Cambio de suerte imagen

La fortuna es caprichosa. Algunas veces favorece a algunas personas y otras veces se aleja para no regresar jamás.

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Aquella mañana, especialmente, fue agotadora debido a lo lento del tráfico. Las tres horas entre San Lucas, pasando por San Cristóbal, hacia la colonia Mariscal, se habían convertido en una realidad cotidiana y aplastante. Centenares de vehículos detenidos por los azares del día a día, con sus conductores tensos como una cuerda de guitarra, escuchando bocinazos, bloqueándole el paso a los más desesperados, mostrando dedos a los abusivos… En fin, el día cotidiano del que ingresa a la ciudad desde la carretera Interamericana. Entre la bataola, dos conductores se mantuvieron juntos desde la altura del mirador. Adelante, un carro de última generación manejado por Luis José, poseedor de un apellido poderoso por tradición y, atrás de él, Mario Roberto, heredero de un onomástico reconocido por la honradez familiar, en su carrito de los años noventa.

Luis José estaba abstraído organizando su día. Planificando, entre otras cosas, sus viajes de fin de año y el de Semana Santa. El del verano todavía no lo tenía tan claro. Su empresa estaba produciendo réditos que le permitirían estos y otros lujos y quizás era el momento de hacer unos cambios de personal que le permitieran más ganancias y así poderse recetar él un bono extraordinario. Nada podía estar mejor, la Navidad le deparaba solo cosas buenas. Regresó a su listado, entre este, pagar el seguro de la fábrica que, por desidia, llevaba vencido seis meses. Regresó a la idea de despedir algunos empleados.

Atrás, Mario Roberto, estaba tronándose los dedos, tratando de organizar su presupuesto de tal manera que le alcanzara para pagar tarjetas, la multa injusta de la SAT, la muela rota y otra serie de imprevistos que lo tenían tambaleando económicamente. No había manera de alcanzar equilibrio: cuando no era el carro, eran los desagües, o el gas o el súper. Todo lo desajustaba por más ordenado que intentara ser.

En el semáforo, ya para atravesar la Atanasio Tzul, observó la flamante nave que conducía Luis José. “¡Qué carro!”, pensó; “si yo tuviera uno así lo vendería y pagaría todas mis deudas e incrementaría mis ahorros”. Le llamó la atención la frágil anciana que le pedía limosna y le chocó el modo como el conductor le habló: “Andá a trabajar, vieja haragana” y se carcajeó en su cara. Dos segundos tardó Mario Roberto en tomar su billetera, tenía un billete de Q20 y menudo. “Ni modo”, pensó, “comeré fruta al mediodía” y le extendió su preciado billete. La mujer lo bendijo, con el corazón y expresó una especie de sentencia: “Tu suerte será intercambiada con el del carro de enfrente”. Y efectivamente, cambió. La fortuna de Luis José se quemó junto con la fábrica y la prosperidad de Mario Roberto empezó a manifestarse pocos días después. 

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