Historias de Pueblo: El misterioso Tzipitío de la finca de banano imagen

Un día, aquella finca de banano se echó a perder. Asesinatos, robos y traición. Fue el hombrecillo, un Tzipitío, quien se vengó. Esta es la quinta historia de la saga “Historias de Pueblo”.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Este relato es la quinta historia de la saga “Historias de Pueblo” contadas por Alfonso R. Ceibal e inmortalizadas por la pluma de Juan Diego Godoy.

Los famosos Tzipitíos del Monte ya han sido documentados en múltiples ocasiones, incluso por la pluma de Celso Lara Figueroa. Las leyendas más comunes cuenta que estos pequeños personajes se dedican a castigar a los adultos que hacen cosas indebidas, sobre todo a aquellos que trabajan en el campo, en fincas de caña de azúcar y banano.

Yo me topé con una de las múltiples leyendas de los Tzipitíos de la manera más inesperada. Recuerdo que estábamos trotando en la clase de Educación Física. Mi amigo y yo tendríamos unos 13 o 14 años y ese día nos había dado por platicar a plena clase, y el tema estaba muy interesante. El trote pasó a ser una caminata parecida a aquellas que hacen las señoras a media mañana para “hacer ejercicio”, que más que pasos hay palabras. 

“Tengo que invitarte a la finca de banano que tiene mi papá allá por Escuintla”, me dijo mi cuate a media conversación. “Podemos jugar y escondernos entre las plantas de banano. Además por allí pasa un rio pequeño y podemos construir un refugio o algo”. La invitación me cautivó. Nunca había ido a una finca de esta fruta, solo a una de hule en Retalhuleu y la experiencia había sido increíble. Ésta prometía una aventura distinta. 




El área plantación de banano en Guatemala se estima entre 16,100 a 17,800 hectáreas al año con una producción de 940,388 toneladas métricas aproximadamente, y aunque esta fruta se cosecha durante todo el año, los meses de mayor producción se ubican en febrero, marzo, abril y mayo. Izabal y Escuintla son los departamentos con mayor producción en el país.

“Eso si, tendríamos que meternos a las plantaciones a escondidas, porque todos los de allí dicen que el duende espanta. Pero no te preocupés, llevamos mi pistola de balines y nosotros los asustamos a ellos”. El comentario hizo que dejáramos de trotar y comenzara a interrogar a mi amigo para que me contara toda la historia de aquel duende que “atormentaban a los trabajadores de la plantación de banano”. El profesor ya se había dado cuenta de nuestro desinterés por trotar, y nos había puesto a hacer sentadillas y despechadas de penitencia. Entre flexión y flexión, me contaron la siguiente historia.

Fito, el hombrecillo

Cerca del pequeño riachuelo que da con el sur de la plantación de banano de aquella finca en Escuintla, se aparecía siempre un hombrecillo que sonreía y saludaba a quien lo viera. Los trabajadores del área lo fueron conociendo y poco a poco, después de varios sustos, el miedo se fue esfumando a tal punto que hasta se encariñaron con él (por decirlo de una manera) y lo bautizaron como “Fito”. Las historias del famoso Fito se contaban a la hora del almuerzo al menos una vez por semana. Siempre había alguien que lo miraba y que repetía el mismo relato: “Hay un hombrecillo que se aparece cerca de la esquina de la plantación que da con el río y que sonríe y saluda”. 

Sin embargo, Fito era inofensivo. De carne o espíritu, nadie sabía y tampoco querían descubrirlo. El hombrecillo nunca había causado problemas, más que algún susto al trabajador novato que no lo había conocido en persona. Por eso, nadie había revelado su existencia a los dueños. Temían que le fueran a hacer algo al pequeño hombrecillo que jugaba por el riachuelo y la plantación del sur. 

Un día hubo una pugna en la finca. El contador comenzó a notar que algunos bananos hacían falta de la colecta. Los números no cuadraban. El robo siguió por unas semanas y se abrió una investigación amateur entre los empleados. Era un hecho: alguien había estado robándose una buena cantidad de bananos. Todas las pruebas apuntaban a Jeremías, que no tenía buena fama entre los trabajadores. Calificado como “pajero” y “pura lata” era una persona difícil y que no daba confianza. Sin embargo, Jeremías aseguraba que no se había robado ni un solo banano y, sin dudarlo, culpó a Fito y reveló el secreto del hombrecillo que jugueteaba por la finca sin autorización alguna.

La ira del dueño provocó el despido de todos los guardias y fuertes sanciones a los trabajadores de la sección sur. Así, Jeremías se había librado de la acusación. Sin embargo, su buena racha no duró mucho. A partir de la acusación a Fito, el despido de los guardias y las sanciones, todo se echó a perder. Diez días después, una enfermedad conocida como “Enfermedad del Moko” (Pseudomonas solanacearum) se propagó y mató a todas las plantas del sur. La epidemia coincidió con la partida de Fito; ya nadie lo volvió a ver y la finca comenzó a atravesar por momentos difíciles. Si bien la ciencia prometía dar una explicación a lo sucedido, los trabajadores tenían su propia teoría: “Jeremías se había metido con Fito al acusarle falsamente, provocando el enojo del hombrecillo y estos eran los efectos”. 




Pero la tragedia no terminó allí. Una mañana, en la plantación del sur, justo al lado del pequeño río, uno de los nuevos guardias de seguridad encontró a Jeremías muerto, desnudo y tumbado sobre una bananera. Alguien le había cortado la lengua. El asesino, para los trabajadores, solo podía ser aquel hombrecillo que había sido acusado por un crimen que no cometió. Fito se había vengado después de descubrir varios sacos con bananos en la casa de Jeremías. 

Después del incidente, Fito pasó de ser un amigo a un espanto. De un compañero a un Tzipitío. 

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