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Se te olvidan las llaves del carro, le dices a tu novia “mamá”, te confundes de nombre al llamar a un amigo, se te olvida mandar un correo. Todos estos actos parecieran ser muy comunes, parte de nuestra vida cotidiana y sin ningún significado específico. Las personas lo atribuimos a ser “distraídos”, despistados o a tener la cabeza en otro lado. Sin embargo, Freud, el padre del psicoanálisis, solía describirlos como algo más allá de una falla de memoria. Les llamaba actos fallidos y usualmente al hablarles a las personas a las que les sucedía, podían ambos encontrar un significado particular de esta falla. Según su teoría, cuando un nombre propio se olvidaba y se sustituía con otro de forma particular, había una relación inconsciente entre el nombre perdido y el sustituido. Por ejemplo, la frecuente confusión del nombre de la pareja con el nombre de la madre podría implicar una identificación de esta como figura de afecto maternal cuando esta persona es la que se encarga de “cuidarlo” o “decirle qué hacer”. Esta equivocación de palabras fue denominada “lapsus linguae” y no significaba lo mismo para todas las personas, pues igual que en todo el estudio de la mente, dependía completamente del proceso particular que se llevaba a cabo en cada cerebro.

Así como en estos lapsus existen actos fallidos, que son producto de una distracción, como un error en escritura, leer una palabra que no es, perder objetos, olvidar dónde parqueaste el carro, confundir a una persona con otra, pensar en voz alta y tener accidentes absurdos. Esto no significa que todos los accidentes son producto de un deseo o problemática inconsciente, pero probablemente si uno se repite, valdría la pena analizar su contenido. Los actos fallidos implican algo que representa una contradicción a lo que queríamos hacer y no solo algo que hicimos sin darnos cuenta. Por ejemplo, cantar una canción, jugar con un bolígrafo y comernos las uñas no son actos fallidos porque son acciones que hacemos sin pensarlas o de manera inconsciente, pero no se hace algo diferente a lo que se pretendía hacer. Lo primero que nos dice un acto fallido es una verdad o deseo que trata de salir a la consciencia y que guardamos, pero nos asusta o incomoda aceptarlo. El contenido de esta idea es rechazado entonces por nuestra mente, pero sigue luchando por hacerse consciente. Los actos fallidos tienen que ser conflictivos, por lo que usualmente cuando nos pasan, nos sentimos avergonzados después, así que revelan con exactitud eso que tratamos de negar.

En una ocasión, hablando con una mujer que siempre perdía las llaves de su carro, su psicóloga empezó a cuestionarla respecto a lo que sucedía en su mente justo antes de darse cuenta de que no estaban; se dio cuenta de que usualmente las perdía justo antes de ir a una cita importante con el médico, dentista o a los exámenes médicos. Al indagar un poco acerca de su salud, la madre de la mujer había muerto de cáncer en el páncreas hacía 10 años. Poco a poco, cuando la terapia se iba desenvolviendo, se logró llegar a la afirmación de que la mujer temía fuertemente el padecer del cáncer que se llevó a su madre y que los doctores en su momento le dijeron que tenía una alta probabilidad de heredar. Evitaba ir al doctor para toparse con una verdad que podía representar su futuro y sin darse cuenta perdía las llaves del carro cada vez que se topaba con la posibilidad de descubrir esa verdad. Había algo mucho mayor detrás de ese olvido.

Los actos fallidos están presentes en el día a día y pueden decirnos más de nosotros mismos de lo que pensábamos. 

Y a ti, ¿te ha pasado?

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