Crónica: Siete horas esperando un vuelo en el aeropuerto de Tel Aviv imagen

Cancelan un vuelo y te quedas siete horas encerrado en un aeropuerto. El idioma oficial es el hebreo y tu cama es una silla de plástico. Estás cansado pero,* no puedes dormir. ¿Qué haces?

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Los imprevistos suelen suceder, por más redundante que sea escribir esto, cuando menos te lo esperas. Estar en el aeropuerto de “Ben Guion” de Tel Aviv (Israel) deseando subirme a un avión y dormir durante las cuatro horas siguientes de vuelo, no fue la excepción. Una cancelación de último minuto por parte de la aerolínea y una solución no deseada me plantó siete horas en aquel lugar, desterrado en una esquina con la mitad de las tiendas cerradas, el mismo par de jeans y calcetines, cansancio extremo (después de una peregrnación de seis días por Tierra Santa) pero al menos, buen wifi, café y buena compañía. 

Primera hora: De 11:00 a 12:00

Fue la hora de la aceptación. Iba a pasar mi noche en un aeropuerto. Por cama una silla de plástico, o el piso de cerámica si bien me iba. Nos sentamos en la mesa de la esquina de la pequeña cafeteria que nos serviría de casa pr el resto de la noche. Mientras nos acomodábamos, yo miraba cualquier tipo de entretención que pudiera tener a la mano: una cafetería (café y comida que nunca caen mal), una tienda de discos y otra de conveniencia, una farmacia y un baño. Mi mochila estaba cargada de libros, por lo menos, pero antes decidimos dar una vuelta por la “prisión aeronáutica”.

Segunda hora: La farmacia y el experimento

Después de visitar una tienda de discos hebreos cuya música no llamó para nada mi atención y menos la de mis acompañantes, decidimos ir a una farmacia. Vagar por una farmacia es el climax de la desesperación, nadie podrá negar eso. Más allá de medicinas, el lugar vendía dulces y “chucherías”. Lo interesante es que eran todos israelís y la descripción (en hebreo) era imposible de descifrar. 

La muchacha de la caja nos miraba extrañada, pero entretenida mientras escogíamos qué dulces y comida comprar. El del título más raro o el de la fotografía más extraña. Debatimos durante varios minutos, cosa que no importa cuando tienes qe esperar horas de horas en un lugar. Finalmente fue la muchacha israelí la que intercedió por nosotros y nos convenció de que compráramos una especie de barra de proteína con “sabor a vainilla”. 




Convencidos la compramos. Para ese entonces, la muchacha ya había llamado a otra amiga y ambas estaban esperando a que la abriéramos y nos la comiéramos frente a ellas. El momento fue lo “más gracioso de la noche” para las mujeres. Nuestro gesto de asco ante semejante snack que sabía a polvo fue perfeco para los videos que tomaron para sus redes sociales. 

Tercera y cuarta hora: Pocker y libros

Las 2:00 de la mañana nos alcanzó cuando decidimos matar el tiempo con un juego de pocker y, en mi caso (que jamás he entendido el pocker – o que quizás nunca me he topado con un buen maestro) fue el momento de ahogarme en un buen libro. “La Rebelión en la Granja” de George Orwell me sumergió en un buen rato de lectura. Cuando ya me fue imposible seguir con la historia del Granjero Jones y la excelente analogía política que se vivía en aquel granero, guardé mi libro y me dediqué a observar gente; cosa que puede ser muy interesante (demasiado) en momentos de desesperación. Llegué así a las 4:00 de la mañana. 

Quinta hora y sexta hora: Historias inventadas

El nómada durmiente fue el que llamó mi atención de primero. Se trataba de un viajero (de esos que tiene todo el look de hippie) que yo ya había visto dormido en la esquina opuesta a la mía, luego frente a la farmacia y ahora estaba detrás de un ventanal tendido como trapo de patio. Su meta parecía arrastrarse por todos los lugares del aeropuerto y conciliar el sueño en cada uno de ellos. Lo logró y parecía esforzarse mucho en cumplirla. 

La señora enojada también figuró dentro de mi lista de personas observadas. Su enojo, definitivamente, se debía al retraso de ese avión que se suponía hace cinco horas debía llevarnos a nuestro destino y no dejarnos aquí, en el “Ben Guion”. Sin embargo, comenzó a desquitarse con su pobre esposo y el mundo entero (o al menos eso parecía). Había problemas, se notaba. Primero la comida “no estaba buena”, segundo había “demasiado frío” y finalmente el problema éramos nosotros con nuestras risas “juveniles” y ánimo desmedido para ser las 4:45 de la mañana. Para la suerte del esposo, la señora cayó en un sueño profundo y el esposo en libertad y paz anhelada. 

Luego de observar por mucho tiempo, me di cuenta que yo también era blanco de mi mismo juego, pero en otros sitios del lugar. Es fácil darte cuenta cuando otros de están viendo y mucho más notarlo cuando a ti no te importa y a los que te ven tampoco. Por decirlo así, “me estaban devolviendo el juego” y me pareció gracioso. La diferencia es que todos los demás no sabían que saldrían en esta crónica; ese era mi as bajo la manga. 




Séptima hora: Esperado final

Quedaba poco para lo tanto que había esperado. Decidí pasar esa última hora caminando.  Atravesé un pasillo que jamás debería estar vacío y llegué a un baño fantasma. Me cepillé los dientes, vagué por allí un rato y esperé. ¿Qué? Pues nada. Solo a que algo pasara. Frente al pasillo del baño, dos hermanos jugaban a pesarse en el inutilizado pesador de maletas. Su padre hacía el intento por regañarlos, pero el sueño podía más. De pronto un anuncio a las 6:00 de la mañana fue lo mejor de la noche. 

El momento por el que había esperado siete horas finalmente llegó. Nos subimos al avión tan pronto como pudimos y volamos hacia nuestro destino. Puede que jamás vuelva a Tel Aviv, pero si lo hago, el Ben Guion y yo tenemos una buena historia que compartir. 


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