De muertos y fiambre imagen

Noviembre llega cubierto de celajes y trae en su aire inspiración para evocar a quienes ya no están. Hoy iniciamos esta época de nostalgia reunidos en familia, alrededor del buen fiambre.

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Llegan nuestros muertos de visita. Después de todo, es en su honor que nos reunimos hoy, es por su memoria que preparamos fiambre. Aunque a veces, entre prisas y penas, perdamos de vista la razón de la ocasión, aquí están.

Podemos imaginar que pellizcan los embutidos y algunos espárragos del fiambre. ¿Quién, si no ellos? los niños aún no lo comen. Nuestros pequeños todavía no sienten lo que hoy se siente, no entienden de recetas familiares, del ritual que celebramos contra viento y marea, no saben que perder esta tradición es impensable. Y aún no han asistido a un entierro que marque un antes y un después en su vida. Ellos no esperan llegadas del más allá. Los niños de la familia extrañan a los muertos a través de nuestra nostalgia y de las constantes tertulias celebradas en honor de quienes partieron.

Mientras tanto, los fantasmas nos duelen en el recuerdo o producen ventiscas inexplicables, es su forma de hacerse presentes. Es solo nuestra imaginación quien los invoca, y la nostalgia, la eterna nostalgia. Hoy, esa parte de la mente que no se resigna, sabe que necesitamos señales. Sentir que ellos tampoco nos olvidan. 

Noviembre llega cubierto de celajes y trae en su aire inspiración para evocar a quien ya no está. Hoy iniciamos.

En mi familia era mi abuelo materno el líder de la tradición. Él hacía de la preparación del fiambre un ritual solemne. Era un espectáculo verlo. La cocina siempre fue lo suyo. Era de esos viejos bellos, que celebran el buen comer y lo convierten en obra de arte. Siempre estaba de antojo y maquinaba, en su imaginación octogenaria, las mejores recetas. Me encantaba verlo cuando se preparaba para comer y sentir cómo saboreaba sus bocados. Con él aprendí que a la comida se le honra y el tiempo que le dedicas es sagrado.




Días antes del 1 de noviembre, orquestaba la danza de las verduras, era una picadera loca. Su casa se encendía con colores, sabores y muchos jamones. Éramos tantos nietos, que mis abuelos se las ingeniaban para esconder los embutidos. Con tanta boca pequeña, estaban en peligro de extinguirse antes del gran día.

Mi abuelo preparaba toneladas de su magnífico fiambre. Acostumbraba llevarlo como regalo a San Agustín Acasaguastlán, su pueblo natal. Era muy importante para él esa costumbre dadivosa. De hecho, es costumbre muy chapina compartir fiambre y de paso ver a gente querida. Visitaba y obsequiaba a muchos parientes

–porque en provincia todos son parientes- y a viejas amistades. La vida se le terminó hace 32 años, pero cada plato de fiambre en la familia lleva su presencia, eterna y constante. Como se dice en cada familia, el nuestro es el mejor de todos.

Con el devenir de los años, se desgranó la mazorca familiar. Con las muertes y las ausencias enterramos el tradicional almuerzo en casa de mis abuelos. El que fuera punto de encuentro durante toda mi vida, dejó de serlo, para siempre. Pero lo llevo en mi interior, en ese espacio que resguarda mi pasado.

Como sucede en toda familia, surgieron nuevos núcleos, la tradición evolucionó. Cruzó el puente generacional y se multiplicó. Nuestro fiambre de antología sigue siendo el mismo, solo que ahora se celebra en distintas casas. Siempre, los fantasmas de los abuelos nos acompañan. Se sientan a cada una de nuestras mesas. Cierro los ojos y veo a mi abuela con su cabecita de hisopo dando interminables instrucciones. A él lo veo concentrado en la más profunda abstracción, catando su creación. Era su momento y lo disfrutaba ajeno a la algarabía descomunal que había en el ambiente. Mis viejos amados viven en cada bocado, en el insuperable caldillo, y en los sonidos de nuestro pasado familiar. Ellos vuelven y también todos los demás.

El fiambre, las visitas al cementerio, la necesidad de revivir a nuestros muertos en las conversaciones de esta víspera, es tal vez, la más arraigada tradición de los guatemaltecos. Cada familia la vive a su manera, pero me atrevo a decir que no existe hogar chapín en el que no se festeje.

El 1 de noviembre es para traer a la vida a quienes ya la dejaron, y lo hacemos alrededor de un plato que únicamente se come y comerá este día, cada año, por los siglos de los siglos.




Tradiciones de Guatemala

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