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Es 24 de diciembre, unos minutos antes de convertirse en 25. Empiezan a sonar los cohetes y fuegos artificiales. La música y la risa de las familias cercanas se cuela por las paredes. En su casa no había pavo, pierna, o tamal. Un plato de cereal con leche fría, un rato de televisión, se apagan las luces a dormir, pero no se duerme.

Hace el intento por pasar un día normal, pero con tanto ruido no se puede. Afuera es un carnaval de familias y amigos celebrando, adentro parece un funeral vacío. Esta es la historia de Martina, quien a sus 32 años ya lleva varias navidades sola. Su familia está lejos, geográfica y emocionalmente. Sus amigos ya tenían otros planes.

“Usualmente, la soledad no se siente. El trabajo, el gimnasio y los amigos me mantienen ocupada”, dice Martina. “Pero es en estas fechas que no puedo ignorar cómo me siento”.

Por momentos se siente triste, pero se recuerda de sus amigos. “Escribí en Facebook que pasaría la Navidad yo solita, pero no para quejarme, sino como acto de valentía”, recuerda con una sonrisa. Mientras intentaba quitarle valor a ese día, Martina recibió más de 10 invitaciones a casas de amigos para no estar sola. “Sin darme cuenta, yo era la más ocupada de todos”.

“Me armé de coraje y visité la casa de mis diez amigos. Todos me dieron regalos, el Uber venía repleto de galletas, tamales y trastes con pavo. Creo que tengo comida para el resto del año. Justo cuando uno cree que no hay nadie, siempre hay alguien”.

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