Crónica: Milagro en la Aldea Israel | El Blog De Juan imagen

Dicen que fue una obra de caridad. Otros que se trató solo una pintura. El contexto y el significado detrás sugieren un milagro. Esto sucedió el 11 de diciembre en la Aldea Israel.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Nunca imaginé que mis ojos serían testigos de un momento tan simbólico en una comunidad tan remota. La prueba de que Dios llega a todas partes, sin olvidarse de nadie, la obtuve en la Aldea Israel a través del pincel de un tímido pintor, un lienzo en forma de pared en una pobre iglesia y las atónitas miradas y sonrisas de sus fieles.  

La Aldea Israel se encuentra a unos pocos kilómetros del centro de Cobán. Sin embargo, el difícil acceso por medio de una especie de “calle” de terracería hace que el viaje desde la Ciudad Imperial hasta Israel tarde más de una hora. Pero el tiempo vale la espera, y aunque no fuera consciente de ello antes de llegar, lo valdría todo con tal de estar ahí, en ese momento.




Maltiox

Escondidas entre el espeso bosque que caracteriza a las verapaces y cohibidas entre el frío y la tierra, las pequeñas casuchas con techo de rancho y láminas y paredes de madera o block hecho con tierra se lucían, tímidas, entre el verde paisaje. Dentro de la aldea y un par de cuestas después, Ovidio, el guía, fue el primero en bajar del Jeep cuando llegamos a esa construcción en la cima de aquel pequeño cerro que las hacía de Iglesia. 

Varios aldeanos estaban reunidos dentro de la iglesia, que por fuera no prometía mucho. Manchada por la pobreza y embarrada de lodo y humedad, la construcción se erigía fuerte con una pequeña cruz en el techo. Unas 40 familias estaban apretujadas entre las bancas para recibirnos. Nosotros, un pequeño grupo de 12 hombres, fuimos recibidos con marimba, aplausos y exclamaciones. No lo sabíamos aún, pero quienes terminarían aplaudiendo y agradeciendo desde lo más profundo de sus corazones seríamos aquellos que habíamos entrado con las manos llenas de botes de pintura y víveres y salido con un corazón diez veces más grande. 

La tarea parecía simple: pintaríamos la Iglesia por dentro (debido a las lluvias que nos impedían trabajar la fachada) y repartiríamos víveres a todas las familias, sobre todo a las más pobres, porque aunque parezca sorprendente, en las comunidades pobres siempre hay alguien que tiene menos del que menos tiene y así, el trabalenguas de la vida y la bondad del corazón siguen su curso para demostrarnos que la miseria no siempre es material. 

Un grupo de estudiantes de medicina, mi amigo el pintor (cuyo nombre es Miguel Ángel De Paz) y yo, un periodista según el cartón universitario, emprendimos la travesía para repartir víveres. A pesar de que todos hablaban K’iche’, con ayuda del traductor pudimos conversar con las familias. Además aprendí una nueva palabra, esa que todos repetían con lágrimas en los ojos luego de que les diéramos un abrazo o un poco de comida: “Maltiox”.

Aceite de carro

De regreso en la aldea, el grupo que se había quedado pintando el interior de la iglesia nos esperaba con ansias. Según ellos, habían terminado. Si bien las paredes del interior ahora lucían un blanco impecable, hacía falta algo. El pintor, que irónicamente no se había quedado pintando la iglesia por acompañarnos a visitar familias, decidió que no podía irse con las manos limpias. Pidió una brocha y se acercó a una pared. “Pintaré una virgen”, me dijo. Ovidio, al notar que no teníamos más pintura que blanca, fue a traer un recipiente con un líquido ngero que él aseguraba que era aciete de auto. “Este ya nadie lo utiliza. Pero de seguro le servirá para su obra de arte”, le dijo al pintor. Este accedió y mientras pintaba y aquella pared blanca y sin gracia, Ovidio me miró y me dijo: “¿Ya viste? Lo que nadie usaba ahora será útil para adornar la Iglesia. Así es Dios, todo le sirve”.

Los minutos pasaron y la silueta de una hermosa Virgen de Guadalupe invadía aquella pared de la mano del pintor. Poco a poco, la media luna de espectadores que rodeaba al pintor fue creciendo. Las mujeres más pequeñas se paraban en puntillas para ver el proceso. Algunas señoras apretaban las manos y se las llevaban al rostro incrédulas. Otro par se persignaban con cada movimiento del pincel. Los niños jugaban alrededor con los nuevos juguetes que les habíamos regalado, pero cada cierto tiempo se detenían a ver la obra de arte que estaba a punto de terminar. 




Cuando el pintor terminó, cincuenta minutos después, una hermosa Virgen de Guadalupe adornaba la Iglesia de la Aldea Israel. Los aldeanos la miraban atónitos, como quien mira “La Piedad” en la Basílica de San Pedro. Una lágrima se le escapó a alguien, una señora le dijo a su bebé que “pintada en aquella pared estaba la Madre de Jesús” y una anciana se me acercó para decirme: “Ahora Israel es otra. La virgencita se ha fijado en nosotros, que nada tenemos pero que la queremos mucho”. 

Me acerqué para felicitar al pintor y le dije: “¡Que casualidad que pintaste a la Guadalupana! Justamente mañana, 12 de diciembre, es su día!”. Me miró admirado: “¡No lo sabía! Solamente se me ocurrió pintarla y eso hice”. Luego de un aplauso y muchos “Maltiox” más, nos dirigimos al Jeep para regresar al campamento. Cansados, sucios y desgastados pero felices. Ese día había ocurrido un milagro. Dios había llegado a una aldea remota y se había quedado dentro de su Iglesia, inmortalizado en aquella pintura de su madre, hecha con aceite de carro. 




Algunos le llamaron milagro, otros solo “un gesto de amor”. Adjetivo con que se califique, el mensaje es único: dar es dar, porque al dar con todo el corazón recibimos lo que otros nos han dado con gratitud y así es como se vive la Navidad y se aviva la fe en la humanidad. 




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