La decisión, 9a. Parte imagen

La decisión, la segunda novela policíaca de Francisco Alejandro Méndez, se acerca a su fin.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

La decisión, primera parte

La decisión, segunda parte

La decisión, tercera parte

La decisión, cuarta parte

La decisión, quinta parte

La decisión, sexta parte

La decisión, séptima parte

La decisión, octava parte

La nota estaba ilustrada con la fotografía del auto, en el que se destacaban con círculos las perforaciones de las balas. El reportero señalaba que ambos habían sido encontrados in fraganti, mientras se besaban dentro en el interior del vehículo. En un recuadro inserto mostraban a la esposa del taxista. Ella negaba al reportero la autoría del atentado y señalaba contundentemente que nunca le haría daño al padre de sus hijos por muy canalla que fuera. La mujer no había sido conducida al juzgado por falta de pruebas, pero se iniciaba un proceso de investigación en su contra.




Terminé de leer y cerré de inmediato la sesión. Mi primer sentimiento fue el de una violación a mi intimidad. ¿Cómo era posible que el taxista me enviara un mensaje desde su correo. Lo que había hablado claramente con Sara es que yo quedaba totalmente al margen de la historia entre ellos. Yo no existía para el taxista. Y resultó que me envió un correo en el que me mostraba la noticia del atentado en contra de ellos dos. Definitivamente Sara había llegado demasiado lejos. Esa noche lo dejé estar y me dispuse a enviarle un mensaje al día siguiente.

Y así lo hice. Cuando terminé de ingresar mi clave, comisario, lo que leí me dejó completamente paralizada. Se trataba de otro correo con la dirección del taxista. Lo que leí fue más perturbador para mí: AHORA TE TOCA A VOS, HIJA DE LA GRAN PUTA. Estaba escrito con mayúsculas y evidentemente con faltas de ortografía. Luego aparecía el número de un teléfono celular. Me advertía que si no llamaba, mis pequeños iban a pagar las consecuencias. Me quedé pensando qué hacer, cuando, antes de que yo me tomara un tiempo para decidir, llegó otro correo. Amenazaba con que el tiempo se me estaba terminando y yo debía de hacer algo. Hasta parecía que me estaban observando, comisario, por lo que me decían. Yo sabía perfectamente que contaba con un equipo de seguridad para hacerle frente. Seguramente, con Jóse sería muy difícil y perturbador, por su manera iracunda de actuar. El caso es que no sé qué pensé en ese momento, así que de inmediato llamé al número que me indicaban.

Una voz me advirtió:

—Tenemos a Sara, hija de la gran puta. Si no nos entregás cuatrocientos mil quetzales, la matamos. Luego seguís vos, mierda.

Colgó.

Comisario, yo me quedé petrificada. No sabía por qué había llamado y desde mi celular. No sabía nada de nada en ese momento. Traté de apartarme del escritorio, pero a los cinco minutos entró una llamada a mi celular. Era, de nuevo, la misma voz:

—Qué estás esperando, cerota, hacé algo o vas a pagar con la vida de tus hijos. No habrá guardaespaldas que aguante. Tentanos y vas a ver las consecuencias. Olvidate de tus guardaespaldas, del maricón de tu esposo o el homosexual de tu novio (lo sabemos todo, t-o-d-o, mamaíta), te ponés las pilas, pues. Cuatrocientos mil o matamos a la gringa.

Al fondo escuché la voz de Sara, la que suplicaba que no le fueran a hacer daño.

Esto complicaba más mi vida, pues no entendía de dónde diablos sabrían lo de Guillermo. Realmente estaba al borde de un ataque de pánico. Acorralada y solitita en todo el Universo. Sabía perfectamente que si le contaba lo sucedido a Jóse, todo podría complicarse más, seguramente me hubiera golpeado. Luego me amenazaría con quitarme a los pequeños, tal y como lo había hecho antes. De seguro hubiera pensado que era una treta mía para quedarme con el dinero. También me gritaría que la gringa le valía madre y que no pagaría ningún centavo por ella.

Por eso decidí tomar yo misma la cantidad que me pedían. Alguna vez había anotado la combinación de la caja fuerte. Había tanto dinero adentro que cuatrocientos mil no se notarían, al menos por un tiempo. Me armé de valor y tomé la misma acción que había hecho una sola vez en el pasado. Mientras Jóse dormía, le inyecté cinco miligramos de diazepán. Seguidamente me dirigí a la caja fuerte y comencé a probar la combinación. Como al quinto intentó logré abrirla. Mi sorpresa fue que no había tantos billetes como pensaba. La verdad es que nunca me importó cuánto dinero estaba depositado en su interior, pero mientras conté la cantidad que me exigían, me percaté que, tras sacar la plata, quedaba una cantidad similar o menos. Metí los paquetes entre mi bolsón del gimnasio. Les pedí a los guardaespaldas que se quedaran en casa, que Jóse los iba a necesitar para unas diligencias, por lo que no les quedó más que seguir mis instrucciones.




Ilustración: Tenshi Arts 

BLOG EL COMISARIO VA A LA UNIVERSIDAD POR FRANCISCO ALEJANDRO MÉNDEZ




Periodista, catedrático universitario regional, pero antes que todo, escritor. El Comisario Wenceslao Pérez Chanán es su personaje principal, entre una larga lista de libros que exploran la novela negra guatemalteca. Lea la novela anterior en este enlace 

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