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Dormida, quizás soñando con los escenarios, su familia, amigos, su mascota (que se le adelantó un día), en fin, emprendió ese viaje hacia el misterioso territorio de los sueños paralelos. El ambiente teatral de Guatemala está verdaderamente de luto, su ausencia física provoca oscilaciones emocionales de distinta índole.

Vacío ¿miedo? Incertidumbre, es difícil determinarlo. Lo que sí queda claro es que, con su migración al infinito se apaga una refulgente luz.
La primera actriz que tuve el honor de conocer era una mujer de contrastes. Fuerte como el granito y delicada como la más rara de las orquídeas. Contundente. Poseedora, como verdad absoluta, del hecho escénico. Sus personajes, vitales por su esencia orgánica, telúricos, en esa energía explosiva que emanaban, dejan con su ausencia una enorme oquedad en el panorama teatral contemporáneo.


María Teresa fue una artista versátil. No hubo medio que no conquistara y rol que no sacara adelante en películas, anuncios de televisión, comedias y otros encuentros diversos en programas de televisión o radio. Su hija Gretchen posteó en su Facebook, con la lucidez que la caracteriza, que “…ella era de todos…”, y en efecto, María Teresa Martínez se codeó con pintores, escritores, bailarines, músicos e intelectuales de alto relieve. A ello, sumemos que poseyó chispa y agudeza, lo que redundó en buenas, gratas e inolvidables conversaciones.


María Teresa se constituyó en el ejercicio de la profesión en el eslabón donde se traslaparon las artes escénicas del pasado con las del presente. Su entendimiento del hecho escénico nos llevó a preguntarnos si Lorca había tenido algún tipo de revelación y, a partir de eso, escribió ciertos papeles que ella asumió como parte de una segunda piel. María Teresa actuó con todos y para todos. Fue una estrella sin que ese halo se le subiera a la cabeza. Fue maestra, amiga y compañera. De allí la zozobra que nos provoca su ausencia.


El Tenorio, que no se queda huérfano porque le pasó hace un año la estafeta a Gretchen, es una tradición vinculada a los Martínez. Los últimos 15 años, cada fin de octubre y principios de noviembre, fue el ritual que llevó a adultos y jóvenes al teatro. Sin embargo, es importante recordarlo, la primera vez que Alberto Martínez la presentó fue en 1924. Creo que si una obra define la elegante esencia de la palabra y el respeto a la tradición que habitó en el corazón de María Teresa es esta obra escrita por Zorrilla. Este odioso 2020 y su pandemia cerró los centros culturales. Sin embargo, pienso, que el año entrante cuando la vuelvan a subir al escenario, el mejor homenaje que se le pueda hacer a nuestra primera actriz y directora será el ir a verla masivamente.


Descanse en paz… usted seguirá viva en nuestros corazones.

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