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Los humanos estamos viviendo una jornada inédita en nuestras vidas. Cientos de miles de historias paralelas marcan el panorama de la pandemia.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

HISTORIAS DISPERSAS. Por Guillermo Monsanto

Comienzo mi relato semanal con una pregunta ¿en realidad entendemos a cabalidad la dimensión de la experiencia abstracta que estamos viviendo? Un virus invisible, cuyos porcentajes de mortandad no son significativos, provocó otra tragedia materializada en la parálisis de la economía mundial y con ella, la pandemia del desempleo, hambre y desamparo. La realidad golpeada mortalmente mientras centenares de historias, individuales y paralelas, son arrastradas con sus protagonistas hacia un destino poco alentador. Responsables, muchos, e irresponsables, otros tantos. No hay un balance entre los que han realizado el esfuerzo de encerrarse estoicamente y los que, por supervivencia, han tenido que aventurarse a ganarse el pan del día, pero que finalmente son un riesgo inminente de contagio. Finalmente, los abanderados de la irresponsabilidad representan la ruleta rusa cuyo símil son los disparos al aire, cuyas balas irremediablemente caen sobre nuestras cabezas.

Cada día hemos asimilado con aprensión el aumento de contagiados y, a cuentagotas, la poco significativa suma de fallecidos. Enfermos atendidos, por lo que parece, con cascaritas de huevo y la buena voluntad de distintos órdenes de profesionales. La idea de la contención radicaba en evitar contagios y con ellos subsanar la arista de la precaria capacidad hospitalaria de Guatemala. Entre noticias falsas, apocalípticas predicciones, mal intencionados manipuladores de la opinión pública, y unos cuantos positivistas, Guatemala ha sobrellevado dos meses de sitio. Los solidarios, Dios los bendiga, han contribuido con géneros entre los más desprotegidos. Creo, de todo corazón, que el gobierno está haciendo lo suyo a pesar de la cantidad de obstáculos que encuentra al paso. Sin embargo, lo sabemos, no es suficiente porque no hay recursos que alcancen para paliar la galopante pobreza que aqueja a la nación.

El otro día me vi obligado a salir para comprar víveres. Entré al mercado para hacer un mandado muy puntual y luego me dirigí al supermercado para adquirir otros productos básicos. Como director de teatro, acostumbrado a observar, generalmente registro personas, situaciones y acciones. De camino a mi carro por la Alameda de Santa Lucía, identifiqué a unos pasos de mi trayecto a un muchacho bien vestido, de buena presencia, sentado en una grada con el casco de la moto entre las piernas, cuya mirada desesperada parecía estar vislumbrando algo aterrador. Cuando pasé junto a él nuestras miradas se cruzaron: “Por favor, me podés dar algo de dinero, tengo hambre”, dijo tímidamente. “No tengo”, le respondí amablemente y seguí mi camino mientras recordaba que una vez, yo con 14 años, necesité pedirle a una señora 5 centavos para la camioneta (mi papá me dejó olvidado en la zona 1). Regresé y le di un billete tal y como lo hizo aquella dama conmigo. Si alguna vez he visto una mirada marcada por el agradecimiento fue en esta ocasión.

Estamos pasando tiempos muy duros. Y muchos creemos no tener nada que ofrecerle a los más necesitados. Seguramente así es. Pero estemos atentos, seamos sensibles y si nos nace y podemos compartir, hagámoslo. ¿Tiene alguna historia que comunicar sobre el tema u otro de su interés?  

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