El video de la mamá que con lágrimas le pedía a su hijo que se bajara de la terraza contigua a la correccional Las Gaviotas en zona 13 conmovió a pocos. En redes sociales la trataron de hija de puta, vieja cerota e irresponsable.
Quisiera pensar que esta señora es la persona que me colaboró por un tiempo en los quehaceres de mi casa, a pesar que trabajaba únicamente unas horas dejaba a su hijo de 13 años en una zona roja gran parte del día, era eso o dejar de comer.
Meses después el chico le confesó que lo habían amenazado de muerte, sería el castigo al no aceptar entrar en la mara. La vi salir angustiada en busca del bus cuando se enteró que había un adolescente asesinado en su colonia. Hace poco supe que vendía comida pero que cerró su pequeño emprendimiento porque la extorsión le quitaría el dinero que sacaba y posiblemente la vida.
En ningún momento justifico o victimizo a estos muchachos por haber cometido actos delictivos, lo justo es hacerlos que cumplan su condena como debe de ser y que la Secretaría de Bienestar Social asegure que estos tengan terapias ocupacionales y psicológicas. Estoy segura que si esto fuera posible más de algo conseguiríamos.
Pero no quiere decir que no me conmueva el dolor de esa mujer que evidentemente cometió grandes errores en la educación de su hijo y que las circunstancias económicas y sociales de la Guate mala (escrita como palabra compuesta) la hicieron entregar, quizá, casi voluntariamente a su hijo a la delincuencia.
Pero esta vez nos llenamos de memes, burlas e insultos para “la hija de puta” que parió a un delincuente. Pero déjenme aclararles que ningún ser humano nace delincuente y si existen muchos en Guatemala es porque algo estamos haciendo mal, ¿leyeron bien?, lo escribí en plural “estamos”. Porque nosotros también somos parte del problema.
En una comunidad de madres compartieron el video, los comentarios eran crueles, la tildaban de descarada, mala mamá y alcahueta. Alguien sugería que deberían estar presas con sus hijos porque son culpables.
Opinar desde la comodidad de nuestra casa, mientras vemos si mañana metemos a nuestros hijos a la clase de deportes o de estimulación temprana o procuramos pagarle un colegio donde le enseñen tres idiomas, es lo más fácil del mundo. Tampoco estamos exentas de que nuestros hijos con grandes oportunidades terminen entre rejas.
Porque no todo delincuente nace en la limonada, viene a mi mente la historia de la patoja del Sagrado Corazón que se enamoró perdidamente de un marero, el muchacho aquel que alcoholizado atropelló al Campeón de la Asociación Master de Ciclismo, el caso reciente del hijo del pastor que, lleno de ira, pasó las llantas de su carro sobre algunos alumnos que manifestaban y cómo olvidar al hijo de la magistrada que terminó preso por asesinar a su esposa.
Mientras más me contamino leyendo los comentarios más me convenzo que somos parte de este gran problema que se llama: violencia. Basta con contar las veces que escribieron Gaviotas con “b” para darnos cuenta que nos falta estudio y acceso a educación de calidad para salir del subdesarrollo en el que estamos metidos todos.
La fotografía utilizada en la portada de este relato es parte de la nota publicada por Edgar del Cid en el diario elPeriódico.