Guan dólar imagen

“Guan dolar plis.” Así lo dijo este señor justo en la salida del aeropuerto. “O guan quetzal señito”. “Giv a este pobre inválido man guan dolar mis. Plis. Tal vez tu dolars.”

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Afuera de la Aurora

Hago contacto de ojos con el inválido man. Ese encuentro de pupilas conmueve mi centro, mis manos, mi hígado. Lo convierte en una letanía de cuestionamientos, de culpa. Saco guan dolar para su vaso de coca cola. No traigo guan quetzalito, aunque parezca mentira. Estoy entrando al país de un viaje relámpago. Otros observan la escena. Pero no pueden adivinar mi hígado conmovido por el spanglish man en silla de ruedas de los años 50’s. Tampoco leen mi asombro idiomático. 




Adentro de la Aurora

Aquí se pone interesante el asunto de lenguas en la entrada al país. Minutos antes de la cuerda floja –tu sí pasás, tú te caés– en la que se convirtió el viaje por aduanas, adentro, habíamos escuchado otra conversación.

Lost in translation total. Un gringo trataba de comprar un celular, o un chip. La vendedora sonriente, chapina chiquita como me, trataba de explicar a su comprador la matemática poética del tiempo de aire en esta latitud. En español. “No inglish señor.” “No spanish lady” Acalorado intento, malentendida transacción. ¡Auxilio! Ambos lo piden sin pedir. Un señor escucha a la chica, quien ya se veía sudada y muy nerviosa. Traduce. El gringo entiende. “Too many quius” dice.

La chapinita no había entendido el quiu. Quetzales en inglés, mija. El gringo no había entendido el triple saldo. Ahí los dejamos, a ella con sus minuts, a él con sus quius. No inglish for the turist en la venta de comunicación.

Solo en la Aurora

Regreso a la escena de afuera. “Tankiu señito, God bles iu mis. Que Dios me la bendiga señito.” Doble saldo, traducción simultánea. Adentro, creo que no se consumó la transacción. No hubo encuentro en la comunicación.

“Vendo en el erport, cuando aterrizan los pleins, pero sori: no inglés Sir”…

Antes de llegar a La Aurora

Aunque suene cómico, no lo es. Por azares del aire, para volver de México tuve que viajar primero a Costa Rica. Nunca he estado en ese país. Solo ayer por la tarde, en el aeropuerto, Juan Santamaría. No pude, de verdad, aunque hice un esfuerzo, dejar de comparar ese sitio con el nuestro.




Estuve apenas hora y media. Pero fue suficiente tiempo para darme cuenta de cuánto nos falta en nuestro amado país. Desde que salís de corredor de la puerta de abordaje, te das cuenta de que este país hermano centroamericano sabe mercadearse hasta con las alfombras, me parecieron tan limpias. Los corredores están bien pintados y en gran parte son de cristal. Hay luz y modernidad. Las paredes también están limpias y fueron pintadas como parte de un todo que logra un efecto visual muy agradable. El aire acondicionado funciona bien en las salas, en los corredores y en el área de comida y comercio.

Las sillas en las salas de espera, las alfombras sobre las que están colocadas, el orden, todo tiene su muy simple encanto. El área de tiendas ni se diga. Limpio, bien decorado y con muchos chicos atendiendo. Jóvenes en su mayoría. Con un nivel de inglés aceptable. Yo no les hablé en inglés, solo escuché una elaborada conversación sostenida por un chico trabajador de una tienda con una pareja británica. Compraban café cubierto de chocolate. Logró venderles tres carísimas bolsas.




Los baños allá

Los baños, los baños, los baños. Volvería a repetirlo. Los baños: limpios como pocos. Modernos en todos sus detalles. Equipados y amplios, suficientes cabinitas con inodoros para que no sufran deterioro por exceso de uso o de mal uso. La fragancia del sitio, algo que no he notado en otro baño de otro aeropuerto de otro país. Nada que ver. Alguien pensante está a cargo de estas instalaciones. Alguien a quien le importa la primera imagen que el turista se lleva de su país.

Llego a Guatemala. No me malinterpreten, amo a este país. Es por eso que me duele tanto lo que nos duele siempre.

Empiezo la descripción en el mismo sitio: el corredor contiguo a la puerta de abordar. La alfombra gris está asquerosa, amigos. Sucia, sucia, sucia. Las paredes de tabla yeso son de color gris, de esa pintura que se pone antes de pintarlas. Es decir: no están pintados los corredores. El piso en migración estaba limpio, el baño no.

El baño aquí

Olía raro, ese baño de 4 cabinas. No había jabón, no funcionaba el secadorcito con motor del siglo XIX. El aparato del papel de baño se zafaba aunque sí había papel, para alivio de muchas. Pero no había papel toalla para secar manos, para frustración de todas. Salimos con los jeans mojados por improvisarlos como toallas, ni modo.

Lo que sucede al salir después de pasar por el semaforito del tin marín de dos pingüé, lo vemos y revemos tanto que ya no nos mata. Debiéramos llorar. Los inválidos, simpáticos algunos, pero desamparados al fin. Sara, la preciosa niña indígena que vende flautas de bambú, y quien es tal vez, la mejor mercadóloga de toda La Aurora. La vendedora de dulces vencidos. La anciana sentada contra una columna a quien alguien coloca ahí, sobre el mismo perraje verde, mientras trata de ganar centavos.

No he preguntado jamás a un turista qué piensa de La Aurora. El sentido común me dicta que debiera ser una experiencia agradable, una antesala a nuestras maravillas. Un lugar limpio, colorido, moderno, ventilado, fragante, cordial. Un sitio en donde empiece la aventura en uno de los países más lindos del mundo.

Porque eso es Guatemala: Una belleza universal con una muy pequeña y oxidada puerta de entrada. 

 

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