan petrificada que no tuvo reacción. Llegó a casa y su pantalón estaba completamente húmedo. Se lo quitó y lo tiró a la basura.

La chica que subió al taxi

Era una tarde gris y lluviosa, ella no tuvo más remedio que parar un taxi en la zona 9. Le llevaría a la zona 12, por lo que el viaje debería durar unos 40 minutos. El conductor no tardó en mostrar sus verdaderas intenciones. Le pidió que se subiera la blusa y bajo el pretexto de buscarle dinero y pertenencias de valor, detuvo, cuando puso sus manos en sus pechos.

El miedo y el asco se apoderaron de ella. El conductor recibió una llamada, al parecer más importante que sus oscuras intenciones y le dijo que la tendría que dejar. Le quitó su billetera y el poco dinero que llevaba y la dejó abandonada por la zona 8.

Las escenas narradas parecen extraídas de una película surrealista, de un largometraje del cine pícaro, con una carga altamente grotesca, pero no es así, ocurrió en las calles donde transitan nuestras novias, esposas, amigas, madres y hermanas.

Ninguna de las mujeres que me contaron sus historias quisieron dar su nombre. “A mí me da vergüenza”, dijo la primera, una profesional con estudios de posgrado. “La gente lo agarra de burla y lo hablan con morbo”.

Las otras dos simplemente dijeron sentirse incómodas por la situación y prefieren reservar su identidad. Claro está que estas tres víctimas no tienen nada de qué avergonzarse, pero esa sensación es más fuerte que ellas, les atropella y les lastima su dignidad, lo que ilustra las secuelas psicológicas que este tipo de actos deja en las mujeres. 

En ese contexto resulta oportuno analizar a profundidad la pertinencia del impulso de la norma que pretende penalizar este tipo de praxis en el país.

Es lamentable que cientos de mujeres en Guatemala sean víctimas del acoso callejero en menoscabo de su dignidad y que sientan vergüenza por estas situaciones. Y usted ¿conoce alguna de estas lamentables historias? 

Estoy seguro que ha escuchado más de alguna porque en este país hemos normalizado la violencia y el acoso callejero contra las mujeres.  

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