Crónica: El pescador, las redes y la política imagen

La rutina de un pescador y su familia en la mañana de un domingo invade a quien los observa. Una conclusión política no estará de más. ¿Qué realmente quiere la gente de este país?

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Iztapa es el lugar donde abunda la sal. Allí, bajo el calor de la costa y sobre la arena negra, amanezco en una mañana de domingo. Me dedico a navegar por aquel canal oscuro, entre la vegetación y el agua dulce que a pocos metros se confunde con el mar. Es terapéutico observar cómo los manglares se desnudan poco a poco conforme se acercan a la pureza del agua. 

Entre la extraña calma que solo la naturaleza es capaz de transmitir, un chapoteo inusual irrumpe con el paisaje. 

Hay un grupo de niños jugando a la orilla del canal. Han creado una pequeña guarida en una playa diminuta que se ha formado entre los manglares y el agua dulce. Salpican el agua con una felicidad genuina. Ahogan el calor con revolcones en el canal. Uno que otro molesta a las niñas. No tienen juguetes, solo imaginación y energías. Al fondo de la escena hay una mujer sentada sobre un bote de plástico. Los mira con unos ojos pensativos mientras inconscientemente juega con sus pies en la arena negra. 

Después de varios minutos, a la playa se aproxima una canoa de madera que en algún momento fue roja. La conduce un hombre delgado, moreno, con un bigote y cabello negro. Sosteniendo una red de color verde está quien podría ser su hijo, sobrino o cuñado; un joven típico de la costa guatemalteca, moreno, delgado, sin prenda alguna más que unos pantalones cortos. Anclan cerca de donde juegan los niños y el patojo se baja rápido con las redes y una cubeta que pareciera estar llena de pescados. La mujer se levanta y lo ayuda a moverlos a una especie de hielera azul. El hombre se ha quedado sobre su canoa y, agitando el remo, me saluda como para hacerse presente en la escena que observo desde no tan lejos. Los niños siguen jugando.



Fotografía: GuateValley

Con la red vacía, el flaco regresa a la canoa de madera. El hombre se empuja con el remo largo y vuelven otra vez al canal. Seguirán pescando para poder comer y vender el producto en los chalets y restaurantes cercanos, típicos de Iztapa. El olor a mariscos, la brisa del mar, el calor y la humedad se pierden poco a poco cuando comienzo a pensar si aquel hombre y aquella mujer, el patojo con su red y los niños que salpican en el agua estarán al tanto de la contienda electoral que se vive. Mientras, los niños siguen jugando.

A lo mejor sí, pero a lo mejor no les interesan los engaños de campaña. Ni a ellos ni quizás a los 25 mil habitantes de Iztapa. Quieren lo mejor para su familia; para sus familias, y no hay programas sociales mediocres, militares en las calles, telescopio o pleitos de corrupción que les interesen. Ellos quieren mejorar su calidad de vida, sin perder a sus familias. Ese hombre quiere unos domingos con sus hijos y más oportunidades para poder vender lo que pesca a más personas. Quiere inversión. Quiere un mercado libre. Quiere oportunidades de crecimiento. Quiere tranquilidad y educación para sus hijos. Quiere que los recursos naturales se preserven y se exploten responsablemente. 

Al lado pasa la canoa de madera. Los niños siguen jugando en el agua. La señora los observa, ahora con ternura. Yo tomo un trago de esa cerveza que ya está tibia. Tomo otros dos. Sigo pensando. Mañana será lunes y así como a ese pescador, me tocará cambiar mi país con mi trabajo, desde mis capacidades hacia mi entorno. Solo así se sale adelante, estemos donde estemos.  

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