Cromwell. Blog de cine de Alfonso Portillo. imagen

¡Cosa extraña, que lo más grande en la historia de la sociedad se base tan frecuentemente en lo pequeño de la vida de un hombre!.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Cromwell. Director Ken Hughes. Con Richard Harris y Alec Guinness. Reino Unido 1970.

“Todo aquel que desee saber qué ocurrirá debe examinar qué ha ocurrido; todas las cosas de este mundo, en cualquier época, tienen su réplica en la Antigüedad”.

–Nicolás Maquiavelo.


En mi primera colaboración escribí que siempre he tenido predilección por el cine histórico y biográfico, y, en parte, ese gusto se ha ido incrementando, pues conforme ha pasado el tiempo, he ido comprendiendo más el valor de la historia. Comprendí, por ejemplo, que la Historia no es una simple recopilación de acontecimientos, fechas, personajes y anécdotas; comprendí también que la Historia es la interpretación del pasado para entender el presente y, por qué no, proyectarse al futuro.

He leído varios libros de historia antigua y moderna, pero aún me considero muy débil en esa área. Si esta convicción la hubiera tenido hace unos 40 años, seguramente la habría estudiado con más método. Debo a mis amigos María Teresa Aguirre y José Luis Ávila mi leve acercamiento a la Historia; ellos, historiadores ambos, fueron mis compañeros en el posgrado de Economía que cursamos en la Universidad Nacional Autónoma de México.




Recuerdo con gratitud y admiración a muchos de mis maestros de historia: Gilberto Argüello, Enrique Semo y Jorge Castañeda, entre otros. ¡Cuánta falta nos hace hoy incluir de nuevo, en los planes de estudio, los cursos de historia!

Al leer novela histórica o libros de Historia, nos damos cuenta de que las revoluciones de todo el mundo y a través de los milenios son apasionantes; observamos cómo todo acontecimiento en la vida social nos muestra lo mejor y lo peor de la condición humana.

La historia inglesa, por ejemplo, nos otorga maravillosos y dramáticos hechos que hoy son grandes lecciones políticas. Ignoro si puede establecerse una relación directa entre la particular historia inglesa y la gran calidad de su cine histórico y biográfico. Lo cierto es que, como escribió alguien: “Cuando los ingleses hacen una película histórica, es histórica de verdad”.

Cromwell, la película que hoy abordo, es una cinta que narra el enfrentamiento entre el rey Carlos I y el Parlamento inglés a mediados del siglo XVII: El rey está urgido de recursos para financiar su pretendida guerra contra Escocia. Ha vendido la idea de que esta es una amenaza para Inglaterra. En su propósito, convoca al Parlamento, disuelto por él mismo diez años antes, porque requiere de la aprobación de nuevos impuestos y el apoyo político de los diputados. Pretende, además, agenciarse los recursos necesarios para la guerra y concentrar el poder de manera absoluta en su persona.

Simultáneamente, el reino ha emprendido políticas de desalojo de sus tierras a campesinos pobres para formar una casta de terratenientes que sean su base de apoyo.




Se conforma así una coyuntura desfavorable al rey: descontento en los campesinos por los desalojos violentos, la imposición de nuevos impuestos, el conflicto religioso y la instauración de un Parlamento opuesto al despotismo.

El Parlamento, conducido por Oliver Cromwell, exige respeto a su independencia como poder del pueblo; se niega a ser la caja de resonancia del rey. Este, sin embargo, aconsejado por su reina Enriqueta María, se lanza frontalmente contra el Parlamento y ordena la captura de sus líderes. Estos no solo evitan su captura, sino que promueven y obtienen la aprobación de la ejecución de quien se encargaría de capturarlos. Se inicia así, la primera Revolución Inglesa de 1642.

Cromwell es un militar y terrateniente de Cambridge: líder carismático y popular, es un diputado que está convencido de que el Parlamento es la representación del pueblo y que en él descansa el poder soberano. Por su parte, el rey Carlos I quiere acrecentar su poder sin contrapesos y amparado en el derecho divino, pretende el poder absoluto.

Una vez más, presenciamos la esencia de toda la historia política de la humanidad: la lucha entre el autoritarismo y la democracia.

El enfrentamiento, aunque cruento, deja espacio para las negociaciones. Cromwell, en su buena fe, otorga una oportunidad más para que el rey rectifique su actitud y pueda pasar a la historia como el modernizador del sistema político inglés. En todos los intentos de llegar a un acuerdo, este es abortado por un intolerante y autoritario rey que no tiene en mente cumplir nada que menoscabe su poder. Es tal su soberbia, que se niega, incluso, a leer el último pliego de peticiones del Parlamento; posiblemente leerlo hubiera significado recuperar su trono; el no hacerlo significó su muerte.

La guerra se define a favor del Parlamento. Cromwell se retira de nuevo a su granja.





Y de nuevo es buscado para salvar al país. El Parlamento se ha corrompido y en su seno no se habla más que de negocios y de reparto de privilegios. La desnaturalización de los representantes del pueblo y su abandono y traición a los intereses del mismo provocan una nueva crisis de gobernabilidad.

Cromwell aparece de nuevo en el Parlamento y se percata de la degeneración del poder soberano. Está consciente de que su regreso significa el regreso del autoritarismo. Y de algo más grave aún: que el encargado de ejercer ese poder autoritario se llama Oliver Cromwell.

Cuando Cromwell ingresa de nuevo al edificio del Parlamento y ve su entorno, su rostro expresa decepción, rabia y repulsión. Así ha de haber sido la expresión de Jesús al ver la profanación del templo por los mercaderes.

Cromwell solicita la palabra y dice con elocuencia: “Señores, honorables miembros. Siempre deseé, más que nada, un Parlamento libre, avalado por la autoridad del pueblo de esta nación. Un Parlamento abierto, a la vista de todos. Hace seis años les conferí esta responsabilidad con la esperanza de que dictaran las buenas leyes que el pueblo esperaba de Uds.”.

“Debo confesar que mi esperanza disminuyó por lo que sucedió en mi ausencia. En vez de unir al buen pueblo de esta nación con probidad y paz, cosa que habría sido gloriosa y cristiana, ¿qué encuentro? Anarquía, corrupción, división e insatisfacción. Los enemigos de esta nación florecieron bajo su protección. Desde el comienzo integraron un gobierno provisional que no representa al pueblo. ¿Acaso no fue el pueblo quien los eligió? ¿Han escuchado al pueblo que supuestamente representan? ¡No! y después de seis años de desgobierno, ¿qué encontramos?”.

“Sir Thomas propone que esta cámara continúe su labor deshonrosa y despreciable. ¡Un Parlamento inamovible es más detestable que un rey inamovible! Son borrachos, embusteros, villanos, alcahuetes, tramposos, ambiciosos, impíos y egoístas. No son más capaces de gobernar que de dirigir un burdel. Usted es basura, señor (se dirige a un diputado que intenta interrumpirlo). Y ni siquiera basura elegible. Esto no es un Parlamento. Le pondré fin. ¡Este Parlamento queda disuelto!”.





En ese momento, Cromwell da la orden para que ingrese el ejército y toma el poder absoluto de Inglaterra. Al quedarse solo en el recinto legislativo pronuncia las siguientes palabras: “Devolveré a la nación su dignidad. Caminaremos por el mundo con la frente en alto. Liberaré el alma del hombre de la oscuridad de la ignorancia. Construiré escuelas y universidades para todos. Será la era dorada de la erudición. La ley estará al alcance de cada hombre común. Habrá trabajo para todos. La nación prosperará porque es una nación piadosa y porque caminamos de la mano del Señor”.

Cromwell gobierna como Lord Protector por cinco años y transforma Inglaterra en una gran potencia; asimismo, sienta las bases del sistema político inglés. Algunos historiadores ven a este período como parte del proceso de transición entre el feudalismo y el capitalismo. Otros sostienen que eliminó las patentes de monopolios y promovió libertades económicas e intelectuales.

Después de más de 300 años la figura de Cromwell sigue siendo motivo de estudio, discusión y polémica. Recuerdo que, en una conversación con estudiantes de Historia en la Universidad de Cambridge, mis opiniones sobre el personaje no fueron recibidas con simpatía y menos con entusiasmo, y aunque la cortesía y amabilidad no varió, no dejé de sentir cierta incomodidad.

A manera de comentario, les cuento que leyendo un pequeño ensayo de Víctor Hugo sobre Mirabeau, el político francés, encontré una mención a Cromwell que deseo compartir:

Escribe Víctor Hugo: “Hay paralelismos muy chocantes en las vidas de ciertos hombres. Cromwell, oscuro aún, desesperando de su porvenir en Inglaterra, quiso partir hacia Jamaica; los reglamentos de Carlos I se lo impidieron. El padre de Mirabeau, no viendo en Francia ninguna existencia posible para su hijo, quiso enviarle a las islas holandesas; una orden del rey se opuso. Pues bien, quitad a Cromwell de la revolución de Inglaterra, quitad a Mirabeau de la revolución de Francia, y quizá quitaréis de dos revoluciones dos cadalsos. ¡Quién sabe si Jamaica no hubiera salvado a Carlos I y Mirabeau a Luis XVI! Pero es el rey de Inglaterra quien quiere conservar a Cromwell, como es el rey de Francia quien quiere conservar a Mirabeau. Cuando un rey está condenado a muerte, la Providencia le venda los ojos. ¡Cosa extraña, que lo más grande en la historia de la sociedad se base tan frecuentemente en lo pequeño de la vida de un hombre!”.

ATRACCIONES: EL BLOG DE CINE DE ALFONSO PORTILLO




Alguna vez fue Presidente pero eso no importa aquí, en esta columna solo escribirá de cine y literatura.

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