El duelo ¿cuestión de educación? imagen

Todos más temprano o más tarde tenemos que pasar por un duelo. Monsanto reflexiona sobre el tema y nos cuenta sobre su luto más reciente.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Uno de los grandes misterios que ha enfrentado la humanidad, por decenas de cientos de años, es el relativo a la muerte. Este desenlace natural por el que todos transitaremos algún día está tan relacionado a la evolución del pensamiento, que es entendido como una de las grandes palancas que motivó el crecimiento de las ideas. Mismas que desembocaron en doctrinas que alimentaron con el correr del tiempo a la ciencia, lo místico, lo filosófico o el arte, como forma de abstracción de lo real. En un principio, inclusive, se llegó a pensar que los muertos estaban del otro lado de los sueños y que era posible comunicarse con ellos con el solo hecho de quedarnos dormidos. Esto último, podría ser cierto.

Mucho más adelante, las grandes religiones resolvieron el problema encontrando la promesa de una vida después de la muerte. Dejando claro de paso que, esta última, era el umbral a otro estadio mucho mejor y que a él se llegaba de diferentes maneras. Algunas escuelas de pensamiento proponen la reencarnación como forma de perfeccionamiento del alma antes de que deje de renovarse y se prepare para su viaje final al infinito. El asunto de la muerte queda resuelto para los que creen y hasta que no se demuestre lo contrario, con la promesa de una eternidad llena de satisfacciones ilimitadas, condicionadas únicamente por nuestro actuar terrenal.




Sin embargo, ¿realmente estamos preparados psicológicamente para la pérdida física de un ser amado? Nuestra educación puede paliar un poco las oleadas de dolor y las explosiones públicas de llanto y pena, pero ¿y la tristeza? ¿La soledad? ¿La necesidad de contacto? ¿De cariño? ¿Consejos? A mis 56 primaveras veo con terror cómo el mapa de mis mayores se va desdibujando aceleradamente. Es raro el primo que no haya perdido un padre. Yo ya enterré a mi mamá. Algunos de mis contemporáneos empezaron a desaparecer hace algún tiempo y de los que quedan, varios ya son huérfanos. Todos hemos sufrido la pérdida a pesar de nuestras creencias.

La resignación es obligada. No queda de otra. Si no, el dolor terminaría matándonos. 

Cada uno a su tiempo, tarde o temprano, aprende a sublimar la pena, aunque esta no desaparezca del todo jamás. Logra uno soslayar ese miedo, totalmente racional, por haber extraviado una parte fundamental de nuestra propia construcción integral. Porque si algo es muy claro es que todos somos perecederos. Al menos corporalmente, ya que, intelectualmente o por la magnitud de nuestros actos, sí es posible trascender mientras duren los tiempos.

Un nuevo luto me tiene noqueado

El pasado 17 de mayo murió uno de los pilares de nuestra familia: Alfredo Monsanto Toledo. Protagonista notable en el campo de la medicina y a quien muchos le debemos tantas cosas. Aunque asistí a su sepelio por medio de la tecnología por estar fuera de Guatemala, pude apreciar las muestras de cariño con la que se le acompañó a la que es hoy su última morada terrenal. En muchos sentidos, el tío Fredy es uno de los modelos a seguir por la pasión con la que abrazó el apostolado de la medicina y la responsabilidad pragmática con la que enfrentó muchas de sus misiones profesionales. Fue un hombre que amó a su familia y a quien le tocó, como ahora le está pasando a su primogénito Francisco Arturo, la dolorosa misión de acompañar los últimos hálitos de gran parte de nuestros seres queridos. Sirvan pues estas palabras como un homenaje a su recuerdo. Gracias por todo amado tío. 




Regreso al principio de este relato ¿es el duelo una cuestión de educación? ¿Es la fe o la edad un vehículo suficiente para conformar a los deudos? Mi abuela perdió a su papá cuando ella tenía 76 años y le lloró como una niña. En ese momento no entendí bien su tristeza, ya que, para mí, mi bisabuelo era muy anciano. He de reconocer, eso sí, que muy cuerdo, vital y todos lo amábamos. Yo regresaría de mi tumba para espantar a todo aquel que dijera “que ya me tocaba” porque era viejito. Creo, en lo personal, que el luto es un estado que cada persona experimenta de diferentes maneras. En este influye las relaciones que teníamos con la persona fallecida y lo que, como humanos, queríamos para él o ella. Si fue repentino o pasó por un difícil tránsito, por ejemplo. 

Es quizás por ello, que siempre hay que tener resueltas las cuestiones de las relaciones interpersonales. Usted ¿qué opina? 

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