Entre escobas y prácticas supervisadas imagen

Monsanto reflexiona sobre las prácticas supervisadas y las expectativas de los estudiantes.

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La mañana del martes las redes sociales y minutos más tarde, los medios de comunicación, prendieron en patrio ardimiento. La indignación se alzó, porque dos chicos, en el ejercicio de sus prácticas supervisadas, fueron fotografiados mientras barrían una bodega. Minutos más tarde, en un reputado programa radial matutino, la anfitriona les preguntó a sus oyentes sobre sus experiencias en este campo. Entre tantas historias, un perito contador contó que a él le había ido “muy mal ya que, en lugar de ponerlo al frente del departamento de contabilidad, lo ocuparon ordenando inventarios físicos, almacenaje de insumos y en darle seguimiento a la mensajería interna de la empresa”.

El tema captó mi atención. Primero, hasta donde el conocimiento me alcanza, usar una escoba para barrer una bodega es algo que hacen decenas de cientos de guatemaltecos. De hecho, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, tuve estudiantes que venían del Occidente y para darse el lujo de estudiar arte, muchos se contrataron como guardianes en bodegas, pinches en construcciones, o realizando algunos servicios domésticos con tal de cumplir con su sueño ¿justo? Quizás no lo sea, pero yo sí que los admiré y entendí el dicho: “El trabajo dignifica al hombre”.

Tanto en el caso de las escobas como en el del frustrado neófito contable, hay algo más que “explotación y denigración”, como piensan muchos. Me parece que después de pasar por esas experiencias van a poder entender el universo de sus subalternos y cómo funciona una empresa desde sus cimientos. Aunque hay muchos casos de hogares que saben formar a sus hijos enseñándoles a hacer sus propias camas, recoger la ropa del suelo, lavar sus trastos, hay otros en donde mami y papi forman a sus retoños inutilizándolos en todos los sentidos que podamos imaginar. Que hay que consentirlos, creo que sí, con límites. Que hay que protegerlos, sí, por supuesto, y más de ellos mismos y sus inercias.

En mi primera juventud tuve la oportunidad de trabajar con dos hombres muy particulares. Uno, un puertorriqueño que me puso las cosas muy difíciles y me llevó por un camino que hoy agradezco. Paulatinamente, me fue cediendo responsabilidades, previa preparación para asumirlas. De él pasé a un potentado nicaragüense. Empecé desde abajo y escalé, a lo largo de ocho años, hasta una posición no soñada para alguien a sus todavía lejanos 30 años. Gracias a ellos dos, al bagaje familiar, al esfuerzo universitario, al haberme ido de mi casa a los 19 años, llegué a 1988 y en ese año, a regentar mi propia empresa por casi 32 años. Así es que la escoba y los inventarios, quizás sean una de las mejores escuelas a las que estos muchachos puedan estar sometidos.

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