El blog del gordito: El índice de masa corporal fue un invento para cobrarnos más imagen

En vez de probar un enfoque cuyas estadísticas arrojan entre un 90 y 95 por ciento de fallo, probé algo diferente.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

La primera vez que fui con mi nutricionista, esta amiga del colegio de hace chorromil años, no fue tanto por mi salud sino por retomar la amistad. Salí de una promoción bastante unida, pero en esos grupos cuando una pareja se separa, es como un divorcio en la mayoría de los casos. La cosa es que ese grupo de amigas se fue con la chava con la que salía y dejé de hablar con ellas, aunque más bien ellas dejaron de hablar conmigo como recién me confesó el fin de semana pasado una de ellas -con varios tragos encima- en la reunión de graduandos.

La verdad es que esa primera reunión fue lo que esperaba de una buena nutricionista: una sesión con pesa, mediciones del índice de masa corporal y curvas a las cuales tenía que apegarme. Comencé la primera semana haciendo un détox donde solo tomaba licuados y sopas. Bajé cinco libras, una por día supongo. Luego vinieron semanas con menús y recetarios, que pollo con uvas, pescado con curry, ensaladas, unos camarones con miel, chipotle y vodka que sabían a gloria. Todo en porciones medidas, con onzas exactas.

Bajé de peso, no recuerdo ahorita pero habrán sido unas 25 libras en cuatro meses. 

Todo iba bien. Cada sesión era para platicar sobre cómo todos los del colegio habíamos cambiado con el paso del tiempo. Pero dejé de ir porque mi esposa quedó embarazada y había que ahorrar. Y me quedé con algunos hábitos de la dieta: no muchos carbohidratos, aceite de canola en spray en vez de margarina, siempre comer lomito en vez de puyaso y decirle “no” a las papas, y los cheat days. Estos consistían en un par de comidas a la semana en la que me daba el lujo de tragarme una pizza o una hamburguesa. Qué sé yo, cualquier cosa que quisiera y que rompiera la dieta.

¡Poing! El rebote… y el cambio de mentalidad

Luego ella se fue a una beca en Barcelona. Yo seguí con mis hábitos y una dieta que cada vez más dejaba de serlo hasta que me lesioné la rodilla y comencé a subir de peso. El rebote que le llaman. Mientras tanto ella terminó los estudios, se casó y quedó embarazada. A partir de entonces esa afinidad de los padres y madres inexpertos a quienes todo el mundo da un consejo sobre como criar al hijo, hizo que siguiéramos conversando. Ella paró en EE.UU. dando a luz para que su hijo creciera allá. Pero siempre me mencionaba que su programa había cambiado radicalmente y que debería meterme de nuevo.

Esta vez hasta el nombre cambió. La clínica es atendida por ella y por otra nutricionista aquí en Guatemala. A mí me preocupaba por dos razones: el costo de las citas y que no tenía esa pesa especial para ver mi índice de masa corporal. Pero llegamos a un arreglo económico y me dijo que yo no necesitaba la pesa. Y que en vez de ser ella quien me atendiera, sería Belle. Y esa primera sesión, déjenme decirles, es algo totalmente diferente a lo que he escuchado de todas las demás personas que van con el nutricionista.




Primero porque no hay pesa. Eso fue lo más extraño de todo. Segundo porque puede ser por Skype y no tiene que ser presencial. Y aunque al momento me queda mejor de manera virtual, eventualmente pasaré a las presenciales. Tercero porque no se basan en mi peso sino en mis exámenes de sangre. Y si no se recuerdan, estaban graves y al borde de la diabetes podría decir.

Al principio me dio desconfianza todo. Es decir, ¿Por qué chingados no importa el peso? Toda la vida me han dicho que la salud se basa en el peso y en la cantidad de grasa que tiene el cuerpo. Pero según los estudios de esta clínica, la mayoría de quienes hacen una dieta ganan más peso del que tenían un año después de terminar la dieta porque los hábitos nunca cambiaron. Más todavía, 

resulta que el índice de masa corporal fue inventado en los años cincuenta por las aseguradoras gringas para cobrarle más a los “gordos”. 

Así que en vez de probar un enfoque cuyas estadísticas arrojan entre un 90 y 95 por ciento de fallo, probaron algo diferente.

Sigo algo escéptico, pero quizás escribirlo me haga reflexionar más profundamente sobre el tema: “romper la mentalidad de la dieta” es el lema de la clínica. Cero restricciones. Por un lado me cagué de la felicidad cuando mi nutricionista, la de Guatemala, me dijo eso. Por el otro pensé que esto simplemente no va a funcionar porque me voy a comer las mil y un cosas que siempre me restrinjo o que evito. Pero la primera sesión básicamente es diferenciar entre cómo pensamos cuando hacemos dieta, y cuando no. La idea es comenzar a dejar de sentirme culpable por comer cosas “prohibidas”, y si tengo hambre y ganas, hincarle el diente a algo.

Y mientras me como una conchita, el pan dulce con manteca arriba, con un café con leche entera al escribir esto, tengo que aprender a reconocer cuándo tengo hambre y cuándo estoy lleno. Pero eso es para la otra sesión. Solo les puedo adelantar que sí, tengo que seguir haciendo actividad física, comer fruta y verdura, pero no pensando en cuántas calorías voy a quemar y cuántas voy a dejar de comer, sino en que es un proceso para mejorar la manera en que como e ir dejando de lado todos los traumas que la comida conlleva para mí.

Juan Diego Oquendo

P.D.: La mayoría de personas a las que les he contado sobre este nuevo enfoque se han reído o me han dicho que no va a funcionar porque sin dieta ni restricciones no se puede bajar. Quizá cueste más de lo que pensé. Pero si se quedaron con la duda, busquen en Facebook Grayt Nutrition solo para ver qué onda.

El blog del gordito




Fanático de Chef’s Table y Master Chef. Soy panadero comercial, gourmet y galletero egresado del Intecap. Tipo de buen diente, aficionado a la cocina. El hijo tropical de Anton Ego y Julia Child.

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