Relato de los sucesos inexplicables en la casa de al lado (parte II) imagen

Un periodista del Diario de Centro América comienza a seguir la serie de crímenes que parecen estar conectados. Testigos mudos y joyas robadas. Recibirá una invitación de Amado Guzmán.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Tuve que ir a ver la casa para poder relatarlo después de verlo con mis propios ojos. Y allí estaba. Quien me contó la historia, quizás no mentía del todo porque justo allí, en plena zona 1, se encontraba aquel lugar que me habían descrito a través de un mensaje en mi página de Facebook (@JDGodoy95). No puedo asegurar que lo que voy a contarles sea cien por ciento real, pero al menos entretiene a las mentes más inquietas como la mía.

Desde que escribí el “Relato de un espanto en un parqueo de la zona 1”, hubo personas que comenzaron a enviarme sus relatos de “terror” y “misterio” para que los compartiera o simplemente para alimentar mi fanatismo por las historias de hechos que escapan de la normalidad. Así fue como llegó esta historia a mis manos.

Relato de los sucesos inexplicables de la “Casa de al lado” (parte II)

El todavía nuevo Diario de Centro América, había documentado todos y cada uno de los robos y asesinatos que habían ocurrido, como en cadena, iniciando por el de Blanca de García hasta el de don Alberto Marroquín, ilustre empresario comerciante de maderas preciosas. “Con el asesinato de Marroquín, suman cinco los acontecimientos que parecieran estar conectados; y cinco las personas que se han hallado culpables y han sido fusiladas, de acuerdo con los reportes de la policía”, podía leerse en uno de los párrafos de la nota en la página tres del diario. 

Un grito atravesó toda la sala de redacción. Era el jefe y llamaba a Joaquín Ceballos, joven reportero a quien se le había asignado la cobertura de lo que la opinión pública comenzaba a llamar “los asesinatos del joyero”. El caso había llamado la atención, y ya el dueño del Diario (el mismísimo Estrada Cabrera, quien había comprado al periódico y a la Tipografía La Unión a principios del siglo) había levantado una ceja por las publicaciones que, si bien jamás culparían al gobierno por la inseguridad, si dejaban a la vista una atmósfera de crímenes imparables y documentaban que los fusilamientos no habían funcionado para detener a la mente maestra detrás de todo. 

-Ceballos, ¿cómo así que los asesinatos del joyero? ¿Qué clase de analogía es esta?

-Señor, así lo llaman en las calles. Me refiero al caso. La cadena de asesinatos que empezó con doña Blanca de García y que ahora va por don Alberto Marroquín. Están conectados…

-Ya sabe que a los de “allá arriba” no les gustan el tono de estas notas. ¿Está usted implicando una conspiración acaso? ¿Asesinatos conectados? ¿Un mismo artífice detrás de todo esto?

-Así es…

-A todos los culpables se les ha encontrado alguna prenda con sangre de sus víctimas. Al vago aquel le encontraron el pañuelo de doña Blanca, al guardia ese de la penitenciaría un anillo de don Porfirio, el de la fábrica de metales…

-Si, pero todos los crímenes se han cometido siguiendo los mismos pasos. Le explico…

-Ceballos…

-Todas las víctimas han muerto por múltiples puñaladas en el cuerpo. Nunca hay sobrevivientes. Todos los asesinados encajan en el mismo perfil: personas adineradas, con casonas a las afueras del centro. Además, no ha habido crimen exento de un robo de joyas. Por eso, el apodo del “joyero”. Pero lo más importante es esto: a todos los asesinos se les ha fusilado en la Penitenciaría Central… y todos al momento de morir han repetido el mismo coro: “por él y por sus joyas”. ¿Lo ve? El autor intelectual anda suelto, los fusilamientos han sido puro escenario mediático. El gobierno no ha perseguido al verdadero responsable…

-¡Ceballos! Lo que dice es peligroso. Ya sabe a quién no le gustará esa historia, mucho menos en las páginas de este Diario. Le prohíbo ponerle tinta a las palabras que acaba de escupir su boca, tan imprudente como floja. Es más, abandone la historia. A partir de hoy enfóquese en cubrir el desfile y “Las Minervalias”, que se acercan. 

-Pero…

-Ni una palabra más. He dicho. 

La historia había quedado enterrada por una simple orden. El Diario de Centro América ya no hablaría más de los crímenes, mucho menos de las teorías que mataban el sueño de Ceballos, noche tras noche, sabiendo que el autor de al menos cinco asesinatos dormía plácidamente en algún lugar de la aún pequeña Ciudad de Guatemala. 

El sábado siguiente, el reportero dejó su pequeña habitación para aventurarse a la calle y entrevistar a cuantas personas quisieran hablarle de los asesinatos. Lo haría de manera independiente y si lo publicaba, sería bajo un pseudónimo en algún tabloide sin conexión con el Diario. Era un joven curioso, pero no idiota. Estrada Cabrera no se tentaría el alma de saber que un mocoso periodista había publicado una historia que culpaba a un gobierno que, aunque se jactaba de poderío, era incapaz de capturar a un sinvergüenza que estaba robando las joyas y las vidas de las personas más adineradas de la Guatemala de principios del siglo XX. 

Tuvieron que pasar cuatro sábados más y un nuevo asesinato y robo de joyas para que Ceballos diera con la fuente adecuada. Hace tres días habían asesinado a doña Claudia de Arrazola y a su único hijo, Patricio. El viudo, comerciante de textiles, los había encontrado en una de las salas de la mansión Arrazola, con múltiples perforaciones en el cuerpo y, claro, no había rastro de las joyas. El supuesto culpable había sido fusilado al día siguiente. Una prostituta del sur de la Ciudad que había muerto coreando, sin miedo, “por el mago y sus joyas”. Otro asesinato más, otro robo más, otro fusilado más y el mismo autor libre. 

Ese sábado, Ceballos llegó a una abarrotería de la esquina, abatido por la falta de información, enfadado por el miedo de los transeúntes y nervioso porque el “joyero” seguía suelto. Tras beber hasta convertir su fatiga en energía y una futura resaca, contó su miseria a la señora de la tienda, quien lo escuchó como quien escucha una historia prohibida. La señora ya estaba acostumbrada a ello. 

-Yo fui quien llamó a la policía con el primer asesinato que usted menciona. Ese vago del Josefo llegó a relatarme el crimen, a plena luz del día.

-¿Qué dice?

-Lo juro. Pero le cuelgo si me cita en su historia. 

-Nadie se enterará de esto. Cuénteme, ¿Josefo, el vago, le confesó el crimen? ¿Le dijo algo sobre el suceso? ¿Quién fue el autor intelectual?

-Muchas preguntas. Mire joven, yo lo único que sé es lo que Josefo me contó. El jura que…

-Señora…

-Jura que quien asesinó a doña Blanca de García fue el que… vive en la casa de al lado.

El tono silencioso con el que la señora pronunció esas últimas palabras fue suficiente. El apodo correspondía a un personaje tan conocido como desconocido a la vez: Amado Guzmán. Si los cabos lograban unirse, quizás ese personaje de tanto poder y tanto misterio podría ser “el joyero” y la historia del joven reportero pasaría a comprobarse. Solo le faltaba encontrar a otros cinco testigos que, como la señora, hubiesen escuchado lo mismo: que Amado Guzmán había sido el autor de los crímenes. 

Más preguntas y algunas entrevistas clave hicieron que Ceballos, dos sábados más tarde, reuniera lo necesario para contar su historia. En todos los casos vinculados al joyero (el de doña Blanca, don Porfirio, el matrimonio Juárez, los hermanos González, don Alberto Marroquín y el más reciente, el de doña Claudia y su hijo Patricio) el asesino había confesado a alguien más que Guzmán le había obligado a hacerlo. Sin embargo, ninguna fuente estaba dispuesta a que su nombre quedara como testigo. El miedo era permanente y ser mudo era el mejor escudo cuando se trataba de acusar al dueño de la casa de al lado. 

A Ceballos solo le faltaba contrastar su historia. La única pieza que quedaba floja para que su historia fuese creíble debía narrar su versión. En otras palabras, Ceballos tenía que entrevistar a Amado Guzmán. Y el valiente reportero se disponía a hacerlo, pero nuevamente, el misterioso personaje -que todo lo oía y todo lo sabía- fue más veloz. Un miércoles, al regresar de una jornada dura en el Diario de Centro América, Ceballos encontró una invitación en su buzón. Le habían invitado a beber y a fumar a la casa de al lado. La invitación estaba firmada por el mismísimo personaje. 

Y como decían por allí, nadie le negaba nunca una cita a Amado Guzmán… 


(Continuará)

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