LA SEÑORA DE LA SALA imagen

LA MUJER DEL LA SALA. Por Guillermo Monsanto Silencio. A esas horas de la noche en aquella casa no se…

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LA MUJER DEL LA SALA. Por Guillermo Monsanto

Silencio. A esas horas de la noche en aquella casa no se escuchaba ni un ruido. Quizás, ocasionalmente, el ronquido aislado de la abuela que solo conseguía acentuar el ominoso silencio con su graznido profundo y alargado. El zaguán empedrado con pulidas lajas albergó, hace 150 años, una calesa de dos ruedas que fue la envidia de media Guatemala.

Los gemelos, inquietos en sus camas, comienzan a soñar al unísono.

Al frente del ingreso, el primer patio, con la ventana del comedor en forma circular. A la derecha, la sala y, a la par, las escaleras que conducen al segundo nivel en donde duermen Antonio, Mariza su mujer, en el cuarto principal y, en la habitación contigua, la bebé, a la par de un baño adaptado en lo que fue una de las bodegas del caserón. En el primer nivel, abajo de las gradas, la mesita con el teléfono, el antiguo directorio, un lapicero y un block de notas. Todos, supervivientes, de una época rebasada por la tecnología digital.

La respiración de los cuaches se agita. La puerta de la sala, frente corredor que va hacia las entrañas de la casa se abre muy despacio. En el interior del recinto solo hay oscuridad, pero ellos, en sus sueños, saben que ahí hay alguien.

Frente a la puerta de la sala, que siempre está con llave ya que solo es para recibir a las visitas importantes, se extiende el pasillo matizado a la izquierda por otras puertas, el primer patio a la derecha y a partir del tercer juego de puertas la entrada al comedor. El resto de la casa tiene diferentes espacios a ambos lados del corredor, hasta topar, al fondo con la cocina a la derecha y frente a ella, el cuarto de cachivaches. La puerta al área de servicio desvela las dimensiones de aquella vetusta mansión, que sigue adentrándose hasta el fondo.

Una mujer, velada de pies a cabeza, sale silenciosamente de la sala. José Carlos y José Manuel, se revuelven en sus camas. Saben, sin saber por qué, que aquella silueta se dirige a su habitación. Pasa frente a la primera puerta de la izquierda, la biblioteca familiar y se detiene unos segundos frente a ella. Pasa por la ventana de la habitación agitando las plantas. La segunda puerta y ventana, el cuarto de los abuelos. El tercer juego, la sala de ver televisión, frente al comedor. Se detiene.

Los niños escuchan el tic tac del reloj del comedor. Ese aparato, famoso por su silencioso tic tac, se escucha con un eco insoportable. Para terror de las criaturas, los sonidos comienzan a acelerarse disonantes. Hay algo amenazante.

Siguiente puerta, la del cuarto de los niños. La abre. Ambos gritan al unísono con la intensidad que solo el terror puede provocar. El alarido de los infantes despierta a todos en la casa. El primero en llegar es su padre que los encuentra abrazados llorando “¿Hijos qué pasa?” “Viene por ti, papá”, dice José Carlos “¿Quién viene por mí?” José Manuel señala detrás de la puerta. La mujer le extiende la mano, Antonio cae desvanecido en los brazos de la muerte.

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