Relato y vida de un pandillero imagen

Se registran alrededor de 7 mil mareros en Guatemala, pero su red alcanza a 35 mil personas. Hay quienes como Agustín Coroy trabajan para rescatar pandilleros en una admirable labor.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

“Fui parte de la maldad y hoy siento un dolor muy fuerte al ver todo lo que hacen los pandilleros. Cuando veo noticias no aguanto y lloro de rabia al pensar que estuve allí. ¿Cómo fui capaz?”, explica Agustín Coroy (34 a) quien desde los 8 años perteneció a pandillas llegando a ser un líder de la Mara 18. De 120 jóvenes con los que empezó, 117 están muertos, dos en prisión y solo él en libertad.



Agustín cuenta a Ana Fresse su vida antes y después de las pandillas. 

Relato de vida

Nací en Santa María de Jesús, Sacatepéquez. Mi papá era kaibil y según cuenta mi mamá hacía problema por todo y le pegaba. Cuando cumplí 3 años llegó tomado, se confundió y bebió un veneno llamado Tamaron, falleció. Mi mamá se fue con su papá y se llevó a mis hermanos; yo me quedé con mis abuelos paternos, crecí a puros golpes, maltratos e insultos. Empecé a sentir cólera y odio por todo.

A los 6 años estaba jugando y un primo me insultó, me enojé tanto que le sembré un clavo en la cabeza y hasta me sentí feliz. Mis abuelos y mis tíos me dieron otra golpiza. A los 7 años fue la última vez que acepté que me pegarán, con un cable me dejaron sangrando. Busqué a mi mamá y la encontré con un militar, entendí el porqué mis abuelos me trataban tan mal. Le empecé a reclamar y lo que hizo su pareja fue golpearme con su galil. Llegué llorando con ella y me fui llorando. Juré que me la pagarían” narra Agustín.

A la calle

“Empecé a juntarme con gente de la calle y encontré el vicio, primero fue fumar, luego el tíner, después pegamento, me hacían sentir relajado. A los 8 años un chavo me pidió que le comprará unas chelas, volteé extrañado que me tomaran en cuenta porque mis abuelos me decían que iba a ser un fracasado. Ese joven me tocó la espalda y pensé: Gua, alguien se fijó en mí, fui feliz a comprar las cervezas y encima me dieron Q5. Aquí me quieren. A los 8 años y medio entre a la pandilla como PARO (haciendo favores) y a los 9 ya estaba como soldado; a los 9 y medio tuve mi primera arma de fuego; a los 10 mi primer ingreso en un centro de rehabilitación, donde empecé a entrar y salir; a los 11 me balearon; a los 12 me tiraron una granada. Pero a los 13 ya dominaba el área de Jocotenango y otras zonas de Antigua.

Mara 18 su nuevo hogar

Agustín se fue a vivir con unos tíos en la zona 12 de Villa Nueva; uno de sus primos entró a una pandilla donde hizo clic. Caminó con ellos teniendo 13, 14 y 15 años. A los 16 ya tenía 10 ingresos a la cárcel, edad cuando tomó dos armas de fuego, tolvas y se subió a un bus para ir a matar a su familia que vivía en Jocotenango. Primero acabaría con su abuela, luego con su mamá y hermanos, detuvieron el bus en Milpas Altas, lo registraron, le encontraron las armas y lo apresaron. 

Llevaba documentos falsos de mayor de edad, por decisión quiso ingresar a la prisión de mayores. “Entrar en las cárceles de menores era ir a primaria, yo quería aprender cosas malas”, analizó Coroy. Vivía en Villa Nueva se fue al Gallito para proteger a su familia. Su trabajo en la pandilla era traficar y vender droga. En su época una de sus actividades era cuidar su territorio, no se molestaba a gente trabajadora, como ahora.



Una vida que aún provoca dolor y recuerdos

La policía estaba harta

Agustín no era querido por las autoridades. Una de tantas veces lo capturaron junto con otros pandilleros. Cuenta que lo torturaron y les pusieron capuchones con gamezán. “Pensaron que nos habían matado y nos dejaron en una calle, pero quedé vivo y me recuperé”. Regresó a Villa Nueva y lo volvieron a apresar hasta escuchó como planificaban su muerte. “Pensé, aquí acabó mi vida pandillera y dije: Colocho, si existís que no me maten, solo buscaba pertenecer a una familia, empecé a llorar de rabia”. La gente que conocía a Agustín, incluso a quienes había lastimado, empezó a decir que sabían dónde estaba, por eso no lo mataron y lo llevaron a la Policía. Lo acusaron de doble homicidio y portación de armas, creyó que le darían  9 años de cárcel, pero el juez le dio libertad condicional.

La revelación

Cuando salió de la cárcel le ofrecieron droga y armas, algo en el fondo le decía que no quería eso. Aceptó una invitación para ir a una iglesia evangélica.“Miraba a todos orar y pensé están locos. Vi a los músicos y a dos personas altas brillosas, me salí y seguí en mis andadas”.

“El muchacho insistía en llevarme y me contó que había un servicio chilero. No quería, pero iban a haber jainitas (mujeres) llevé a otros pandilleros y dos armas 9mm. Ellos se fueron y me quedé; una muchacha se sentó a la par, me habló de Jesús y lo mucho que Él me amaba; agaché la cara y le reclamé: Sí existes dónde estabas cuando me pegaban, cuando quería un abrazo; lloré y escuché una voz: cuando te iban a matar estaba contigo; cuando ibas a asesinar a tu familia lo impedí y el Espíritu Santo te apareció porque te amo. Caminé a los líderes se asustaron pues sabían quién era yo, los abracé y expresé: No quiero ser el mismo y que Jesús haga lo que tenga que hacer en mi corazón; sentí que lo malo salió de mí. Cambió mi vida”. 

No obstante, los pandilleros en la actualidad mutaron a ser grupos más violentos y estructurados, que para graduarse e incursionar a las maras incurren en actos como violaciones y desmembración de personas; rito que los deshumaniza. 







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