Dispara, yo ya estoy muerto imagen

Julia Navarro crea historias dentro de la historia. Esta novela, en medio de su ficción, está llena de verdades. Es a todas luces, un inmenso regalo literario.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

A través de sus novelas, Navarro logra que el lector atraviese con los cincos sentidos episodios claves de la historia universal. Su habilidad para recrear escenarios y pensamientos y espacios es inacabable. “Dispara, yo ya estoy muerto” es una de las obras en las que mejor lo logra. Son varias historias entrelazadas. Suceden unas dentro de otras, un espectáculo literario. Su habilidad para crear vínculos sólidos entre el lector y los personajes es su broche de oro.

En esta historia, que recorre la convulsa Rusia Imperial del siglo XIX, el dominio Otomano de principios del siglo XX, la Revolución Rusa, un París nuevo y la Gran Guerra, conoceremos con despiadada profundidad el conflicto entre palestinos y judíos. Lo haremos en primer plano, a través de la familia de Ahmed  Ziad y de Samuel Zucker. Como sucede con las historias bien escritas, sin darnos cuenta desde qué momento o cuál párrafo, nos sorprendemos compartiendo el abismo de su dolor.

La persecución que el pueblo judío sufrió durante siglos, llevó a muchos judíos rusos, que escapaban de los abusos del Zar y los terribles pogromos, a emigrar a Jerusalén. Este es el origen de la historia central. Nace entre dos familias, los Ziad y los Zucker, acompañado por otras familias judías emigrantes, una amistad entrañable y una interesantísima dinámica de convivencia. Con su poderosa narrativa, Navarro coloca al lector en el centro de situaciones que ambas familias atraviesan y que desencadenan una serie de gestos que denotan cuánto eran capaces de apoyarse. Reinaba entre ellas la solidaridad y, aunque suene cursi, hasta el amor. Pero los cambios mundiales, la lucha por un territorio que ambos grupos consideran propio, la “Política de Asentamientos” que surge con el nacimiento del estado de Israel, aunado a las diferencias religiosas, rompen vínculos y provocan dolor, muerte y desencuentros inimaginables.  

“A veces el mal está en los ojos del que mira y no en lo que ve”. 

Esta historia trepidante va y viene en el tiempo, mientras Marian Miller, investigadora de una ONG que documenta las condiciones de los asentamientos palestinos, profundiza en la historia que los Ziad y los Zucker tejieron en La Huerta de la Esperanza, en Jerusalén, antes de la fundación del Estado de Israel. Conocemos a Ezequiel Zucker, anciano que colabora con una escéptica Marian a reconstruir los hechos. También, a muchos otros bien logrados personajes que nos trasladan a muchos tipos de geografía, físicas, emocionales, temporales. El final es absolutamente inesperado, una obra maestra.

“Hablar es importante, es lo que nunca deberíamos dejar de hacer. Si árabes y judíos nos esforzamos en escucharnos, en ponernos en la piel de los demás, las cosas serían más fáciles”.

Esta novela histórica es una de tantas que te recomendaré a lo largo del año. Disfrútala.


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