El Terremoto del 76 a los ojos de una niña imagen

Una fuerza inexplicable sacudía mi cama. Pensé en el temible Coco. Un retumbar extraño aullaba bajo la tierra. El pánico estalló en mi tripa. Oscuridad, caos y confusión. Así lo recuerdo.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Vivimos etapas de nuevas certezas, de cambios y descubrimiento. En la niñez abundan. Preparatoria, por ejemplo, año revelador. Estaba fascinada al conocer el mundo de las tareas escolares. Me sentía mayor por el peso de la responsabilidad y de los cuadernos en mi primer bolsón. En esa época, por una creativa cocinera, también supe que existía un macabro personaje llamado El Coco. El malvado vendría a sacudir mi cama en las noches si no era buena niña. Para dormir en paz, más valía comerme todo y hacer el trabajo del colegio. Guardo precisa aquella tarde de tarea de matemáticas. Debía dibujar manzanitas en canastas para ilustrar sumas de un dígito. Estuve muy entretenida. No sé si el resultado de las sumas fue correcto. Pero recuerdo que en mi infantil opinión, las manzanas, rojas y redondas, eran una obra de arte. Estaba tan contenta que de buena gana dejé el plato limpio en la cena. Era 3 de febrero.

PÁNICO EN LA DUERME VELA

En la madrugada me despertó un movimiento terrible. Incesante.

Algo estalló en mi estómago, era miedo visceral. En el entendimiento de mis seis años, apareció el temible Coco. Entré en pánico. Grité, no sabía exactamente en donde me encontraba o qué hora era. Estaba oscuro.

Entre sueño y susto y confusión, grité de nuevo. Para mi alivio, papá corrió al cuarto, me salvó. En un minuto, con dos niñas abrazadas como sandías bajo los brazos, salió de la casa.

Era la madrugada del 4 de febrero de 1976. Los guatemaltecos fuimos azotados por un terremoto violento y monumental. La tarea de sumas y manzanas no llegó a su destino. Un mes esperó mi cuaderno en el bolsón antes de que un poco de normalidad regresara a nuestras vidas.

Ese febrero del 76, Guatemala cambió para siempre. En medio de la desolación colectiva, mi pequeña mente sintió un atisbo de alivio. Tuve la certeza de que el Coco era simple fruto de la manipulación de Lupe. Conocí el significado de las palabras terremoto y adobe. Supe que algo estaba terriblemente mal.

EL PAÍS SE VINO ABAJO

Los adultos llevaban el semblante sombrío, las comunicaciones se interrumpieron y cada quien buscaba a los suyos para saber si estaban bien. El interior del país se vino literalmente al suelo. Las novedades, de alguna manera, encontraban forma de llegar y salir. Los mayores se organizaron para ayudar en donde fuera necesario.




Vivíamos en Mixco. Muchos asentamientos del municipio fueron terriblemente dañados por el terremoto. Conseguir agua era un trámite, las personas lloraban desoladas. La niña que era entonces, trataba de hacer sentido de cada palabra que escuchaba, de cada gesto, de cada silencio.

Abandonamos la casa. La familia entera, tíos y primos y abuelos, también algunos vecinos, improvisamos un campamento en el terreno vecino. No se sabía a ciencia cierta cuánto daño sufrieron las viviendas en el primer terremoto, tampoco en el segundo del 5 de febrero a medio día. Era arriesgado habitarlas. Dormíamos en carpas de campaña, en casitas improvisadas debajo de algún camión, comíamos al aire libre.Vivíamos pendientes del siguiente temblor.




 




LA FANTASÍA INFANTIL ENSOMBRECIDA POR sismos

Ese año de preparatoria y temblores, supe que todo puede cambiar de un momento a otro. Aprendí a sumar, a restar y a no creer todo lo que cuentan.

Conocí una lección permanente: contra la Madre Naturaleza, ni el país más intrépido o desarrollado puede salir victorioso. Siempre habrá destrucción, caos y lágrimas. Su fuerza es apabullante. 




DESCUBRIMIENTOS

Ciertos descubrimientos de mi niñez son trozos que traigo a buen resguardo en la memoria. Momentos de respuesta que explican los misterios del mundo. Algunos fueron extraordinarios. Guardo por ejemplo, un regalo que trajo cierta tarde, pocos días antes de la tragedia. Sentí una especie de poder nuevo, casi mágico. Descubrí que en el radio se puede cambiar de estación. Estábamos en la cocina. Vi cómo Lupe daba vuelta a una pelotita del radio anaranjado que había en la cocina. Como hechizo, se interrumpió un anuncio y dio paso a una balada.

Sin hacer caso a las protestas, empecé a buscar y encontrar, a dar vueltas a la pelota milagrosa. Aprendí que no solo Radio Rumbos existía en el universo. Conocí la 5-60, la Fabu Estéreo, Cadena Azul, TGW, Radio Nuevo Mundo.




 Días después sucedió la catástrofe.

Durante la pausa escolar obligada que trajo el terremoto, el tiempo sobraba. Lo gastaba jugando radio. Me metía bajo una mesa del campamento con un radio de transistores. No recuerdo de quien era.

Me volví experta en sintonizar música y, sin buscarlas, encontré las noticias. “Tantos desaparecidos en San Juan Sacatepéquez, en Chinautla no quedó una sola vivienda habitable. El presidente visita tal o cual lugar. El estado de las carreteras dificulta la llegada de víveres y de la Cruz Roja… continúa el recuento.Desaparecidos, más desaparecidos, muertos, más muertos”.




Conocí muchas emisoras. Desaparecidos: imaginaba a personas evaporadas, desaparecidos. como en las películas. Hasta que un locutor habló de cuerpos sin vida bajo escombros. Más punzadas en el estómago. Imaginaba niños y niñas bajo toneladas de pared. Una pesadilla.

Desde aquella época de niñez, el gozo de escuchar música me acompaña cada día, y el estremecimiento visceral que me produce el radio-noticiero, también.

 

 

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