El triángulo (primera parte) imagen

La chica de hermosa sonrisa vivía al otro lado del mercado.

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En ese tiempo él acudía todas las noches a un portal ubicado a unos metros de su casa, en donde solían juntarse a conversar los jóvenes de su edad.

En el grupo nadie pasaba los 20 y nadie era menor de 15. Eran una pandilla indefensa con ideas relativamente sanas en tiempos en que la violencia era el oxígeno que fluctuaba en el país. Eran amantes de la música, la cual escuchaban en un radio viejo que le daba ambiente a la ciudad envuelta en la noche. Siempre había algún tema en la mesa para tratar: tertulias de risas, a veces de noches futboleras, a veces de espantos, recuerdos, pláticas de borracheras y temas en general.

“Es difícil recordar exactamente cómo fue”, repetía a la soledad en su cuarto cuando trataba de armar los pedazos rotos de esa noche en la que empezó a buscarla, arrinconado en el ángulo en donde convergen la desesperación y la soledad cuando la locura era mejor vida que la cordura… días antes de morir.

Tenía tendencia a olvidar cómo conocía a los que consideraba sus mejores amigos. Quizá porque en el transcurso de la amistad ocurrían sucesos más importantes que daban sombra al primer contacto, o tal vez sucedía que todos los días encontraba personas nuevas y las olvidaba, ya que en el futuro no todos serían considerados “mejores amigos”. Una chica entró en el grupo, y en el futuro la consideraría una de sus mejores amigas. En ese entonces no se imaginaba que, tiempo después, la consideraría así. Era una chica extrovertida, con el cabello oscuro, crespo y largo, siempre suelto y alucinante; su alma dibujaba una sonrisa espontánea en su rostro cada vez que tomaba la palabra: acento del área y un toque grave en su voz que condimentada sus palabras… si atravesaba una calle entre la multitud, con seguridad se distinguía. En fin, era bella.

Ellos la admiraban, pero en ese tiempo eran unos patanes. Eran jóvenes y el miedo a las burlas del grupo los aterraba, aunque queda la duda de si algunos en realidad no estaban interesados en ella. Él no era parte de este grupo.

La mayoría de las zonas de la ciudad tienen sus lados pacíficos y peligrosos. Ellos corrían la suerte de vivir en un espacio tranquilo, que era como el lugar en donde alumbraba un farol en medio de la oscuridad de un camino en la noche. En medio de la zona había un mercado que de noche se transformaba en cueva de ladrones. Existía el mito de que allí se escondía un violador que atemorizada a las mujeres. Lo llamaban el muerto, porque las pocas mujeres que sobrevivieron y hablaron del sujeto dijeron que era un hombre frío, pálido, con el pelo enmarañado. Más de una agregó haberle visto unas heridas como de cuchillo, mientras otras decían que recordaban haberle visto una cicatriz en la cara. Además, bajo sus ojos colgaban unas ojeras descomunales que aparecían intermitentemente en sus sueños, sin importar que el hecho hubiera sucedido muchos años antes.

La chica de hermosa sonrisa vivía al otro lado del mercado. Cuando iba a compartir tiempo con ellos procuraba despedirse y marcharse antes de que en su reloj de cuerda la manecilla apuntara a las siete, por simple precaución –tenía que atravesar el mercado.

Sucedió una noche, mientras fumaban uno de los tres cigarros que compartía todo el grupo (ya que era lo único que podían costear entre todos). Salió un tema entre la conversación que los cautivó y perdieron la noción del tiempo. Cuando reaccionaron, ya eran las 9:30 p.m.. Era demasiado tarde para que la chica se fuera sola. Por pereza, por miedo a pasar por el mercado o por vergüenza de que los demás se burlaran, ninguno quiso acompañarla. Todo intento de persuasión fue en vano. Fue entonces que decidió ir sola por las calles oscuras, mientras todos se quedaron con la ambivalencia de la vergüenza y la preocupación por ella.

Él vivía a unas casas de donde se reunían. Se disculpó y camino hacia allá. Entró al llegar, pero de inmediato salió de nuevo; caminó en medio de la calle en dirección al mercado. Al pasar cerca del grupo se excusó diciendo que debía ir a la casa de su tío, que vivía en la esquina, y se fue en la misma dirección que ella.

No era la primera vez que lo hacía, la había seguido en secreto durante días por las calles de la ciudad. Sabía de memoria a qué hora salía de su casa para ir al colegio, conocía sus atajos para llegar temprano cuando salía tarde y sus rutas largas cuando contaba con más tiempo en su reloj de cuerda; también desviaba la ruta para ir por un mango con sal y limón que vendía un tipo a media cuadra de diferencia de su camino cercano.

Sabía que ella pasaba arrastrando con sus dedos las paredes, y que cada vez que pasaba alguna puerta levantaba los dedos para volver a retomar luego el hábito de arrastrar los dedos por la pared. Sabía que ella esquivaba el carro rojo que estaba estacionado encima de la banqueta y pasaba del lado de la calle, porque el lado de la pared la hacía sentir insegura.

Sabía que de su casa a la de ella el recorrido se hacía en siete minutos. Los había contado con el mismo reloj de pulsera que un día secretamente le había comprado a ella y lo había dejado en el camino que ella tomaría… como un obsequio sin remitente.

A veces pasaba horas afuera de su casa con la ilusión de verla aunque fuera de lejos, pero el único día que se armó de valor para tocar su puerta y hablarle directamente de sus sentimientos no había nadie que abriera.

Esa noche iba tras ella y nadie lo notó. Cuidaba sus pasos a poca distancia, como un guardia nocturno velando un tesoro imaginario. A los minutos de su partida, en la banqueta sus amigos solo escucharon algunas sirenas de ambulancia y vieron que algo había sucedido cerca del mercado. Todos pensaron inmediatamente en ella, pero nadie se atrevió a ir al mercado a averiguar si algo le había sucedido. A lo más que alguien se atrevió fue a llamarla por teléfono, pero no contestó. Algo había pasado, eso era seguro. 

BLOG ALUSIONACION: TRAVIS PLUMA




Autor del libro La fe, la esperanza y el amor. Cinéfilo, melómano, aficionado de la pintura y la fotografía. Nació en 1984 en la ciudad de Guatemala. Pasó su adolescencia en la posguerra. La situación difícil del país lo motivó a emigrar.

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