Más allá de la muerte imagen

Un hombre que sale del estado catatónico maldice a su familia desde la tumba. Desde ese mismo momento sus descendientes reciben una herencia inesperada.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

A Israel lo enterraron precipitadamente. Su larga agonía, las cosas que dijo en su delirio final, agotaron el amor y la energía de sus hijos y la paciencia de nietos y bisnietos. Fue tanto el agobio que ninguno quiso hacerse cargo de organizar el velatorio. Último superviviente de cinco hermanos, fallecido el último hacía más de tres décadas, Israel llegó a los noventa y seis años con la cabeza lúcida y una constitución de toro. Algún goteo lacrimoso, incipiente, áspero y disperso de alguno de sus descendientes, fue el último homenaje a una vida más que productiva. Solo Mariana, la mayor de sus bisnietas, protestó recordándole a todos que “su papito” había pedido que antes de inhumarlo “se aseguraran que ya había muerto y que no estaba catatónico.” Ninguno le hizo caso.

Cuando Israel abrió los ojos se dio cuenta inmediatamente que lo habían enterrado vivo. Poco menos de media hora luchó con el horror en la oscuridad. Aun debilitado por el largo padecimiento, rasgó los forros de la caja, la cual arañó desesperadamente, dejando las uñas incrustadas en la fina madera. “Malditos, y mil veces malditos… los perseguiré más allá de la muerte,” gritó, mientras se daba vuelta dentro de la caja, tratado de encontrar un punto por dónde abrirse paso. Así lo encontraron cincuenta años después cuando lo desenterraron para trasladarlo al osario.

Israel Antonio, su hijo de setenta y siete años, abrió los ojos hacia el filo de la media noche. Se sentó en la cama tratando de alcanzar un vaso con agua. “Más allá de la muerte”. Una desesperación lo invadió seguida de una certeza. Habían enterrado vivo a su padre. Fue lo último que llegó a repetir. Cayó al suelo preso de un derrame cerebral que lo dejaría parapléjico el resto de su vida. Las pesadillas y la conciencia le durarían hasta el final, que llegó cinco años después. El pensamiento que precipitó el último infarto fue que “en el más allá iba a enfrentar a su padre”. Cuando Israel Antonio abrió los ojos supo que lo habían enterrado vivo. 




Delia, la segunda y última hija viva de Israel, despertó a la misma hora que su hermano Israel Antonio. “Mi papá, lo enterramos vivo”. Irreflexivamente despertó a su hijo mayor y lo urgió para que fueran juntos al cementerio a desenterrar a su papá. “Mamá, sufriste una pesadilla”. Un poco confundido por el sueño, el hijo llevó a madre al campo santo. En su confusión se pasó un alto. Cuando Delia despertó fue para enterarse que su hijo se había matado en el accidente. Fue tanta la pena y tanto lo que lloró, que al poco tiempo murió. Abrió los ojos en la tumba.

El resto de los protagonistas, desde aquel día en el que enterraron al patriarca de la familia, padecen pesadillas horrendas. Todos coinciden. Ven a Israel retorciéndose en su caja, desollándose la piel por la desesperación, lacerando sus manos en la madera de su urna. Y, finalmente, todos los descendientes, más tarde o más temprano, cuando abrieron los ojos, se dieron cuenta que los habían enterrado vivos.  

Todas las noticias, directamente a tu correo

Recibe todas las noticias destacadas de Relato.gt, una vez por semana, 0 spam.

¿Tienes un Relato por contar y quieres que nosotros lo hagamos por tí?

Haz click aquí
Comparte
Comparte