Desintoxíquese de las dietas: El Blog del Gordito imagen

Sí, cada cuerpo es diferente. Pero someterlo a extremos simplemente no es bueno y no tiene sentido.

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Si no lo vieron al menos lo escucharon mencionar. Hace diez años salió en televisión el programa The Biggest Loser (Perder para ganar), donde un grupo de hombres y mujeres era sometido a dietas, ejercicios y juegos donde tenían que resistir la tentación de comerse una hamburguesa, qué sé yo. Incluso idearon un sistema donde se sumaban o restaban libras a los equipos ganadores y perdedores, respectivamente. No puedo negar que vi unos cuantos y que sí, me reí. Hasta pensé con celos que si yo tuviera un entrenador todo el día gritándome, más cocineros preparando la cantidad exacta de carbohidratos y proteínas que tengo que consumir, tendría el cuerpo perfecto.

Bueno, pues resulta que mientras unos nos tragábamos las payasadas, un grupo de científicos estudiaba los casos de los participantes. Y seis años más tarde, cuando algunos de ellos habían bajado más de cien libras, ya habían recuperado el 70 por ciento del peso. Incluso quemaban 500 calorías menos que personas de misma edad y talla. Claro que, como señala el artículo de la neurocientífica Sandra Aamodt en el New York Times al respecto, la industria de las dietas brincó diciendo que los concursantes bajaron muy rápido o que no habían comido de manera adecuada. Sea como sea, los estudios cada vez más señalan que las dietas casi nunca son efectivas y que la salud no mejora de manera “confiable”.

Sí, cada cuerpo es diferente. Pero someterlo a extremos simplemente no es bueno y no tiene sentido desde el punto de vista de la neurociencia. Según Aamodt, el rango de peso fijo de cada quien depende de sus genes y su experiencia de vida. Si la dieta nos hace salirnos de ese rango, el cuerpo entra en una especie de estado de sobrevivencia: quema menos calorías y produce más hormonas inductoras de hambre. Es por eso que cuando rompemos la dieta tenemos más satisfacción al comer. El problema es que el cerebro simplemente no puede ser engañado. Si alguien baja de peso dramáticamente, el cerebro se declara en estado de emergencia por inanición y hace lo que pueda para regresar a la normalidad.

La felicidad sin dietas

La estudiosa es tajante: a los cinco años de hacer dieta, el 41 por ciento sube más de lo que logró bajar. Y a largo plazo quienes hacen dietas son más propensos a tener obesidad entre uno y 15 años más tarde. En hombres y mujeres de cualquier etnia y de niños a viejos. De este tipo de investigaciones es que parte el concepto de una “alimentación consciente”. Aamodt dejó de hacer dietas y se siente más feliz: “Redirigí la energía que ponía en hacer dietas a establecer hábitos diarios de ejercicio y meditación. También disfruto más la comida”.

Pocas veces hice dietas. Un par de veces cuando era adolescente y por recomendación de mis papás, pero me les escapaba para hacer unos tacos fritos con salsa ranchera, o me iba a la calle a comerme uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho shucos después del colegio. La única vez que hice dieta de manera formal fue hace cuatro años. Un programa hecho a la medida del cual no me podía salir. Incluso una semana de desintoxicación tomando sopas y licuados. Puta madre. Si me hablan de sopas pienso en un caldo de tomate con huevos y apazote; una sopa de cebolla con pan y queso gratinado encima; o un tazón de sopa de frijol con crotones; o un caldo tlalpeño y no esas mamadas de pollo con agua y güsiquil –ya les contaré mis procesos de paz con los alimentos.

Días de trampa

La dieta incluso consideraba cheat days, en los que podía comer lo que quisiera. Miren, anhelaba tanto llegar a ese día porque sabía que podía comer pizza o helado o cerveza. Me generaba una ansiedad maldita la dieta porque tenía que bajar la cantidad de grasa según el índice de masa corporal            –¿Recuerdan que es un invento de las aseguradoras gringas? Peor aún, cuando yo mismo me recetaba un cheat day porque uno es humano y la tentación es grande, me daba una gran atorada de cosas, pero ni las disfrutaba, lo hacía para vengarme de la estúpida dieta. Y al final solo me quedaba con una sensación de culpabilidad asquerosa.

Todos tenemos nuestros trastornos con la comida. Yo he ido descubriendo los míos poco a poco. Y ahorita que comienza el año afloran los fantasmas de la alimentación. Por todos lados dietas de desintoxicación, anuncios de pastillas infalibles, planes de consumo calórico… toda la gente haciéndose un queso para bajar lo que se subió en las fiestas de fin de año. Cosa que yo hacía siempre: bajar de peso y verme mejor entre mi top cinco de resoluciones. 

Les tengo una noticia: ¡No todo lo que sube tiene que bajar! Comiencen este 2017 disfrutando sus comidas, sus tiempos, sus reuniones, saboreando cada pedazo y sintiéndose bien al respecto. Es el primer paso para mejorar la salud.

P.D.: Ya tengo los resultados de mi prueba de sangre del primer trimestre… 

EL BLOG DEL GORDITO




Fanático de Chef’s Table y Master Chef. Soy panadero comercial, gourmet y galletero egresado del Intecap. Tipo de buen diente, aficionado a la cocina. El hijo tropical de Anton Ego y Julia Child.

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