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En la columna pasada, hablamos del crimen y de la inseguridad y cómo se traslada a un impuesto para los empresarios. Análogo al proceso de análisis estratégico, donde debemos comprender a la competencia y las fuerzas externas, para entender cómo protegernos de este flagelo que impacta nuestra sociedad es necesario conocer con quién nos enfrentamos. En esta columna definiremos el crimen organizado y la delincuencia común.

En el trabajo recopilado por Cano López (2003), se define que crimen organizado consiste en dos o más personas que, con un propósito de continuidad, se involucran en una o más de las siguientes actividades: (a) la oferta de bienes ilegales y servicios, por ejemplo, el vicio, la usura, etcétera, y (b) delitos de predación, por ejemplo, el robo, el atraco, etcétera. Diversos tipos específicos de actividad criminal se sitúan dentro de la definición de crimen organizado. Estos tipos pueden ser agrupados en cinco categorías generales: (1) Mafia: actividades criminales organizadas. (2) Operaciones viciosas: negocio continuado de suministrar bienes y servicios ilegales, por ejemplo, drogas, prostitución, usura, juego. (3) Bandas de asaltantes-vendedores de artículos robados: grupos que se organizan y se involucran continuadamente en un tipo concreto de robo como proyectos de fraude, documentos fraudulentos, robos con allanamiento de morada, robo de coches y secuestros de camiones y adquisición de bienes robados. (4) Pandillas: grupos que hacen causa común para involucrarse en actos ilegales. (5) Terroristas: grupos de individuos que se combinan para cometer actos criminales espectaculares como el asesinato o el secuestro de personas prominentes para erosionar la confianza del público en el gobierno establecido por razones políticas o para vengar por algún agravio.




Los delitos cometidos por la criminalidad común, por diferenciarla del crimen organizado, tienen un carácter predatorio que incorpora una redistribución de unas rentas existentes previamente. En el lado opuesto, el crimen organizado está involucrado en delitos, como la prostitución, el juego o el tráfico de drogas, que abarcan la producción y distribución de nuevos bienes y servicios con la componente de tener un valor añadido. En conjunto, sus actividades tienen un carácter consensual hacia el delito cometido que tiene la activa complicidad de otros miembros legítimos de la sociedad en general. El repertorio de sus actividades, por lo tanto, tiene su núcleo principal en delitos sin víctimas.

¿Qué puede hacer el emprendedor guatemalteco ante estas agrupaciones? Abordaremos varios consejos prácticos. En esta columna analizaremos uno: lo recomendado por George L. Kelling en su libro: “Fixing Broken Windows: Restoring Order and Reducing Crime in Our Communities”. Su argumento central es que el desorden en un área motiva mayor desorden en otras. Si las casas están con vidrios rotos, promoverá que el vandalismo continúe y sigan rompiendo ventanas adicionales. Su teoría fue puesta en práctica en ciudades como Nueva York donde se limpió el grafiti y se restauraron vidrios rotos. Eso, aunado con políticas rigurosas de tolerancia cero, disminuyó dramáticamente los índices de criminalidad. ¿Cómo están nuestras comunidades? ¿Hemos dejado de limpiar y de ordenar? ¿Somos parte del problema o la solución? 

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