El Ausente imagen

Me contó que, a veces, cuando no me mandaba mensajes, salía a la calle a vagar por los lugares donde su hermano se mantenía y ver si lograba verlo; pero nunca lo volvió a ver.

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Conocí a Armando en la escuela. Era bajo de estatura, delgado, pelo negro, el más pilas de la clase y la burla del grupo de amigos. Fue la única amistad que conservé después de haber salido de la escuela y haber formalizado la relación con mi novia. 

Tenía problemas con el sueño. Muchas veces lo hablamos, regularmente en las madrugadas cuando me despertaba con un mensaje de texto para apalear la soledad. 

Antes vivíamos cerca. Salía de mi casa, unos pasos y estaba en su puerta. Me hacía pasar. A veces nos sentábamos en el comedor mientras todos los demás dormían; otras veces prendíamos la televisión de la sala, salíamos al patio a fumar o íbamos a la cocina a prepararnos algo de comer. Éramos amantes del café, hacíamos tazas de lo que nosotros llamábamos capuchino –simplemente azúcar, leche y café batido. Hablábamos de muchas cosas, mayormente de El Ausente o de su hermano. 

El problema al principio fue su hermano, quien de igual forma tenía problemas con el sueño gracias al uso excesivo del polvo. Compartían habitación. Desde que tenía 11 años, Armando prefería salir de su cuarto a vagar por su casa para evitar ver cómo su hermano se drogaba. 

Las noches que yo llegué a su casa el hermano era un personaje nulo. Nunca estaba de noche, lo único que había dejado en la casa era El Ausente. Era raro verlo en casa; lo normal era verlo en la calle, caminando a prisa. 

Había varias situaciones que le sucedían por no poder dormir, como la vez en que apagó la luz, cerró los ojos y sintió que un ser oscuro, casi una sombra, se había subido encima de él y le apretaba las muñecas, la cintura y las piernas. Me comentó que luchó durante unos minutos hasta que pudo liberarse. Inmediatamente me mandó un mensaje y llegué a acompañarlo. Hablamos unas horas y cuando el sol empezó a salir me marché a mi casa a seguir durmiendo. 

Un lunes entró un mensaje. Llegué a su casa, salimos al patio. La noche no era tan fría. Nos sentamos en unas gradas y me contó que mientras dormía había soñado que estaba durmiendo en la orilla de un barranco y que al percatarse de eso pegó un brinco. Eso lo despertó. Seguimos platicando mientras mirábamos las estrellas y esperábamos la salida del sol. 

Un sábado entró el mensaje más temprano de lo normal: eran las 10 de la noche. Yo apenas me preparaba para dormir. Me levanté. Aún estaba abierta la tienda de la esquina. Pasé comprando jamón y pan, la noche y el desvelo era una combinación que por lo regular me daba hambre. Llegué a su casa y mientras preparábamos los panes me contó que desde que era niño tenía un sueño repetitivo. Soñaba con un parque, pero hacía muchos años que no había vuelto a soñarlo, incluso había olvidado completamente ese sueño. Lo había enterrado tanto en el olvido que cuando despertó tuvo que despertar a su mamá para preguntarle si en algún momento habían ido a ese parque porque él lo recordaba como si hubiera pasado de verdad. Pero no, el lugar no existía.

Regularmente pasaba de 3 a 4 noches a la semana en su casa. Un jueves –creo– entró un mensaje y al llegar a su casa me contó que había despertado y que había escuchado que alguien estaba en el baño. La luz estaba encendida. Se asustó, pero no quiso levantarse a ver. En cambio, esperó en la cama pensando que quizá era su hermano quien había regresado. Alguien salió del baño: al verle la cara se dio cuenta de que no era él, era algo parecido a un espejismo. Armando se había desdoblado y había caminado al baño y estaba viendo por la ventana para ver si su hermano regresaba y al mismo tiempo estaba en la cama durmiendo. Después de haberme contado eso fuimos a la sala a ver qué había en la televisión. Vimos un par de horas hasta que nos quedamos dormidos. 

Cuando cumplió 18 años su hermano desapareció. Si bien regularmente pasaba semanas perdido, después de su cumpleaños ya nunca regresó. Tampoco apareció muerto ni nada por el estilo. Simplemente se perdió. 

Las cosas se le fueron de las manos a Armando. Me empezó a enviar mensajes cinco días a la semana y las situaciones se ponían cada vez más difíciles de asimilar. Me contó que, a veces, cuando no me mandaba mensajes, salía a la calle a vagar por los lugares donde su hermano se mantenía, para ver si lograba verlo; pero nunca lo volvió a ver. En cambio, veía otras cosas: al Cadejo, a la Llorona, a la Siguanaba, al Sombrerón y a muchos personajes amorfos y oníricos. 

La falta de sueño casi había hecho de Armando un ser que cuando estaba despierto soñaba. Tocó fondo cuando dejó de dormir tres días seguidos. Me mandó un mensaje a las 5 de la tarde y me contó lo de los tres días sin dormir. Me comentó que la primera noche escuchó unos gritos a unas cuadras y pensó que era su hermano, que lo tenían encerrado en una casa, secuestrado o algo por el estilo. Salió a la calle a buscar de dónde venían los gritos y vagó hasta casi llegar al Centro. Los gritos seguían escuchándose lejos, hasta que se cansó y decidió regresar, pero no dejó de escucharlos durante las 3 noches. 

Me pidió que lo acompañara un rato porque le estaba empezando a doler el pecho. Estuve con él aproximadamente media hora, antes de que quedara doblado por el sueño. Lo dejé dormir y me fui a casa. Durmió hasta el otro día. Fue entonces que al despertarse decidió buscar ayuda. Empezó a ejercitarse, a comer mejor, trató de superar lo de su hermano, se dedicó de lleno a sus estudios y ahora hasta tiene novia. Fue un camino largo y solitario para él, pero lo superó.

Con el tiempo dejamos de frecuentarnos, al punto que ambos nos volvimos tan diferentes que ya no había nada en común para hablar. Ahora ya no vivo cerca de él. Mi problema nunca ha sido agudo, lo único que siento es que no tengo a nadie cerca para poder excusar mi problema con el sueño.

Blog Alusionacion: Travis Pluma

Autor del libro La fe, la esperanza y el amor. Cinéfilo, melómano, aficionado de la pintura y la fotografía. Nació en 1984 en la ciudad de Guatemala. Pasó su adolescencia en la posguerra. La situación difícil del país lo motivó a emigrar.

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