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Todos somos una sumatoria de eventos que, finalmente, nos van construyendo. Monsanto medita sobre las personas que lo han llevado de la mano hasta el presente.

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DE LA MANO. Por Guillermo Monsanto

Estoy convencido que la vida es una construcción a la que uno, guiado inicialmente por distintos mentores, suma elementos. La suerte puede influir. Sí. Pero, finalmente, esta es un albur caprichoso y por eso no hay que atenerse a ella. La integridad, esencial en la columna vertebral de la personalidad, se puede encontrar en todas partes. No se necesita de muchos estudios para ser una persona vertical. Por ejemplo, en lo personal considero que es una excusa señalar la miseria como fuente para no ser honesto.




Es cierto que muchas personas tienen más oportunidades que otras. Y que, para algunos más espabilados, es más fácil crear situaciones que los lleven por la senda del éxito. Y que este último es, como la belleza, muy relativo. Para algunos el éxito se mide por el dinero que se posee. Para otros corresponde al amor alcanzado, la estabilidad emocional o los valores humanos que se atesoren como forma esencial de vida, etcétera.

Cuando tenía 12 años obtuve mi primer trabajo como vacacionista. Ni a mi familia, ni a mí, se nos pasó por la cabeza que en el presente podría considerarse como explotación infantil. Eso, porque por supuesto no lo fue y, porque las condiciones de aquel entrenamiento para la vida, fue inteligentemente conducido. Claro, entiendo que las circunstancias me separaban de otros niños que se ven forzados a perder su infancia por la falta de oportunidades. Pero, en mi caso, se me brindó una de las herramientas que me ayudaron a abrirme paso profesional.




El otro día, parado con unos amigos frente a los maestros del Renacimiento europeo en El Prado, le comentaba a quienes me acompañaban detalles que aprendí en el regazo de mi abuelita Luz. Luego de un rato, ya frente a los exponentes del Barroco, me di cuenta que lo que veía, entendía, o quería comprender en aquellas pinturas, era todo un proceso por el que yo fui llevado de la mano por distintas personas: mi familia, las maravillosas maestras que me formaron en el Julia Camacho Labbé, Liceo Guatemala, la Universidad, mis amigos, los papás de mis compañeros, directores de teatro, parejas y hasta el santo varón de mi socio, que es otro hermano más. Me sentí reconfortado al entender que uno es toda esa sumatoria, aunada a lo que se aprende. Que tu integridad es un proceso que se añeja, como los buenos licores, y revaloriza constantemente.  

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