La mitad de la vida imagen

Monsanto cabildea sobre la mitad de la vida y en qué momento comienza el descuento hacia el punto final de partida.

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Ocioso y sin nada productivo que hacer en bien de la humanidad, me puse a pensar en tonterías. Una cosa me llevó a la otra y cuando caí en cuenta, estaba calculando en qué momento habían vivido la mitad de la vida varios de mis seres queridos. Los resultados no dejaron de provocarme escalofríos. Mi abuelito Guillermo, nacido en 1900, llegó a la mitad del camino el año de la “Revolución de Octubre”. Mi abuela Luz, en 1955. En otras palabras, yo llegué a ellos cuando estaban en descuento. Más inquietante aún, mi mamá arribó a esa frontera al cumplir sus 36 primaveras, cuando yo apenas tenía 16. Esa mitad, entonces, la entiendo como un período de resta en la que nuestro cronómetro empieza a correr en contra nuestra.

¿Qué haríamos los Homo sapiens si supiéramos el momento justo en el que cruzamos esa frontera? Ese lindero cuyos límites ignoramos y que, finalmente, parten la existencia en dos etapas simbólicas ¿Seríamos mejores personas? ¿Buscaríamos un equilibrio que desembocara en la felicidad como meta efectiva para sobrellevar esa otra mitad que nos queda? ¿Maduraríamos?

He conocido, en mi entorno familiar, al menos tres personas que sobrepasaron los 100 años. Todos, con la mente clara, y con achaques asumibles. Qué hubieran pensado si a las 53 primaveras alguien les hubiera dicho que, apenas en ese momento, habían traspasado ese lapso. Y que esto significaba que superarían con holgura la vida de sus mayores, todos sus contemporáneos y hasta la de sus familiares y amigos más jóvenes.

El miedo a la pérdida, a la separación del alma, cuando se aproximara el momento ¿nos volvería locos? Sin necesidad de pensar en esas cosas relativas a nuestra edad, siempre hay una aprensión latente que nos hace meditar en la muerte como la despedida física de nuestros seres amados. Uno puede encontrar resignación, sin embargo, siempre está la necesidad del abrazo, de contacto físico, de un beso que nunca más se va a poder sentir, que acompañará nuestras nostalgias a través del turno terreno. Alguien dijo que la vida es finita y que la muerte es eterna. Que nuestros seres amados seguirán existiendo mientras los vivos los recuerden. Y esto último, acaba en apenas tres generaciones.




En lo personal tengo la convicción de haber vivido ya la primera mitad de mi existencia. Que, para todo lo que tengo pendiente, ya no me queda suficiente tiempo y que, si quiero dejar un legado, me tengo que poner las pilas… Es fregado eso de la trascendencia. Con el suspiro temporal que nos toca en este tránsito humano hay que ser muy tesonero para hacer que valga la pena haber fluido en la oportunidad destinada para ello. 

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