No les pusieron una pistola en la cabeza imagen

Es una frase que siempre escucho cuando se habla de acoso sexual hacia las mujeres, a propósito del escándalo mediático que suscitó la narración de los testimonios de varios periodistas.

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Es una frase que siempre escucho cuando se habla de acoso sexual hacia las mujeres, a propósito del escándalo mediático que suscitó la narración de los testimonios de periodistas que se sintieron acosadas sexualmente por el director de un medio de comunicación.

Y esto vuelve a poner en la palestra del debate: ¿Fue realmente acoso si ella lo besó? ¿Fue realmente acoso si ella al fin subió a su habitación? ¿Fue realmente acoso si se acostó con él?

Hay otras preguntas más interesantes alrededor de las mismas acusaciones hacia las mujeres: ¿Qué tuvo que hacer él para que ella accediera a besarlo? ¿Bajo qué contexto ella subió a su habitación? ¿Por qué crees que después de que alguien accede a tener relaciones sexuales se siente mal y le da asco? 

“Pero no les pusieron una pistola en la cabeza”. Frase maldita que repiten muchísimas personas cuando se les acaban los argumentos y no pueden comprender el acoso porque quizá jamás lo han vivido o lo han vivido y ni cuenta se han dado.

Hace ya una década, yo me disponía a tener el primer trabajo de mi vida. Estar en un medio de comunicación serio y prestigioso era un sueño hecho realidad. En esa oportunidad, durante los primeros meses, empecé a recibir unos mensajes bastante incómodos de otro periodista que era 15 años más grande que yo y con una carrera más reconocida que la mía, por supuesto.

En ese momento los mensajes me incomodaron mucho, pero no tenía el valor de decírselo. Mi temor más grande era que yo le cayera mal y que hablara mal de mí o que no me ayudara si en algún momento lo necesitaba.

Se lo confié a un compañero de trabajo, quien me animó a que se lo dijera y que me quitara el miedo. Así lo hice y traté de redactar un mensaje de texto lo más amigable posible, pero contundente: “No me gusta que me envíe ese tipo de mensajes”. Lo mío no trascendió al acoso, la otra parte entendió muy bien mi mensaje y las cosas quedaron claras.

¿Por qué cuento esto? Aunque mi historia no trascendió, siento gran empatía con las víctimas que narraron cómo el director de este medio de comunicación las condujo a hacer cosas que probablemente no deseaban. Más aún en estado de vulnerabilidad: con unas copas de más, sin internet, con una mochila atrapada en el cuarto de él, sin la posibilidad de pedir un Uber o con el miedo a caerle mal y que eso afectara su carrera profesional.

Sentir ese miedo por la admiración o el prestigio del victimario es posible, aunque para muchos es acoso si le ponen una pistola en la cabeza.

Hace unos años, en una reunión entre compañeros de trabajo, a mis 35 años y con un mejor puesto laboral tuve la oportunidad de decirle a uno de los jefes, en su cara y enfrente de un grupo, que lo mínimo que esperaba de él era que me respetara, después que insinuó que me sentara en sus piernas.

Sin miedo y sin temor a perder mi trabajo, lo hice y todo volvió a la normalidad. Pero esa soy yo, hoy; hace diez años era más vulnerable y con miedo de escribir un mensaje que dijera cuánto me incomodaban esos piropos de poemario barato que llegaban a mi celular.

En 2017, ONU Mujeres Guatemala presentó un estudio sobre acoso en Guatemala, donde el 100 por ciento de las mujeres entrevistadas había sufrido de alguna forma acoso sexual durante su vida.

¿Por qué es más fácil creerle al tipo que dice que no tuvo intenciones sexuales con alguien mientras le insistía en un masaje tántrico y no a la víctima que se sintió incómoda con las propuestas que le hizo?

Por favor, dejemos de decir que para que sea acoso necesitamos tener una pistola en la cabeza. Es el argumento más burdo e ignorante que he escuchado. 

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