Migración y empatía imagen

Centroamérica es el área geográfica pobre de un continente donde la abundancia en recursos naturales es directamente proporcional a la…

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Centroamérica es el área geográfica pobre de un continente donde la abundancia en recursos naturales es directamente proporcional a la precariedad con la que vive una gran parte de su población. El Índice de Desarrollo Humano, elaborado por las Naciones Unidas, arroja que Honduras está a la cola de Centro América y se sitúa en la posición 132 de 188 naciones.

Le siguen Nicaragua; 128, Guatemala 127; y El Salvador 124. De los países del Istmo solo Costa Rica supera la posición 100 y se coloca en el lugar 62. En palabras sencillas, este indicador mide la calidad de vida de los habitantes de cada nación. La crisis económica y sanitaria, suscitada por la propagación acelerada del Covid19, desnudó la incapacidad de los estados pobres de hacerle frente a las necesidades de sus ciudadanos y de esta forma evitar el incremento de la pobreza en sus territorios.

Tras un 2020 para el olvido los países centroamericanos empeoraron sus indicadores sociales, se incrementó la pobreza y el desempleo. Este trágico escenario obliga a miles de personas a buscar de forma desesperada mejores condiciones de vida para ellos y sus familias.

En este desolador contexto reaparece en escena la caravana de migrantes que se abre paso desde su natal Honduras, hasta Estados Unidos. Los obstáculos: las fronteras con Guatemala y México y por supuesto, todas las hostilidades que se aparecen en un caminar, no solo agotador, sino repleto de estigmas y prejuicios.

Es doloroso ver como las personas huyen de sus territorios en busca de una mejor vida, sin importar los riesgos que este periplo conlleva. Estos grupos dejan atrás una vida, sus pertenencias, sus casas y sus familias. ¿Un poco de empatía es demasiado pedir para ellos?

Guatemala está repleto de ciudadanos cuyos abuelos vinieron exiliados desde Europa, huyendo de guerras y penurias, durante la primera parte del siglo XX. Ahora estos hijos y nietos gozan de los privilegios que un pasaporte primermundista les ofrece, tanto para desplazarse como turistas por el mundo, como para intentar migrar con fines profesionales y académicos.

Nadie juzga a estas personas, yo tampoco lo haré. Es comprensible que todos queramos buscar en otros territorios mejores oportunidades académicas y profesionales. De hecho, simpatizo con estas personas, pues aún con mi pasaporte tercermundista he tenido la oportunidad de formarme lejos de nuestras fronteras.

Por ello creo necesario construir la misma empatía tanto para unos como para otros. Acoger a los hondureños como alguna vez recibimos a los europeos que huían de las guerras. No los estigmaticemos, no los prejuzguemos, no son delincuentes, son personas que quieren una oportunidad, como la que a diario buscamos muchos en Guatemala, con algunos otros matices.

Desde este espacio, solicito a los que se atrevan a leer estas letras mucha empatía y humanidad para un grupo de personas, cuyo dolor es y ha sido tan grande, que han preferido correr un riesgo inminente con el único objetivo de alcanzar lo que todos queremos en la vida: una oportunidad para vivir mejor.  

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