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Guillermo Monsanto nos habla, a través de la obra de Ana María de Rademann, de un medio de expresión cuya esencia se entiende en el presente como alternativa.

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EL COLOR DE GUATEMALA. Por Guillermo Monsanto

Hay experiencias que solo pertenecen a los artistas. El gozo de crear, de abstraer y expresar, es intenso y satisfactorio. No hay ejercicio más íntimo que el momento en el que germina la idea y toma cuerpo. Es un lapso vital de diálogo con la creación. Se lucha, incluso, con diversidad de sentimientos y pensamientos formales hasta alcanzar una meta. Es la ejecución en el lenguaje elegido, llevando la obra hasta las últimas consecuencias. Luego, ya fuera del control del artífice, evaluar el impacto de su labor a través del tamiz que le otorga el aval del público. Y, si a este último se suma la aprobación de la crítica calificada, el Nirvana está garantizado.




Constancia, fe en lo que se realiza, horas de trabajo, disciplina, sueños alcanzados y una energía inagotable pueden definir el perfil de Ana María de Rademann. Carrera que ronda los 60 años. Empezó tempranamente con la pintura. Luego de años de estudios, práctica y entendimiento del hecho pictórico, a mediados de los años setenta, comienza a mostrar sus logros en una serie de exposiciones consecutivas apuntaladas por reputados analistas y salas de mucho prestigio. Un frenesí expositivo que para de golpe en 1988. A partir de aquel año tiene una presencia en subastas y otras actividades colectivas. El resto de su abundante producción, sin embargo, camina desde entonces a las colecciones particulares sin necesidad de llegar a una galería. Visibilidad, el sueño de todo pintor.




Bajo el título de “El color de Guatemala” la Fundación G&T Continental le organizó una ambiciosa retrospectiva. En la misma se le rinde honores a una manifestación que en Rademann toma una dimensión atemporal: el paisaje de Guatemala. Cuadros que, más que pinturas sobre lino, se trasmutan en ventanas que nos dejan entrever el sentimiento gestual con el que fueron plasmados.




Rademann nos lleva, a través del guion museográfico, al encuentro de una manifestación que no se agota, porque Guatemala es eso: Montañas, florestas, bosques, ciudades coloniales. Propone, con su pigmento, valores vivos en un campo poco apreciado por la contemporaneidad, pero sí, por el coleccionista: la pintura de caballete. El ejercicio expresivo que éste le permite en la mezcla de color, en la trasmisión de sentimientos, queda patente con claridad indiscutible. La obra no pretende ser otra cosa. Es pintura y como tal cumple una misión expresiva. La muestra se localiza en la galería Marco Augusto Quiroa del Hotel Museo Casa Santo Domingo. No se la pierda.  

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