La “muchacha” come en la cocina imagen

Nos hemos acostumbrado a que la persona que nos ayuda en casa come en otro lugar, lo normalizamos a tal grado que ya ni siquiera nos preguntamos ¿Por qué?

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Crecí con esa práctica y me acostumbre a no cuestionarla. Iba a casas de amigos y la dinámica siempre era la misma: una joven uniformada que servía los alimentos en la mesa y que se retiraba obsecuente a la cocina a la espera de recoger los platos sucios de los comensales para posteriormente lavarlos y hasta después sentarse a comer. Desde luego en la cocina o en otro espacio físico distinto, lo suficientemente separado de donde se servía el banquete principal.

Hace unos 27 años (más o menos) estaba sentado en el comedor de la mesa de un amigo y cuando iba a llevarme los alimentos a la boca, el menor de los hermanos, quizás un niño de unos 5 años, reparó en algo gravísimo: utilizaba los cubiertos de la “muchacha”. Todos rieron a carcajadas y yo les secunde con indolencia.

Dicha apología al clasismo y a la discriminación fue comprendida por mí muchísimos años después. Lo que me sorprende es haber almacenado ese recuerdo con tanta lucidez. Crecí y normalicé también el término de “muchacha” para referirnos a la persona que nos brinda un apoyo con las tareas del hogar. Me acostumbre al pronombre posesivo: “mi muchacha”. 




Nunca lo cuestioné, me acostumbre a ver a la “muchacha”, una jovencita casi adolescente, sentada en la cocina a la espera de su turno para comer. Era muy normal a verle despierta desde las 5 de la mañana, momento en que preparaba el desayuno de todos, y observar que se iba a dormir más allá de las ocho de la noche, tras recoger los trastes sucios de la cena para lavarlos. Es decir después de una jornada mixta extendida de 15 horas, lo que equivale casi a dos días de trabajo.

Crecí y decidí erradicar esa política infundada en mi modus vivendi, decidí contratar a una persona que me ayuda unos días a la semana, solicitarle que llegue por la mañana y que se retire antes de las 16 horas.

Decidí también que el desayuno sabatino debía ser una tarea colaborativa donde entre todos nos distribuimos las funciones de modo que, en lo que la persona que nos ayuda, prepara los frijoles, mi suegra hace los plátanos, mi hija pone la mesa y yo preparo los huevos y el café.

Esta función cuasi cooperativista finaliza con un rico desayuno donde todos compartimos los alimentos con una tertulia de sobremesa.

¿Por qué?

No pretendo juzgar el modus vivendi de nadie, en principio reconozco que yo fui parte de este círculo vicioso y admito que muchas veces no hay ninguna mala intención en estas prácticas, pues simplemente replicamos patrones de los modelos aprendidos y heredados.

No digo que las personas que hagan esto sean malas, seguramente hay muchas que son mejores seres humanos que yo, pero invito a que reflexiones, alrededor de este tema con una simple pregunta ¿Por qué?

¿Por qué esa persona que es tan importante en nuestras vidas no puede comer con nosotros? ¿Por qué tenemos que uniformarle? ¿Ella quiere estar uniformada o prefiere vestirse de otra forma? ¿Ya se lo preguntamos? ¿Por qué debe comer con otros cubiertos? ¿Acaso tiene una enfermedad contagiosa? ¿Por qué tiene que tener jornadas tan extendidas? ¿Podemos darle un horario de hasta 8 horas y no más? ¿Sería eso más justo?

A veces replicamos patrones sin cuestionarles el por qué o sin preguntarnos si eso que repetimos es el modelo correcto, si eso es lo que quisiéramos para nosotros y nuestros seres más amados. Y usted ¿Ya reflexionó al respecto? 

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