La canchita de San Sebastián imagen

Muchos analistas aseguran que nuestros problemas sociales son irreconciliables, quizás por la falta de espacios para generar lazos de confianza y amistad.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Pocas cosas han marcado mi vida de manera tan profunda como la Chamusca. La práctica del fútbol informal de calle, pelota de plástico y portería de block. Algunas de las amistades más importantes de mi vida las construí pateando una pelota en canchas improvisadas de asfalto y concreto.

Ayer fui con mi familia a ver la Procesión Infantil del Templo de Candelaria. Nos encontramos con el anda procesional justo frente al Colegio San Sebastián. No puedo negar que me dio mucho gusto ver a decenas de familias compartiendo en el parque que rodea la Iglesia, mismo que ahora posee coloridos juegos para niños y hasta un mosaico en memoria del Padre Juan José Gerardi Conedera, pero mi memoria me transportó hasta mediados de los años noventa, justo a esa pequeña cancha de concreto que cientos de veces visité junto con mis amigos.



Foto: Juan Carlos Sandoval

La chamusca tiene su propia dinámica, sus propias reglas e incluso sus códigos de honor y lealtad. En la chamusca no hay posiciones definidas, todos atacan, todos defienden y el que no corra que espere en el área contraria el momento oportuno para definir el contragolpe.

En la chamusca al guardameta se denomina “Portero Atacante”, los goles solo valen dentro del área y las faltas se marcan solo si alguien sale volando.

La canchita de San Sebastián era un lugar democrático, sin clases sociales ni prejuicios. El valor de tus zapatos no significaba nada, podías jugar en sandalias que a nadie le importaba.

Una cancha chiquita… Pero limpia

Los preparativos para la chamusca eran fundamentales. La pequeña plancha de cemento servía de dormitorio y retrete por las noches para los “charamileros”. Limpiar el área de juego era vital, ya que las moscas y el mal olor estaban siempre presentes. El primer partido comenzaba en punto de las tres de la tarde. Había todo tipo de equipos y de jugadores. Uno de los que recuerdo con mayor detalle era un joven que lavaba carros, el sol había marcado su mano izquierda con la forma de su bien más preciado, un reloj digital negro que se quitaba tan solo para jugar.

Las reglas eran simples, el partido no podían durar más de cinco minutos. El equipo ganador seguía jugando, el perdedor se ponía al final de la lista de espera. Los primeros equipos en llegar eran los primeros en jugar.

Nosotros teníamos un equipo muy completo. Camilo era un zurdo muy habilidoso. Pablo era muy recio y certero en la marca. “El Chivo” era muy rápido y con gran capacidad de resolver. Iván es uno de los jugadores con mayor talento que he visto. Yo siempre he sido el más “tronco”, pero tenía mucho entusiasmo y me encantaba compartir con el grupo.

La presión de jugar en San Sabastián era muy grande, ya que un error y tenías que esperar hasta una hora para poder volver a la cancha. Fue una época maravillosa.

Hoy escucho a los sociólogos hablar de la construcción del tejido social, de lazos de confianza o de integración de la comunidad. En mi caso, todos esos conceptos se reducen a las tardes de chamusca en la vieja canchita, a un costado de la Parroquia de San Sebastián. 

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