Contrabandeando comida imagen

¿Quién no quiere entrar al cine y comerse una hamburguesa, un taco, unas papas?

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Debo confesar uno de mis mayores pecadillos de toda la vida. Uno que siempre me carcome el alma porque, aunque no es ilegal –hasta donde sé– sí es prohibido. Pero sé que todos alguna vez lo han hecho también, y aunque eso no lo justifica, me alivia saber que no estoy solo. Yo suelo ser el tipo que entra comida ajena a las salas de cine. ¡Ya está! ¡Lo dije! Cada vez que siente que huele a Taco Bell o Mac en la sala, puede que sea yo, el infeliz que se atrevió.

No recuerdo cuál fue la primera vez, pero sí con qué cosas comencé. Primero una botella de agua. Luego una quesohamburguesa, hasta volverme más sofisticado como un helado. Pero si solo es un helado, pensarán. Pero todo debía estar fríamente calculado, porque si lo compraba con mucha anticipación, se me iba a derretir entre el suéter haciendo un escándalo.

Pero a pesar de que lo he hecho cientos de veces, siempre me queda esa espinita de que no debería hacerlo. Primero porque un aroma ajeno al usual puede disgustar a los presentes. Segundo porque siempre siento que me van a atrapar, y que me van a echar y que me van a declarar non grato en todas las salas de cine del país. Quizás es algo exagerado, pero no se imaginan el estrés que me provoca hacerlo.

Tanto que una vez mi esposa decidió contrabandear unos tacos, pero ella, en su inocencia de primeriza, quería sacar la comida durante los avances, esos largos 15 minutos de cortos previos a la película. Y necia y necia que quería sacar el pinche taco, pero casi le rogué con la voz más chillona que pude, que no lo hiciera porque nos iban a cachar. El error fue de ella, porque compró un taco que se aguadó de inmediato. Para cuando se lo estaba comiendo, ya estaba frío y aguado.

Pero eso no termina ahí. Luego de comer con todo el peso de un pecado capital, me estreso por ver dónde guardo los restos, la basura, la evidencia, las servilletas con otros logos, las salsitas, el aluminio. Así que procuro siempre comprar un agua, para que vean que más de algo compro y que eso de alguna manera apacigua mi culpa porque en mi cabeza comprarles alguito es como quien dice: “no jodan pues, aquí todos salimos ganando, yo meto comida, y les compro un agua carísima, sho”.

En el fondo el agua me calma la sed, pero me sirve para esconder los restos, la prueba de mi odioso crimen, esperando que nunca nadie se anime a abrir el vasito y encontrar la basura ajena. Es que no puedo evitarlo, pero me encanta llevar comida al cine. Adoro estar en la butaca, entre la bulla, la luz y la oscuridad, dándole bocados a algo diferente a los poporopos.

Quizá piensen que soy un monstruo, pero todo lo contrario. Solo soy un tipo que les ruega que pongan un mini food court en los cines para comprar algo distinto. Mientras tanto, seguiré escabullendo la comida. Atentamente, el tipo que solo compra un agua siempre.

P.D.: IT está buenísima.

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