Lo que sucedió en la vieja cantina de la calle olvidada (IV) imagen

¿Qué pasó en la cantina “Querida Mía”? La historia detrás del fracaso empresarial de Fausto Vásquez, le da contexto a la historia del corbatín rojo y un Emilio confundido.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Se sentó de nuevo en el sillón azul. Aunque escribía fantasías y vivía por historias ficticias, Emilio era un escéptico cara al mundo real, ese que lo mantenía trabajando en una cantina y aferrado a un barrio nada atractivo. 

Tras ponerse el primer pantalón que encontró y guardar el mensaje en una de las bolsas, bajó al bar para tomar un poco de dinero y salir a comprar algo para desayunar. Llegó a la barra y abrió la caja fuerte. Apenas un par de desgraciados billetes hacían fila en el oxidado cubo de metal que alguna vez había representado una fortuna. Tomó un billete y se llevó la mano al pecho. No tenía camisa. Sonrió para sí y subió a la habitación para vestirse.

La ciudad en la que estaba la cantina de los Vásquez había sido, hace unos años, un destino imperdible. Personas de todas las regiones del país llegaban a degustar de la rica gastronomía, imperdibles vistas y recorridos por la ciudad, tan medieval y bien conservada que parecía transportar a cualquiera un par de décadas al pasado. La vida nocturna era una actividad cotizada, y esa había sido una de las razones – si no la principal – para que “Querida Mía” surgiera de la noche a la mañana y diera a Fausto Vásquez una vida de ensueño, claro, antes de la tragedia.

Ocurrió una calurosa noche de abril. El incendio arrasó con casi toda la ciudad, destruyendo cada obstáculo en su camino. Lo que alguna vez había sido un sitio imperdible, ese día se convirtió en un desierto de cenizas, llantos y desesperanza, sumidos todos en una nube gris tóxica. Todo había comenzado unas cuadras al norte de “Querida Mía”. Días después del incidente, todos manejaban distintas teorías sobre la causa. Lo único certero era que había comenzado en la pequeña iglesia de la esquina. Algo se había quemado de una manera tan veloz y mordaz que se había descontrolado y, sin bastarle consumir la estructura entera junto con el desdichado cura, se había extendido por las desdichadas calles y casas. 

Emilio tenía exactamente quince años cuando sucedió todo. Lograron salvarse, como otros vecinos, huyendo a las afueras mientras de reojo miraban como el fuego consumía sus vidas. Ese año los Vásquez habían perdido todo. La cantina sobrevivió más de lo esperado y Fausto decidió invertir lo poco que les quedaba en ella, una decisión empresarial nada acertada, ya que luego del incendio, la ciudad había pasado de ser una postal a un cementerio. Pocos se quedaron a reconstruir el lugar. Las autoridades les dieron la espalda. Los vecinos migraron y algunos barrios quedaron completamente abandonados. Una crisis nacional cinco años después, obligó a algunas víctimas a regresar a aquel devaluado pueblucho, en donde conseguir una propiedad era más barato. Esa pequeña afluencia de personas parecía prometer mejores clientelas a “Querida Mía”, pero fue solo un sueño nefasto. La gente no tenía dinero y así, comenzó el vicio de Fausto y la miseria de Emilio. 

Con una camisa puesta regresó al bar solo para encontrarse con una horrenda sorpresa. La caja fuerte estaba abierta y vacía. Pero sus ojos se enfocaron en la gaveta donde guardaba todas sus servilletas y papeles amarillentos, dueños de sus escritos: estaba abierta y sin ninguno de ellos. Emilio montó en cólera. Rápidamente comenzó a revisar el lugar. No había ninguna ventana ni puerta abierta. La cantina estaba completamente vacía. Pensó entonces en la única persona que se le venía a la mente: el hombre del corbatín. Sintió un golpe de adrenalina y luego de tomar el corbatín, salió a la calle a buscarlo. 

Continuará…

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