No me gustan los perros imagen

Por alguna extraña razón no me gustan los perros, me incomoda mucho cuando ponen su hocico en alguna parte de mi cuerpo. Tampoco me agrada que me persigan y menos que ladren.

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Por alguna extraña razón no me gustan los perros, me incomoda mucho cuando ponen su hocico en alguna parte de mi cuerpo. Tampoco me agrada que me persigan y menos que ladren.

De niña tuve algunos intentos fallidos por tener uno. Recuerdo que cuando estaba en el colegio nos regalaron un cachorro, el cual no nos dejó dormir dos días y lo terminamos regalando. No recuerdo ni siquiera el nombre con el que lo bautizamos.

No sé si fue algo que me enseñaron o simplemente es algo con lo que se nace. Casualmente a mi mamá tampoco le gustan.

El punto es que cuando nació Isabela, mi hija mayor, mi idea principal era romper con algunos estigmas con los que yo había crecido. Aunque los padres incidimos en muchos de los gustos de nuestros hijos o en las cosas que los definirán de adultos, a veces trato de que no sea la regla.

Que tuviera contacto con perros y que ella decidiera si le gustaban o no, era una misión que estaba dispuesta a cumplir. Desde pequeña he tratado que cuando vemos uno lo toque, que el perro le lama las manos y sin temor a que se enferme no lavárselas. Debo confesar que la primera vez que dejé que lo hiciera me dieron microinfartos, pero los superé con éxito.




Recuerdo una vez que fuimos a la casa de un amigo y a mí se me salió decir enfrente que no me gustaban. “Qué perro tan molesto, no me gustan”, expuse. El otro día, Isabela repetía casi lo mismo: “Mami, no me gustan los perros”.

Esa vez me tomé el tiempo de explicarle que si a mí no me gustaban, ella podía tomar la decisión de pensar lo contrario. Y así ha sido, veo una conexión especial entre ella y los perros, que me gusta y disfruto.

Siento que he cumplido una misión importante como mamá. Quizá no sea la más significativa dentro de mi crianza, pero para mí es una manera de romper con una cadena que se pudo haber heredado a una generación más.




A la edad de Isabela (5 años), difícilmente le dejarán de gustar. Me llena de gran emoción verla tan vinculada con los perros rescatados y sus historias.

Me pide constantemente un perrito para tener en casa. Un paso a la vez y tal vez nos demos el chance de tener uno. Aún no me siento lista. Una amiga me dice que debo comenzar con quitarme de la boca la frase de: “No me gustan los perros”, y creo que hoy es el momento de empezar con mi perroterapia. 

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