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La Bajada de las Cañas ¿podría ser un portal a eventos paranormales? Las historias en ese trayecto se suceden una tras otra.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

El Aurelio es un periodista cultural que terminó escribiendo historias de misterio y, en algunas ocasiones de terror, para una exitosa plataforma digital. “La cultura artística”, se lamentaba siempre “es poco apreciada en Guatemala y por eso dejé de escribir sobre arte”, le decía a la gente. La alternativa le llegó de la mano de uno de sus pasatiempos. De la afición que nutrió su imaginario oscuro, vitaminado desde las lecturas y el cine de horror. No es que solo ese tópico le interesara, pero en realidad el tema ejerció desde siempre una fascinación magnética en él. Y como dice el refrán “tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”.

Aquella noche el Aurelio salió de la capital pasadas las diez de la noche. Tomó la Roosevelt, rumbo a la carretera Interamericana, escuchando una emisora de música retro y avanzando entre un desnutrido y perezoso tráfico. A la altura del kilómetro 19, entró la llamada de Wannda, una de sus mejores amigas. “Estoy hecho”, pensó, “ya tengo compañía para el trayecto”. Y así se fue el resto del camino, escuchando a su amiga en las bocinas del estéreo.

Detrás de su vehículo, iban en un UBER, el chófer del transporte y una pareja de jóvenes novios platicando animadamente. Luis estaba muy entusiasmado ya que, como cuentacuentos, lo habían invitado el viernes 13 de marzo a una interpretación de historias de terror en una reputada biblioteca universitaria. La casualidad quiso que este fuera en el carro de atrás del autor de aquellas historias. A la altura de San Lucas se les pegó un transporte público. El piloto, con la radio a todo volumen, milagrosamente manejando a una velocidad moderada. Los amodorrados pasajeros, la mayoría de ellos trabajadores de restaurantes, gasolineras y estudiantes nocturnos, resignados, iban escuchando el reguetón. Con la capucha baja, con la mirada oculta, el marero sintió rencor por toda aquella gente. “Lástima que vengo solo”, se dijo.

Ya en la Cuesta de las Cañas, más despacio por la espesa e inusual neblina, el Aurelio y la Wannda seguían enfrascados en su plática telefónica. “Qué frío hace,” pensó el Aurelio, cuando de pronto las bocinas empezaron a charlear. Al principio pareció interferencia por pérdida de señal, pero, inmediatamente, se trasformó en una especie de múltiples diálogos articulados. Los pasajeros de la camioneta sintieron cómo se les erizaban los cabellos de la nuca. En el UBER, los tres chicos se quedaron mudos. “Wannda ¿estás escuchando?”, mientras ella preguntaba lo mismo desde el auricular de su teléfono, en la sala de su casa.

A las voces, todas con registros muy bajos y con un dejo a lamento desesperado y urgente, se unió una respiración profunda, gutural, vil, áspera y lóbrega que exacerbó en intensidad el clamor de los quejidos iniciales. Sonaban desesperados, con miedo “¿estaban clamando por ayuda?”, la respiración parecía producida por un fuelle gigante. Pero, lo más terrible fue esa risa maligna, hiriente, desvergonzada, que les enfrió el alma a todos. Una risa lenta, cargada de profundo odio, de poder y encono. Fueron segundos, pero la maldad, disfrazada de muerte, había hecho su presencia. Algún grito ahogado en la camioneta. Miedo en el corazón del Aurelio. Pánico en los del sedán de alquiler. El mal había elegido una víctima vinculante con su esencia. Todos, menos uno, llegaron a su destino con el corazón en la boca. En la terminal se darían cuenta que, el marero, con la boca desencajada, había muerto de pánico, su rostro lo evidenciaba, ¿qué vio esa alma ennegrecida por sus acciones? Nunca lo sabremos. Eso espero. Hoy, en la Antigua todo el mundo está hablando del suceso y una nueva leyenda en la poco célebre Bajada de las Cañas.

Nota: este relato se desprende de una historia sucedida hace apenas tres días… Aunque hay algunos protagonistas que no participaron en ella, por lo menos dos de ellos sufrieron en ese evento paranormal. 

¿Le ha pasado algo similar en la Bajada de las Cañas? 

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