Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Dios los cría, dice el dicho, y el diablo los junta. Ilario y Belarmino nacieron, más o menos al mismo tiempo, en diferentes aldeas. Nunca, a pesar de haberse topado de frente en más de una ocasión, se dirigieron la palabra. Ni siquiera como una simple cortesía. Las pocas veces que socializaron de niños fue en actividades inter escolares como partidos de futbol en los que participaron como contrincantes, fiestas patrias y celebraciones regionales como ferias y actividades del santoral del municipio. Se conocían, pero siempre fue por referencias.

Ambos compartían un alma negra. En la escuela siempre fueron los que atormentaron a otros niños para quitarles sus refacciones, golpearlos sin motivo e intimidarlos por el puro gusto de sentirse poderosos. Pero había más coincidencias, por ejemplo, que comenzaron a delinquir más o menos por la misma época. Cada uno en su comunidad, amparados por capuchas, entraban a las propiedades a robar gallinas, patos, marranos y otros animales de corral, sin que nadie supiera que ellos eran los delincuentes. Eran malos, solo porque sí.

Foto: Weebly



Sus madres, las dos mamás solteras, trataron por todos los medios de enderezarles la vida. Pero no, los dos traían algo oscuro en su corazón. La maldad los tenía marcados y, como si se tratara de cosas del destino, esta perversidad rigió desde muy temprano muchos aspectos de sus vidas. Nunca supieron, ni sus desventuradas progenitoras tampoco, que había algo que los vinculaba. Un lazo de sangre: ambos tuvieron el mismo padre. El mismo hombre había burlado a las dos mujeres cuando eran muy jóvenes y había desaparecido tal como llegó a sus vidas.

Un buen día, una acción casual, los enfrentaría. Belarmino, calenturiento por una patoja, empezó a frecuentar la aldea del otro. Así pasaron unas semanas hasta que Ilario se dio cuenta que el otro andaba marcando en su territorio. Aquel lunes, luego de cortejar a la joven, Belarmino se fue a echarse unos tragos a la cantina. Mientras tanto, en la banqueta de enfrente, Ilario también alimentaba su encono con aguardiente ¿fatalidad? Quien sabe. El enamorado Belarmino salió encendido de la cantina y al toparse de frente con su enemigo, lanzó al suelo la botella que llevaba en las manos, que rebotó hasta hacerse pedazos a los pies de Ilario y sus amigos.

En cuestión de segundos se caldearon los ánimos y, del grupo de Ilario, alguien acusó a Belarmino de ser el roba motos de la aldea. Ilario, de la nada, apareció con un bote de gasolina el cual roció al ya vapuleado infeliz, empapando su propia ropa con el inflamable líquido. El fósforo encendió a la tea humana, que en lugar de correr y retorcerse como todo el que pasa por este suplicio, enfocó el lugar donde se encontraba su enemigo y corrió hacia él fundiéndose ambos en un abrazo de fuego que terminó con la vida de los dos. Lo que no se logró en vida, la muerte lo consiguió. Llevarse al más allá, al infierno en este caso, las almas ahora inseparables de los dos hermanos.


Todas las noticias, directamente a tu correo

Recibe todas las noticias destacadas de Relato.gt, una vez por semana, 0 spam.

¿Tienes un Relato por contar y quieres que nosotros lo hagamos por tí?

Haz click aquí
Comparte
Comparte