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Las fiestas de fin de año han sido la oportunidad perfecta para poner en práctica otro de los elementos más importantes del programa nutricional de Grayt. La vez pasada les conté mi experiencia de comer lo que me suele gustar de manera consciente, como si fuera un juez en un programa de Master Chef y tuviera que elegir a un ganador y los perdedores. Pero esta vez les quiero contar de las escalas de hambre y saciedad.

Parte del programa que desarrolla la clínica tiene un lema muy particular: “Honra tu hambre”. La idea es aprender a reconocer cuándo tenemos hambre y cuándo estamos llenos, sin importar la cantidad de comida, sino más bien una serie de señales, en su mayoría fisiológicas. La escala va del uno al diez. Siendo el uno “muerto de hambre” y el diez “voy a vomitar de tanto comer”. El punto ideal es el cinco: “me siento bien”. Pero cada persona es diferente, así que cada escala es también diferente.

Para unos quizá salivar sea el primer indicador de hambre, y para otros sea un rugido en la panza. Así que la propuesta fue la siguiente: Pasar hambre extrema en unas situaciones, y pegarse la gran hartada en otras. Pero con una libreta en mano para identificar las señales. Para mí lo primero es un rugidito en la panza. Quizá porque a los diecinueve comencé a padecer gastritis y comencé a fumar a nivel profesional: Una cajetilla diaria que dejé hace más de dos años.

Al principio confundía el ardor en la boca del estómago con el sol que me pegaba en la panza cuando me echaba un cigarro en la terraza las siete de la mañana antes de desayunar. Supongo que mis malos hábitos me dejaron esa cicatriz en la panza sumado a mi etapa de anorexia. Dejé de comer más allá de lo necesario para no desmayarme y a esa edad bajé 65 libras en cuestión de un semestre en la universidad, eso me dañó el aparato digestivo hasta el queso.

Y ahora que hago mi propia escala -la del hambre, porque la de la saciedad está bien pisada y les contaré más adelante- me doy cuenta que ese ardorcito es el primer síntoma de hambre. Luego viene un poco de salivación como el número tres, y así bajo a un humor insoportable en el número dos y finalmente dolor de cabeza y cansancio en el punto uno. Aunque quizás haya puntos medios por ahí: Un rechinar de dientes entre el cuatro y el cinco. Y cuestiones psicológicas como una vez que hice un reportaje con una amiga del trabajo.

Las dos niñas con hambre

Estábamos en una aldea perdida en un municipio perdido en un departamento perdido en un país perdido. Habíamos llegado para hablar con un sobreviviente de los experimentos de inoculación de sífilis durante el período de Arévalo y su familia nos invitó a almorzar luego de la entrevista y las fotos. Para la ocasión prepararon caldo de gallina y mataron a una a lo Delito, condena y ejecución de una gallina. Algo que hacían dos veces al año porque una gallina no es de todos los días. Con pena el fotoperiodista y yo nos comimos el caldo. Mi compañera simplemente lo rechazó.

Terminé mi plato y dejé los huesos llenos de carne y pellejo porque toda la vida he sido un inútil para comer pollo con hueso. Mi mamá siempre despenicaba las patas que comíamos con mis hermanos y bueno, nunca logré hacerlo por mi cuenta. A la fecha mi esposa trata de no cocinar pollo con hueso y mi suegra suele apartarme una pechuga cada vez que llego a comer con su familia porque son unos consentidores y yo un mañoso.

La cosa es que dejé el plato ahí y me quedé tomando limonada fuera de la casa de bloc. Por la ventana vi hacia adentro cuando dos niñas, nietas del señor que entrevistamos, se sentaron a la mesa. Como almuerzo compartieron las patas que había dejado mordisqueadas. Pero no se me olvida nunca la mirada de felicidad con que saboreaban los huesos masticados. Me marcó tanto que a veces cuando estoy trabajando o haciendo algo que me impide comer en el momento que mi cuerpo me lo pide, pienso en esas niñas y me digo que puedo aguantar más tiempo.

Si Herta Müller retrata el hambre como un puercoespín que clava sus púas en el estómago de una niña en su genial novela “El hombre es un faisán en el mundo”, para mí el hambre máxima es el rostro de esas niñas comiendo lo que yo dejé. Ese es el “muerto de hambre”. Un “muerto de hambre” real, en todas partes. Guatemala es el país del hambre donde unos tiran sobras y otros las disfrutan. Ojalá esas niñas estas fechas se hayan comido una gallina recién salida de la olla.

EL BLOG DEL GORDITO




Fanático de Chef’s Table y Master Chef. Soy panadero comercial, gourmet y galletero egresado del Intecap. Tipo de buen diente, aficionado a la cocina. El hijo tropical de Anton Ego y Julia Child.

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