Mi madre…mi alma imagen

Mi mamá nació con la Revolución, creo que por eso siempre ha sido contestataria, irreverente y hasta por momentos terca.

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Teniendo 38 años de edad, la forma común de describir a mi madre sería la de una dulce viejecita, virtuosa de la cocina y pausado discurso. En mi caso eso no es cierto. Mi madre es la condensación de 155 centímetros de comentarios ácidos, estridentes gritos y soluciones simples.

Mi mamá nació con la Revolución, creo que por eso siempre ha sido contestataria, irreverente y hasta por momentos terca.

A sus 73 años mi mamá sigue desayunando en el mercado de La Palmita, recibiendo clases de pintura en un salón comunal y participando de cuanto cuchubal encuentra.

Mi mami fue formada por religiosas, pero inspirada por la Novicia Rebelde. Un día encontré en un cajón su cédula de vecindad, la cual parecía haber sido llenada por un escribano de la corona española.

Mi madre valora lo básico y atesora lo simple. Mis calificaciones nunca fueron un orgullo para ella, pero sin duda lo más importante es que yo fuera respetuoso, deferente y educado con las personas.

Alguna vez osé llamarla Doña Aura Consuelo, el error lo pagué caro, ya que no reparó en recordar a mi progenitora, sin importar ser ella misma.

Mi mamá es una emprendedora por naturaleza. Siendo muy joven puso un salón de belleza, sin importar la crítica de mis abuelos se fue de Guatemala para seguir a mi papá, tuvo carretas de Shucos, vendió Avon y en todo fue exitosa.

Mi mamá adora los adornos franceses, esas figuritas de amplios vestidos con delicados detalles dorados. Mi casa siempre estuvo pintada de Blanco Hueso y con un zócalo negro de pintura de aceite, según ella para no manchar la pared al trapear.

Doña Connie es dulce cuando quiere y ácida aunque no quiera. Mi mamá es de esas personas que no le fallan a los demás, su promesa es más importante que una firma y su amistad es sincera, profunda y desinteresada.

Un filósofo griego aseguraba que el ejemplo no es una forma de enseñanza, sino la única. De mi mamá aprendí a pagar mis deudas, honrar mi palabra y servir a mi comunidad. De mi madre aprendí que nadie es tan grande como para agachar la cabeza, pero tampoco uno es nunca tan importante como para ver a alguien de menos.



Mi mamá me llegó a ver durante una transmisión en vivo… es una de las poca veces que me ha visto trabajar. 

Hace un par de años mi mamá se enfermó. Su cuerpo se debilitó y su mente voló por algún tiempo. Ver a mi mami sin la luz de sus profundos ojos verdes fue devastador. Nunca me había sentido tan solo, ya que sin importar lo que pase en mi vida, ella siempre está allí.

Hoy me doy el gusto de comer una o dos veces por semana con ella. De vez en cuando la llevo a comer un sándwich de pollo a la Cafetería Palace y cada domingo espero que deje en la puerta de mi casa una bolsa con chiles rellenos.

Mi mami no sabe usar Facebook, pero compró un iPhone para leer mis publicaciones. Hace tiempo se compró un equipo de sonido para escucharme en la radio, pero nunca ha logrado sintonizar la estación. Lo peor fue la tele, ya que aunque estuve al aire casi diez años, mi mamá me veía poco, ya que a su entender salía muy tarde y a ella le daba sueño.

Cuando yo era un niño mi mamá nunca se tomó la molestia de sentarse conmigo a enseñarme a escribir o a pintar, pero verla ahora discutir con mi nena de cuatro años es sumamente gracioso. No es por ser chismoso, pero mi mamá por fin encontró la horma de sus zapatos.

No tengo certeza de cuánto tiempo más tendré a Doña Connie conmigo, de lo que sí estoy seguro, es que voy a disfrutar cada minuto que pueda a su lado. Gracias por todo mami.

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