La decisión, 4ª. Parte imagen

Francisco Alejandro Méndez continua con el Relato de su Novela policìaca La Decisión.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Mi primera impresión fue que estaba borracha, drogada o atravesando por una dura goma. Pero de pronto vi su rostro y supe que sus lágrimas eran auténticas, es decir que no respondían a una crisis producida por algún psicotrópico. Le hablé como una madre lo hace ante su hija adolescente a la que ha dejado el novio. Poco a poco se calmó.

Me relató que era originaria de Arizona. A pesar del llanto se expresaba con mucha elocuencia. En sus bellos ojos había cierto brillo, que no tengo explicación para transmitirlo. Lo cierto es que era una mujer muy linda, como usted lo sabe perfectamente muy bien, comisario. Ojos azules de océano, un pelo dorado que le caía con suavidad sobre sus hombros, su cara era bastante peculiar: por un lado era muy fina y por otro, tosco y como si se tratara del rostro de un metrosexual. Insisto, comisario, -a pesar del llanto, que interrumpía y continuaba intermitentemente-, su cara mostraba una eterna sonrisa.

Me contó que venía a estudiar a Guatemala un semestre. Un centro de estudios ubicado en La Antigua tenía un programa de intercambio con universitarios norteamericanos, quienes durante un semestre estudiaban español, mientras profesores centroamericanos les impartían cursos de historia y cultura, válidos para su pensum.




—¿Qué hizo usted después de eso?

—Pues, al ratito llamé a Jóse Ignacio. Le mentí que me había encontrado a una vieja amiga. Me contestó, pero de seguro ni se percató de lo que le comenté. Colgué. Nos sentamos con Sara en una banca y fumamos un par de cigarros más. A los pocos minutos me enteré de lo que le había ocurrido a la gringa. Primero me relató que sus padres no querían que ella se viniera a este país. Sobre todo su padre, quien estaba muy enfermo y asustado porque su pequeña se venía a estudiar a “la selva”.

Sara era una chica de veintitrés años. Todavía vivía con sus padres. No tenía total independencia, especialmente porque no se podía valer económicamente. Finalmente, y tras ahorrar durante un año su padre accedió y se vino a aventurar al trópico. Me confesó que me había abordado, además de pedirme un cigarro, para solicitar mi ayuda. No hablaba ni una palabra de español. Había llegado una semana antes a Guatemala. Hasta la semana siguiente que la conocí el centro de estudios abría sus puertas a los estudiantes. No había podido contactar a la familia donde viviría, pues la recibirían hasta febrero, o sea dos semanas después. Esa semana de su llegada le había ido tan mal que estaba desesperada y con ganas de regresarse a Estados Unidos. La habían asaltado y un alemán borracho había tratado de violarla. Quería que alguien la escuchara. Una persona que le brindara un espacio para que ella se desahogara anímicamente por lo que había atravesado. Por eso me había escogido a mí, como cuando una lanza una piedra al río y apuesta a que va a rebotar varias veces, ¿me entiende?

—¿Algún detalle que recuerde de ella?

—Sí. Llevaba un libro de Burroughs. Lo cual me gustó, porque siempre me ha atraído esa generación beatnik norteamericana. ¿Usted los conoce, comisario? No. Ah. Si salgo de esta le obsequio alguno.

La decisión, primera parte

La decisión, segunda parte

La decisión, tercera parte

Ilustración: Tenshi Arts 

BLOG EL COMISARIO VA A LA UNIVERSIDAD POR FRANCISCO ALEJANDRO MÉNDEZ

Periodista, catedrático universitario regional, pero antes que todo, escritor. El Comisario Wenceslao Pérez Chanán es su personaje principal, entre una larga lista de libros que exploran la novela negra guatemalteca.  Lea la novela anterior en este enlace 




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