Crónica: Una historia diferente de Navidad | El Blog de Juan imagen

Tenía dieciséis años y trabajaba para una adinerada familia. Era navidad, pero “Santa Claus no le trae regalos a los pobres”, pensaba. Luego comprendió cuál era el “regalo” más importante.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Tenía tan solo dieciséis años, se llamaba Marta* y trabajaba como empleada doméstica para una adinerada familia en la Ciudad de Guatemala; esa selva de concreto que para la muchacha de Chimaltenango significaba una mezcla de sorpresa e intimidación. La necesidad y la pobreza sumadas a la falta de oportunidades y un padre ausente eran las razones que explicaban, de cierta forma, que ella estuviese a kilómetros de casa con una extraña familia un 24 de diciembre. 

El señor y la señora de la casa habían salido aquella noche, víspera de Navidad. Fueron a una cena era muy elegante y formal, nada familiar (irónico para ser Navidad) por lo que las tres hijas del matrimonio no habían sido invitadas. Las chiquillas, de 13, 10 y 8 años respectivamente, se quedaron bajo el cuidado de “la Marta”. 

Las niñas y Marta jugaron toda la noche. Cantaron villancicos, cenaron, comieron unos chocolates navideños a escondidas y al final, antes de dormir, recostadas las chiquillas en el sillón, comenzaron a contarle a Marta lo que habían pedido para Navidad. Muñecas y juguetes fueron descritos a la empleada de dieciséis años, quien imaginaba los pies del árbol cubiertos de regalos a la mañana siguiente y las botas que colgaban de la chimenea repletas de dulces. 

Cuando las tres terminaron de enumerar sus regalos, una le indicó a Marta que era su turno. Con un poco de vergüenza y tristeza, Marta respondió con un tono dulce pero despreocupado: “No nenas, a nosotros los pobres Santa Claus no nos da regalos. Cuando crezcan entenderán porqué. Ahora vamos a dormir”. Las pequeñas se retiraron a sus camitas bastante confundidas, no sin antes insistirle a Marta que dejara al menos un calcetín al lado de las botas “por si Santa Claus se recordaba de ella”. Para convencerlas y dormirlas, Marta hizo lo pedido y colocó un calcetín de lana al lado de las botas de las chiquillas en la chimenea. 

– No te preocupes, vas a ver que Santa mañana si que te traerá un regalito – le dijo una de ellas antes de abrazarla e irse a dormir.

Un calcetín de esperanza

Navidad llegó a la mañana siguiente y despertó a Marta por el ruido que las niñas hacían en la sala. En silencio, se acercó de puntillas y observó la escena desde la cocina. La chiquilla de dieciséis años contemplaba a los dos padres y a sus hijas a los pies del árbol y frente a la chimenea. Las niñas, felices, abrían sus regalos bajo el árbol y se abrazaban con sus padres. En sus botas encontraron chocolates y dulces. Las sonrisas de las niñas eran de enmarcar y sus padres las contemplaban con cariño. Más tarde, la familia se fue a casa de la abuela para el tradicional almuerzo navideño. 




Al asegurarse que estaba completamente sola, Marta corrió con ilusión a la chimenea. Al lado de las botas de las niñas estaba su calcetín, pero dentro de este no había nada. Ni un solo chocolate. Nada. Vacío de esperanza y lleno de desilusión, el desdichado calcetín prendía de la chimenea. Las lágrimas se apoderaron de Marta, quien pensaba que había sido una tonta por pensar si quiera un segundo que ese calcetín tendría algo. “Los pobres no recibimos regalos”, pensó, “ni siquiera un solo chocolate”.

¿Para los pobres no hay regalos?

Al fin de semana siguiente, Marta tomó unos días de vacaciones para visitar a su familia. En la pequeña casa de Chimaltenango le esperaba su mamá y sus hermanos. En algún momento, Marta contó la historia del calcetín a su madre concluyendo con que había sido una “tonta” por pensar que los señores de la casa le darían algo a “la empleada” y que jamás volvería a caer en falsas esperanzas. A pesar de todo, no estaba enfadada con los señores. Ella comprendía que “las cosas eran así”. Su madre la contemplaba, con el corazón partido por dentro pero una expresión seria por fuera. Finalmente la interrumpió:

-Nena, ¿y para usted Navidad es un calcetín lleno de chocolates? 
Hubo un silencio. Marta no respondió. Su madre, entonces, continuó:

-Para quienes la Navidad se reduce a los regalos, es muy fácil desilusionarse. Hay gente a la que la educan así. Pero usted tiene que saber que Navidad va más allá que unos chocolates o regalos bajo un arbolito. Su regalo más grande es tener una casita llena de gente que la quiere, un tamalito que por más chiquito que sea llene su estómago, un trabajo y los estudios que pueda sacar y sobre todo un Dios a quién acudir con sus oraciones. Así que no se ponga triste porque usted ha recibido los mejores regalos, esos que no se compran con dinero. 

Entonces Marta comprendió. No se trataba de pobres y ricos; el mensaje iba más allá. El regalo más importante no cabía en un calcetín ni debajo de un árbol. El protagonista de la celebración de la Navidad no era ese chocolate ausente, sino el espíritu presente en su corazón. Y lo que tenía a su alrededor (su madre y sus hermanos en una casita caliente con una pequeña mesa llena de tamales) era, en ese instante, lo más importante. 

*El nombre de la protagonista fue cambiado por petición. Esta es una historia real. 

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