La decisión, 10a. Parte imagen

Poco falta para que termine la novela por entregas de Francisco Alejandro Méndez, La Decisión.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

La decisión, primera parte

La decisión, segunda parte

La decisión, tercera parte

La decisión, cuarta parte

La decisión, quinta parte

La decisión, sexta parte

La decisión, séptima parte

La decisión, octava parte

La decisión, novena parte

Cuando se cerró la puerta el garaje recibí otra llamada. La voz me advirtió que debía llevar el dinero al cerrito del Carmen. Subiría en el auto hasta la par de la iglesia. Debía salir con el dinero envuelto en una bolsa transparente. Seguidamente tenía que lanzar mis llaves hacia el techo del templo y luego dirigirme adentro de la iglesia y dejar el paquete en una de las bancas cercanas al altar. Luego, debía dirigirme al confesionario, donde me hincaría y metería mi cabeza entre mis brazos durante diez minutos.

Tal y como me lo ordenaron, así lo hice, comisario. De mi casa para el Centro fueron como veinte minutos. Llegué al lugar, comencé a ascender y mi corazón latía a mil por segundo. Debo confesarle, comisario, que dentro de la chaqueta de mi pantalón deportivo llevaba escondida una .38 corta, cargada con seis balas. Mi padre me había enseñado a disparar durante mi época de adolescencia en una de sus fincas en San Marcos. Yo en ese sentido, y perdón que sea honesta, comisario, no tenía ningún problema con disparar. Lancé las llaves de mi auto al techo, pero debajo de la alfombra había dejado una de repuesto. Saqué el dinero del bolso. Atravesé la nave de la iglesia y lo dejé donde me habían indicado. Luego me dirigí hacia el confesionario y me puse en posición de reposo.

A los pocos segundos noté que un individuo se acercó a la banca. Usaba un traje como de monje. Llevó el dinero a su regazo, se dio vuelta y cuando pasó casi a la par mía se colocó la capucha de su traje. Yo palpé mi pistola, pero dejé que saliera del templo. Cuando el tipo pasó a la par mía fue cuando sentí el aroma de la loción. No cabía duda. Era inconfundible. Dejé que desapareciera la figura del dintel de la puerta del frontispicio, desenfundé el arma y caminé rápido pero con sigilo. Sara permanecía al volante de un vehículo, evidentemente rentado. Escuché cuando le preguntó a Jóse si me había matado. Él asintió mientras se quitaba la capucha y se sentaba rápidamente en el asiento del copiloto. El auto arrancó. Yo corrí hacia mi auto, saqué las llaves de repuesto, encendí la marcha y fui detrás de ellos.
Sabía perfectamente que Jóse, mi marido, era incapaz de disparar un arma. Siempre había sido miedoso para eso. Mientras descendía me topé con el cadáver de un tipo. El cuerpo estaba casi en cruz en el suelo, justo a la par de un taxi. Comprendí que se trataba del novio de Sara, aunque en ese momento no estaba seguro que se trataba de ello. Salí a la segunda calle y doce Avenida, mientras observé que el auto donde viajaban ellos cruzaba en la once avenida en dirección hacia el norte. Le atravesé el auto a un despistado conductor que se prestaba a cruzar, lo encañoné, le pedí que me disculpara, subí al auto y enfilé hacia el sitio donde había cruzado Sara.




Algunas lágrimas comenzaron a salir de mis ojos, pero no era de tristeza, sino de cólera, por no haberme percatado que todo se trataba de una trampa de Jóse para chantajearme y seguramente para matarme después. No estaba dispuesta a dejar las cosas así, por lo que aceleré y les di alcance en la Calle José Martí. Sara volvió a cruzar hacia la izquierda y enfiló hacia el Este con rumbo a la carretera hacia el Atlántico. Era obvio que no se habían percatado que los seguía. Jóse pensaría que yo todavía me encontraba arrodillada en el confesionario, llorando por mi desgracia. Me ubiqué a la par de ellos. Sara besaba a Jóse con mucho afán y él se carcajeaba como recordando mi cara de estúpida que seguramente pensaba que yo tenía.




Ilustración: Tenshi Arts 

BLOG EL COMISARIO VA A LA UNIVERSIDAD POR FRANCISCO ALEJANDRO MÉNDEZ




Periodista, catedrático universitario regional, pero antes que todo, escritor. El Comisario Wenceslao Pérez Chanán es su personaje principal, entre una larga lista de libros que exploran la novela negra guatemalteca. Lea la novela anterior en este enlace 

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