Crónica: Un chapín en Tierra Santa (II) imagen

Hace un año emprendí uno de los viajes más increíbles que he hecho. Hoy, por el aniversario de aquella aventura, me veo en la obligación de recordarlo y compartirlo.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Esta es la segunda parte de “Crónica: Un chapín en Tierra Santa”.

Lee la primera parte aquí:  Crónica: Un chapín en Tierra Santa I

Un corto recorrido en el bus nos llevó a lo que sería una de las mejores experiencias (y eso que el viaje recién comenzaba) en Israel. “Veremos unos jardines”, dijo Adrián. La muchedumbre lo miramos con cara de desconcierto. ¿Jardines? ¿Y qué de especial tienen unos jardines? No hubo respuesta oral a esa pregunta. Bastó con la vista que Adrián nos mostró desde la cima del Monte Carmelo. El sentimiento que crea este tipo de paisajes es indescriptible. Más cuando se acostumbra a verlos solo en fotografías o documentales. Pero allí estaban, los Jardines Bahai o Jardines Colgantes de Haifa. Google y YouTube no mienten, o quizás sí: ese paisaje se ve todavía más hermoso si se aprecia piel con piel. 

Los sorprendentes Bahai

¿Pero qué es todo esto?, le pregunté al guía, sin poder despegar la mirada de aquellos jardines escalonados que desembocaban en una especie de mezquita con cúpula de bronce (que luego me explicaron que se trataba de un “Templo Bahai”), y luego en una avenida rodeada de casas con techos rojos en dirección al océano. “Escúchenme bien”, expuso Adrián, antes de comenzar a dar una explicación increíble sobre los Bahai y su procedencia.

La fe Bahai se desprende de un religioso nacido de Acre, ciudad cercana a la bahía de Haifa, en 1817, que recibió el nombre de Baha’ullah. Murió en 1892, pero para ese entonces ya había esparcido su fama y culto religioso monoteísta por varias partes del Oriente Medio y Asia, sobre todo por Irán, Siria, Irak, Israel e India. Según los seguidores del bahaísmo, Baha’ullah fue la mismísima manifestación de Dios en la época actual. Lo que más me impresionó de esta religión fueron sus principios centrales: la unidad de Dios, la unidad de la humanidad y la unidad de la religión como una serie de revelaciones sucesivas. Aquel lugar que estábamos viendo y por el que estábamos caminando era el “lugar santo de los Bahai en el mundo”. Lo equivalente al Vaticano para los católicos o Meca para los musulmanes. Llegamos hasta una reja y allí nos indicaron que, a menos que perteneciéramos a esa religión, no podíamos seguir nuestro camino y debíamos retornar.




Más adelante, un par de meses después de aterrizar en Guatemala, mi abuelo me contaría cómo él sí pudo ingresar al Templo Bahai hace más de tres décadas, cuando viajó a Israel por negocios y cómo fue su experiencia al entrar al “cuarto sagrado” en donde, según le contaron, los religiosos creen que está el mismísimo Dios. La anécdota es muy interesante. El guía adentró a mi abuelo en el templo y le dijo que detrás de un velo estaba el cuarto sagrado donde vería a Dios. Muy curioso y sin tantos ruegos, mi abuelo corrió el velo y entró a la habitación. Se sorprendió al ver que era un cuarto completamente blanco y completamente vacío. “No hay nada”, le dijo al guía cuando salió: “Efectivamente. Usted no ve nada porque eso es lo que los Bahai creen: que Dios está en todas partes y que, por eso mismo, no podemos verle. El cuarto blanco es solo una analogía de que ese ser supremo no puede encasillarse en un espacio porque está en todos”.

Los Bahai me sorprendieron mucho. Quizás porque pude experimentar algunos sentimientos únicos en el epicentro de su religión o por lo que me enseñaron los textos que leí de ellos después. Sea por cualquier razón, es una religión interesante que como la mayoría de religiones busca el bien común y el camino del amor mediante la humanidad que habita este mundo esperando la vida futura.

La hermosa e histórica Cesarea

Pero la estancia fue corta y el recorrido, rápido. En menos tiempo del que hubiera querido, nos encontrábamos en el bus camino a Cesarea Marítima, al sur de Haifa, norte de Tel Aviv y en la región de Samaria. No recuerdo cuánto tiempo nos tomó llegar hasta ese puerto, pero lo que jamás olvidaré fue la vista de aquel lugar, considerado uno de los puntos más importantes del Imperio Romano y Bizantino, construido por Herodes El Grande hasta el año 13 antes de Cristo.

Más allá de la alucinante historia que atrapan aquellos monumentos, entre los que destacan un teatro romano, los restos de un palacio y un circo massimo, y un increíble acueducto de piedra caliza, los paisajes son un regalo para el turista. La arena amarilla y el océano azul hacen un matrimonio perfecto, que con las ruinas color beige y las casas modernas al fondo ofrecen un panorama imperdible. “Aquí se descubrió la Piedra de Pilatos”, nos dijo Adrián, mostrándonos una réplica. “En 1961 descubren los arqueólogos la única constancia que queda grabada en piedra y menciona a Poncio Pilato, el prefecto romano que ordenó la crucifixión de Jesucristo”, refiere. 




Lo que nos esperaba después de ver el puerto más importante de la época romana en el Oriente Medio y uno de los epicentros de una de las religiones más nuevas del mundo, también prometía dejarnos sorprendidos. A continuación, nos deleitaríamos con lugares tan históricos como santos (al menos para los cristianos). Un poco de Nazareth y Galilea nos robarían mil suspiros y nos ensancharían las pupilas.

(Continuará)

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