En boca de Pali: Así fue como conocí a los Gunas, el pueblo escondido en el Caribe panameño imagen

Relato de cómo conocí a los Gunas y la historia de Guna Yala. Esto, narrado por el bisnieto del antiguo cacique de la Comarca, Pali Guiguiña, mientras atravesábamos Panamá en un jeep blanco.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

La historia que le voy a contar es la verdadera del pueblo Guna. La que hicieron los blancos es una echa a su medida y conveniencia con medias verdades. La que le cuento proviene de los libros que escribió mi bisabuelo, el cacique Olo Nigiña. Su libro, “Lo que vi y lo que mi abuelo me contó, la historia Guna”, contiene el verdadero relato del pueblo Guna. Lo que los blancos le cuenten, poco sentido tendrá porque no fue escrito con la sangre de sus seres amados en las manos. Pali Guiguiña soy yo y esta es la historia de mi pueblo…”.

Estas fueron las primeras palabras que captó mi grabadora. La encendí oportunamente, cuando mi instinto de periodista me dijo que durante aquel viaje -con el que atravesaríamos el istmo panameño, de sur a norte, en un jeep auto blanco- me llenaría de historias fantásticas, intrépidas y extrañas.

Yo estaba de vacaciones. Me disponía a pasar un buen rato en las “islas de San Blas”, ese famoso destino paradisíaco de Panamá. Lo que sucedió es que, como me dijo uno de mis grandes mentores, un periodista nunca vacaciona y justo allí sentado en aquel incómodo transporte, habiendo dormido solo un par de horas por la agitada noche anterior, despertó mi curiosidad de reportero y en estado de sonámbulo le pedí a Pali Guiguiña que me contase la historia de su vida.

Jamás había estado tan equivocado como en aquel momento. Pensaba que “San Blas” eran unas pequeñas islas de Panamá, dedicadas al turismo. Que ahí vivían indígenas nativos y que se dedicaban a atender al turista. Iba con mente de turista obeso e ignorante. Un par de horas me regresaron a la realidad, tan repleta de conflictos políticos y sociales, de historia sangrienta, de pueblos oprimidos y tradiciones que sobreviven por milagro.

EN BOCA DE PALI (PARTE 1)

El pueblo Guna controlaba toda la montaña que usted ve ahí. Eso en 1300, 1400. Esa cordillera era nuestra, desde aquí hasta territorio colombiano, pasando por el Tapón de Darién.

Siempre he querido escribir una historia sobre el Tapón de Darién. Sobre todo porque se cuentan muchas leyendas de esa selva, me animé a decir. La mirada de Pali me indicó que él ya había comenzado a contar la historia y que no le gustaban las interrupciones, mucho menos cuando se trataba de propuestas que poco tenían que ver con lo que él contaba. Así que cerré la boca y me limité a escuchar y asentir.

Bien, pue´ vivíamos haciendo trueques de maíz, cacao, arroz, langosta, cangrejo, carne y pescado. Siempre hemos sido creativos y creábamos accesorios con conchas, huesos. Ya sabe usted, gentleman, que nosotros, el pueblo Guna, somos los mejores cuando hacemos lo que hacemos. Y lo que no lo hacemos, no lo hacemos porque si lo hiciéramos seríamos los mejores. Como dicen, “the very best, you know”, ya sabes.

Pali hablaba gracioso. El tono ancestral lo dejaba plasmado en cada una de sus oraciones y se tomaba muy en serio el hecho de estar contando una historia. Todo lo que relataba parecía haberlo memorizado, en tono literal, del libro de su bisabuelo que contenía las memorias de quien fue su tatara-tatara abuelo. Tenía Pali el típico acento caribeño mezclado con la lengua Guna. Tenía el peor inglés que he escuchado en mi vida, pero se jactaba de hablarlo “con fluidez”.

De pronto, llegó el visitante. El blanco. Así le llamaron.

Redujo la velocidad del jeep blanco. Incluso, el asfalto se adueñó del suspenso de la historia. Fuera de las ventanas del auto, un amanecer comenzaba a desnudar el paisaje de las afueras de la Ciudad de Panamá, la cual atravesamos sin complicaciones en dirección al Caribe.

El pueblo Guna supo que los aniquilarían. Lo cuenta el abuelo de mi bisabuelo. Hervía la sangre de la furia, pero el miedo de la muerte les mantenía en las cuevas al ver cómo esos españoles, ingleses y franceses arremetían contra todo lo que se moviera. Usté es de Guatemala, sabe bien de las conquistas brutales. ¿O no?

Sí, incluso…, me callé. Pali volvió a verme con esa mirada. La pregunta había sido retórica y, si quería asegurarme de llegar sano al otro extremo de Panamá, debía evitar esas miradas que causaban que Pali quitara la vista del camino y torciera el volante, todo para indicarme que me dedicara a escucharle.

De los 10 grupos originarios, 6 fueron eliminados. Exterminados. ¡Faz! ¡Bum! Así, sin más. “Game over”, como dicen. Por eso, hoy por hoy, solo quedan 4 etnias: los Nobez, los Guglés, los Embera Purú y los Gunas. Estos últimos somos nosotros. ¿Cómo sobrevivimos esos cuatro? Pue´ te cuento que el pueblo Guna entonces decide eliminar sus comunidades para evitar la destrucción. Se convierten en nómadas, divididos en familias pequeñas a la deriva. Escondidos en cuevas. El éxodo de los Gunas comienza entonces. Poco a poco se van yendo del territorio que ahora es Panamá; abandonan el centro y se retiran hacia el Caribe. Viven así por 250 años. Fueron expulsados de su cordillera. ¡Imagina! En 1700 llegaron a la costa, nuestra tierra actual. De Colón hasta Cabo Tiburón (Colombia). Ahí se establecieron, pero eso no necesariamente significó paz. Ya en la costa, aburridos vieron cómo unas islas se dibujaban en el paisaje. Así, de la costa comenzaron a viajar a las islas y habitarlas. Se volvieron marineros por necesidad, no por gusto.

Uno de nuestros acompañantes, que había despertado de un largo sueño, hizo una pregunta irrelevante. Pali se limitó a responder de mala gana. Yo cerré los ojos para evitar la mirada condenatoria. Todos volvieron a dormir y Pali siguió contándome su historia.

En el tiempo que fueron perseguidos, los Guna aplicaron una estrategia. Inglaterra, Francia y España se peleaban entre ellos y por eso los abuelos Guna aprovecharon a hacer alianzas con los ingleses, los piratas -corsarios- y les propusieron ayudarles a la destrucción de los españoles y franceses. Ellos les daban oro y los ingleses, armas. Los Guna, entonces, son la piedra del zapato de los españoles. “Pain in the ass”, ya sabes. Se convierten entonces en informantes de los ingleses: les revelan estrategias de los españoles, ubicaciones de armas, etcétera. Así crean conflicto y los ayudan a pelearse entre ellos. Los blancos, siempre tan tontos…

Parecidas a las estrategias de los mayas con los españoles para derrotar a los grupos enemigos en Guatemala, pensé. No lo dije, solo lo pensé. Es increíble cómo la historia muchas veces es la misma, pero en locaciones distintas y con protagonistas diversos. Pero el conflicto, las estrategias y el desarrollo, usualmente, son iguales…

Pero entonces, el decreto del Rey de España llega a la costa para decir que “dejen a los aborígenes tranquilos”. Panamá se separa de España el 28 de noviembre de 1821 y se une a la gran Colombia y la Gran Colombia accede a respetarlos, ¡a respetarnos!, el 4 de junio de 1870. Ese día nace la autonomía para el pueblo Guna. Colombia le llama: Comarca Dulenega (significa “casa de personas” en lengua Guna). Los colombianos comienzan a llamarnos “los dules”. No estábamos de acuerdo, pero eso era mejor que ser perseguidos y asesinados. Sin embargo, cuando Panamá se separa de Colombia, los “nacionales” (los panameños – wagas) comienzan a luchar contra los Gunas por el territorio de la costa. El estorbo al progreso es el pueblo Guna. Esa es la frase que repetían. Comienza la guerra contra el Guna. Persecución, sosorra, atropello. ¡Se tiñe de rojo el pueblo, el mar, la arena, las manos!

Pali vivía a flor de piel cada instante del relato. Su forma de contarlo era tan real y el paisaje panameño parecía regocijarse de su historia.

Panamá llega a controlar el 50 por ciento de esas tierras costeras. El otro 50 por ciento del pueblo Guna se revela el 25 de febrero de 1925. Dijo “ya no más” y nace la Revolución Guna para retomar la Ley del 1870 que dejó de existir al separarse Panamá de Colombia. Ese 25 hubo una masacre de los Gunas contra los nacionalistas. Esa vez la sangre en la playa no era nuestra, sino del blanco. Y vaya que los abuelos se sintieron bien. Se llama “justicia” a eso, ya sabes.

Hay una breve pausa. Yo comienzo a plantearme el concepto de “justicia”, que siempre he entendido como “dar a cada quien lo que le corresponde”. La idea de que a alguien le corresponda la muerte, por decisiones humanas, escapa un poco de mi manera de comprender los términos de paz y justicia. Entro entonces en un dilema acuerpado por la ética; un dilema del que nunca he salido con una respuesta clara. En la cabeza de Pali, de seguro pasan muchas imágenes y vivencias.

A raíz de la masacre, surge la Ley de la Paz firmada entre panameños y Gunas en el que por fin se reconoce independencia a los Gunas. Los llaman “Comarca San Blas”, el 16 de septiembre de 1936. Ningún panameño puede pisar tierra Guna. El Guna se une a la ONU. El Guna es libre y respetado. Pero el Guna jamás estuvo de acuerdo con el nombre San Blas. Piden cambio de nombre porque San Blas no existe en la lengua Guna. El 19 de febrero de 1953 se cambia el nombre de San Blas a Kuna Yala: que significa “territorio de los Gunas”. Pero a medida que avanza la educación y la escritura, los dibujos y los jeroglíficos, caemos en cuenta que la lengua Guna no hay “K”. ¡Imagínate! “Picture that”.

Pali comienza a reír. Lo acompaño en las carcajadas, pero más que reírme de la ausencia de la letra K en su lengua, me río de la combinación del inglés.

Y por eso cambia la consonante por una “G”. Por eso somos Guna Yala, no Kuna Yala. Pero somos lo que somos y ninguna letra cambia nuestra esencia. Somos Gunas. Ahora le cuento más, ¿qué dice?

La práctica me ayuda a comprender que se trata de una pregunta retórica. Me limito a asentir con la cabeza. Pali toma aire de nuevo, aclara la garganta y retoma la historia.

Continuará…

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