La última foto – Blog: El vuelo del colibrí imagen

Este es un relato que recuerdo una vez al año. Es la historia de una de las fotografías más memorables que he tomado, una foto que tomé un martes hace muchos años.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Fue un martes. Mi despertador no sonó a la hora indicada y me desperté más tarde que de costumbre. Como mi jefe estaba fuera de la ciudad y de todas maneras me sería imposible llegar a tiempo a la oficina, decidí tomarme el tiempo para arreglarme. Casi siempre salía del apartamento de prisa y hoy merecía una mañana tranquila. Aproveché para lavarme el pelo, me vestí despacio, me peiné y me maquillé con cuidado Estaba parada frente al espejo de mi dormitorio, dándole los últimos toques a mi inusual arreglo matutino, cuando escuché un estruendo.

La tarde anterior cuando regresaba a mi apartamento había visto una enorme grúa frente al edificio en construcción del otro lado de la calle. –¡Se cayó la grúa! –, pensé, y me asomé por la ventana del dormitorio. La grúa estaba intacta, su silueta parecía una escultura frente al cielo de un azul muy intenso.




Me apresuré entonces a ver por la ventana del otro lado del apartamento. Y desde el ventanal de la sala, vi un poco de humo saliendo de una de las torres. –Una explosión—pensé, –tal vez un incendio por causas eléctricas. Me asusté un poco, pero no pensé que se tratara de nada demasiado grave.

Se me había hecho muy tarde, pero no podía salir del apartamento sin tomar una foto de esa “noticia”. Mis amigos siempre me decían –si te crees fotógrafa, tenés que andar todo el tiempo con la cámara, porque no sabés cuándo te vas a topar con algo que valga la pena fotografiar— (el lector de este tiempo debe recordar que en esta época no teníamos cámara en el celular). Y me pasaba con frecuencia, las cosas sucedían a mi alrededor y yo no estaba lista para tomar las fotos, pues muchas veces dejaba la cámara en el apartamento, porque era muy pesada. –Pero hoy sería distinto– pensé, –aunque llegue más que tarde a la oficina, voy a tomar esa foto.

Entré de nuevo a la habitación, saqué la cámara, le puse el telefoto y salí a la terraza.

A través  del lente, pude ver que el humo salía del interior del edificio, y ahora se elevaba unos metros sobre el horizonte. –Debe ser un elevador que explotó –pensé, pues había leído una noticia parecida alguna vez en un periódico. No le di importancia y me concentré en el paisaje urbano. Los edificios de concreto parecían montañas despertándose a un día más de trabajo. 

 Pero no era un día más, el cielo se sentía raro, tenía un color azul demasiado intenso, un color que no había visto antes en la ciudad. El aire estaba frío y no había ni una sola nube. 

 Enfoqué la cámara, tomé rápidamente una foto, dejé la cámara sobre la mesa del comedor y me apresuré a salir del apartamento.

Las horas que viví entre el momento en el que tomé esa foto y el momento en el que regresé a mi apartamento, fueron demasiado largas y demasiado extrañas. Surrealistas.

Han pasado dieciséis años desde aquel martes de aire frío y de cielo azul. Ese color quedará grabado para siempre en mi memoria, como la fecha y la hora que siguen marcadas en la parte de atrás de esa última fotografía: Sept. 11, 2001 8:53am.  



Fotografía de Analú Castejón

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