Disparar al aire: un tratado a la estupidez y a la negligencia imagen

La práctica de disparar al aire, estúpida desde todas las perspectivas, es longeva en Guatemala, aunque resulte inverosímil desde cualquier óptica razonable.

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La práctica de disparar al aire, estúpida desde todas las perspectivas, es longeva en Guatemala. Aunque resulte inverosímil desde cualquier óptica razonable en nuestro país hay personas, que en las fiestas de fin de año, salen de sus casas y aprietan el gatillo en pleno alarde de su falta de sensatez.

Lo más irónico es que ahora esta absurda praxis además suele documentarse y compartirse en las redes sociales. Hace diez años, cuando ejercía el menester periodístico para diario elPeriódico, me tocó darle seguimiento a un caso que me partió el alma en varias decenas de pedazos. En la transición de la Noche Vieja a la noche nueva, un niño de alrededor de tres años fue alcanzado por una bala perdida. 

Viví de cerca el drama de los padres y cómo estos vieron las consecuencias de la estupidez humana elevada en su máximo esplendor. El infante, quien ya hablaba y caminaba, dejó de hacerlo y se vio postrado en una cama de hospital.

La travesura de algún irresponsable habría cambiado la vida del niño y la de su familia para siempre. Le di seguimiento por algunos meses y el desarrollo cognitivo del niño no logró a normalizarse.

Este tipo de episodios tan lamentables debiesen haber quedado en el pasado. Aunque la ley que regula la utilización de armas de fuego sanciona la práctica de disparar injustificadamente, los riesgos que supone este tipo de conductas no son equiparables a las consecuencias que trae para el que dispara.

Esto queda en evidencia con el caso del militar Jorge Luis Osorio Reyes, quien quedó ligado a proceso penal y a quien se le otorgó una medida sustitutiva. Claramente, el juzgador falló de acuerdo a sus facultades y no entraré a discutir su resolución, pues soy de la opinión que la prisión preventiva debe ser el último recurso. 

Pero es claro que las posibles repercusiones de estas actuaciones pueden ir en detrimento de la vida de terceros y de ser así, no hay prisión ni sentencia condenatoria que valga, porque los daños son irreversibles.

Eso fue lo que le ocurrió a la niña Nahomy Alexandra Chalí, de 8 años, quien lamentablemente falleció a consecuencia de una bala perdida. Aunque dieran con el responsable el daño ocasionado para la familia de esta niña es irreparable, han truncado una incipiente vida con mucho recorrido por delante.

En ese orden de ideas parece imperativo endurecer los requisitos para el otorgamiento de licencias de armas de fuego: fomentar capacitaciones, cursos y exámenes psicológicos a profundidad de toda clase, esto para minimizar los riesgos de que un instrumento tan delicado llegue a manos de cualquier idiota.

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